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Apuntes para un cuento acerca de la muerte de Don Gabriel García Márquez

Julio Alberto Valtierra

Afectuosamente para José Lara Valadez,
porque por más de 30 años ha compartido
conmigo la fosforescencia de su amistad y
la embriaguez de la literatura

La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.
Gabriel García Márquez

Muchos años después de que mi hermano Miguel Ángel me regalara el libro recién publicado en México, a finales de 1985, yo habría de leer por tercera vez El amor en los tiempos del cólera en una primera edición colombiana que me encontré en el Tianguis Cultural de Guadalajara por los días en que Gabriel García Márquez ya estaba muy enfermo; y el inicio de la relectura fue el primer suceso de una extraña serie de acontecimientos que habrían de desencadenarse en los días posteriores, pero que en su momento nadie supo interpretar como los heraldos negros que presagiaban que vendrían cien años de soledad y tristeza para los lectores de Don Gabo.

Todo comenzó el 12 de abril del 2014, último sábado de clases antes de las vacaciones de Semana Santa, cuando al salir del curso de nivelación académica para los aspirantes a las licenciaturas de la Universidad de Guadalajara que organiza el maestro Alberto Castrejón Martínez en la Prepa 13 de la UdeG, y en el que, desde el 2008, imparto la materia de español, su hermano Fernando me dio un aventón y me dejó en la esquina de Constituyentes y 16 de Septiembre, a una cuadra de distancia de la Plaza Juárez.

Tanto Alberto como Fernando son maestros de matemáticas y nos conocimos hace treinta años cuando los tres comenzamos a dar clases, en condiciones sumamente precarias y por un sueldo apenas simbólico de diez pesos la hora, en la Secundaria Nocturna 19 por Cooperación “Villa Mariano Escobedo”, allá por el rumbo de la colonia Cantarranas de Guadalajara; el edificio era de una primaria que prestaba sus instalaciones a la secundaria, donde teníamos grupos de hasta 60 o 70 alumnos, cuyas edades oscilaban entre los 14 y 40 años, en aulas diseñadas para máximo 40 niños; teníamos adolescentes expulsados de otras secundarias y amas de casa apretujados en incómodos mesabancos de madera para niños de 6 a 12 años, en los que los más grandes de edad o más corpulentos en ocasiones no cabían. Los grupos eran tan numerosos que había menos de un metro de distancia entre el pizarrón y la primera fila de mesabancos, por lo que inevitablemente todas las noches salíamos como fantasmas, todos blancos, con la ropa manchada de gis. Fernando siempre ha dicho: “Si pudimos dar clases en la Secundaria 19, podemos dar clases en cualquier parte”.

Aquel día, aunque no lo tenía planeado, por el sitio en que me dejó el maestro Fernando y como apenas iban a dar las dos de la tarde, decidí visitar el Tianguis Cultural que cada sábado se instala en la Plaza Juárez, frente al Parque Agua Azul, para saludar a algunos amigos que tengo ahí y para ver qué novedades me encontraba, pues invariablemente cada vez que voy adquiero algunos libros y discos compactos, así como algunas réplicas de máscaras prehispánicas o estelas mayas para la colección que tengo colgada en la pared trasera del cuartito en el que trabajo en casa, por lo que siempre que me instalo frente a la computadora tengo la sensación de que alguien mira por encima de mi hombro lo que escribo.

El primer puesto que visité fue el de José Lara Valadez, quien desde hace años se dedica a vender libros en el Tianguis Cultural sobre una manta de 2 metros por lado colocada a ras del piso. Con José me une una estrecha y entrañable amistad que nació en 1983, cuando ambos éramos alumnos del primer semestre de bachillerato en la Preparatoria 6 de la UdeG y compartíamos sueños, confidencias y aficiones literarias tomándonos un café o bebiéndonos una botella de vino blanco, acompañada de pan y queso; la última botella que recuerdo fue una que compartimos en el stand de Don Pedro Domecq el último año en que las Fiestas de Octubre se realizaron en el Parque Agua Azul y nosotros estábamos a punto de terminar el bachillerato. Además del gusto por la lectura a José y a mí nos unió la edad, pues ambos éramos los más grandes del salón: yo acababa de cumplir 22 años y a sus 27 José era el más “viejo” del grupo, lo cual le valió el apodo que le puso César Ferreiro, otro de nuestros compañeros de grupo recién salido de la adolescencia. Aunque algo intermitente y jaloneada por el tiempo, pues sólo nos vemos cuando voy al Tianguis Cultural, lo cual ocurre dos o tres veces al año, siempre encontramos la manera de remendar los jirones afectivos y la amistad ha sobrevivido ya poco más de 31 años.

Conocedor como es de mis gustos literarios, después de los saludos y abrazos de rigor José me dijo: “Julio, qué bueno que viniste, tengo un libro muy bonito para ti”, y levantó de la manta una antología de cuentos de Gabriel García Márquez publicada en 1984 por la Editorial Seix Barral de Barcelona, España, en la Colección Obras Maestras de la Literatura Contemporánea, con pasta dura en color café oscuro y letras doradas. Y efectivamente, el libro, como objeto, es muy bonito, pero su contenido es realmente hermoso. De hecho, esa antología fue el primer libro de García Márquez que leí y algunos de sus cuentos (“El rastro de tu sangre en la nieve”, “Un señor con las alas muy grandes”, “La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada” y especialmente “El ahogado más hermoso del mundo”) me hicieron cautivo de la literatura del Gabo para siempre.

“Guárdamelo, déjame dar una vuelta por el tianguis y al rato paso por él y por otros dos que me llamaron la atención”, le dije mientras le regresaba el libro y le comentaba que también me interesaban La Divina Comedia y El amor en los tiempos del cólera.

José aún tenía el libro en sus manos cuando llegó una joven pareja, de novios supongo, y le preguntó si tenía el cuento de “El ahogado más hermoso del mundo”. “En ese libro viene”, le dije a José. “Pero este libro es para ti”, me contestó. “Yo ya lo leí, véndeselos y luego me consigues otro a mí”, le dije sabiendo que con ellos sí tendría una ganancia que conmigo no obtendría pues el buen José siempre me quiere regalar los libros, aunque al final me los vende muy baratos, sin obtener ninguna ganancia, y me los cobra sólo porque yo insisto en que lo haga. Entonces, me regresó el libro y me dijo: “Ten, véndeselos tú”.

“Aquí viene el cuento que buscan”, les dije a los muchachos y agregué que el libro realmente valía la pena pues, desde mi punto de vista, contenía algunos de los mejores cuentos de García Márquez y les hice una breve semblanza de tres o cuatro de ellos, destacando que el video de la canción “Perdiendo mi religión” del grupo de rock alternativo REM estaba basado en “Un señor con las alas muy grandes”, para culminar diciéndoles: “ ‘El ahogado más hermoso del mundo’ es el cuento que más me gusta de García Márquez, me parece muy tierno y cada vez que lo leo me hace llorar”. No sé si fue por la vehemencia de mi explicación o por simple curiosidad, el caso es que los chicos se llevaron el libro sin regatear en el precio, justo, por cierto.

Después de haber hecho la venta de la antología de cuentos de García Márquez, sin cobrar comisión, le dije a José que me iba a dar una vuelta por el tianguis y en un rato regresaba por el par de libros que le dejé apartados y para despedirme.

Como siempre, recorrer el Tianguis Cultural fue una experiencia divertida al ver reunidos en el mismo lugar y conviviendo como si fueran hermanitos a los especímenes más raros de las más disímbolas especies: una parvada de punketos luciendo extravagantes peinados en sus cabelleras rosas, azules, verdes y moradas; desbalagados jipitecas sesenteros con huaraches, morral y toda la cosa, los cuales seguramente seguían pensando que podían cambiar el mundo con mota, amor y paz; un grupo de jovencitos de la Generación X portando negras camisetas en su mayoría con la imagen de Kurt Kobian; una bola de rastrillos aporreando unos tambores; una cuadrilla de skatos que, cual neocentauros, montaban una manada de patinetas; un par de weyes con el gesto de “mundo, no me mereces” armados con el iPhone de última generación; un montón de ninfetas paseando por la plaza tal y como si estuvieran caminando por la pasarela de un desfile de modas; mucha gente con cara de paterfamilia responsables, felices por estar viviendo su fin de semana lejos de la oficina; dos o tres monos con cara de pachecos que, por la sonrisa que lucían, parecía que estaban viviendo en su propia realidad virtual; y en medio de toda esta fauna muchos niños.

Mi recorrido por el tianguis fue provechoso e ilustrativo, ya que al ir comprando una cosita por aquí y otra cosita por allá también tuve oportunidad de charlar un poco con los vendedores. En el puesto de un güero que medía como dos metros, al cual después supe que le decían Bam-Bam, adquirí tres discos compactos con rarezas de The Doors y tuvimos una profunda charla de quince minutos acerca de Jim Morrison y su obra poética, lo cual me valió una invitación para volver en otra ocasión para echarnos unas chelas y hablar largo y tendido del tema.

Más adelante me topé con un pequeño y atractivo tendido en el cual se exhibían libros, algunos de ellos realizados de manera artesanal. Al notar mi interés, la encargada del puesto —que dijo llamarse Olga— me mostró varios libros y me hizo una breve reseña de cada uno de ellos. Terminé comprando siete pequeños poemarios, a 20 pesos cada uno: Naufragio de la misma agua, de Antonio Aguirre Barba; Juegos para el espejo, de Clara Hilda Padilla; Cuadros por accidente, de Leonardo David de Anda; Furia infancia, de Olga Margarita Rivera; Ditirambos, de Juan Manuel Aranda; Liturgia de la sed, de Miguel García Ascencio, y Sepia. Dos falsas tortugas, de Ramón Valle Muñoz; además de un librito de cuentos titulado Mosaicos, firmado por un tal Raúl Sánchez, todos publicados por Ultravioleta Editores, así como un poemario publicado de manera independiente por un misterioso autor llamado R. V. y cuyo título era Flor acerba. Olga me comentó que era egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, y como esa también era mi Alma Mater nos pasamos charlando veinte minutos acerca de literatura. Al despedirnos, ella me dijo: “Cuando vuelvas a venir al tianguis visítame para seguir cotorreando”.

Además, saludé a un par de amigos: a Memo, rocanrolero de la vieja guardia, quien vende videos y música de rock clásico internacional y tapatío, y a Joel Castañeda, conductor del programa La Cripta de Radio UdeG, quien vende videos y discos de rock progresivo, y hace unos años a través de un amigo mutuo —David de Anda, fundador del Tianguis Cultural— me invitó a su programa para hablar de mi ensayo, entonces recién publicado, “El rol del rocanrol en Guadalajara”, pero terminamos charlando de mi libro Rock en vivo.

Regresé al puesto de José Lara minutos después de las cuatro de la tarde para recoger los dos libros que le había dejado apartados, La Divina Comedia de Dante Alighieri y El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, y para despedirme.

En ese momento comentamos acerca del estado de salud de Don Gabo, quien después de una semana de haber estado internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición de la Ciudad de México, a donde había sido ingresado el lunes 31 de marzo por un cuadro de deshidratación e infección pulmonar y de vías urinarias, había sido dado de alta apenas unos días antes.

García Márquez sale del hospital

EXCÉLSIOR. México, DF. Martes 8 de abril. Después de una semana de estar internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, Gabriel García Márquez fue dado de alta la tarde de este martes.

“Gabo” ingresó al hospital el pasado 31 de marzo por un cuadro de deshidratación e infección pulmonar y de vías urinarias. La infección pulmonar es considerada médicamente como una neumonía. Su salida se dio unos minutos antes de las 4 de la tarde en una ambulancia de Cuidados Intensivos.

Equipo médico y una enfermera lo esperan en su casa del Pedregal de San Ángel, donde —se informó— la circulación está cerrada hasta su llegada.

Un familiar dará un mensaje a los medios de comunicación, aunque personal de comunicación del hospital adelantó que su estado es delicado y aún convalecerá en su domicilio.

Desde las nueve de la mañana de hoy se reporta en el domicilio particular del escritor colombiano el ir y venir de asistentes, familiares y personal médico, quienes, de acuerdo con prensa en el lugar, han llevado tanques de oxígeno, equipo especializado de monitoreo, una cama de hospital y una enfermera para atender la convalecencia del colombiano, radicado en México.

Esta mañana trascendió que el tratamiento al que fue sometido, básicamente con antibióticos, ha surtido el efecto esperado por quienes lo atienden. A decir Gonzalo García Barcha, hijo del autor de “Cien años de soledad”, el escritor nunca estuvo en la sala de urgencias y siempre se le trató como a cualquier otra persona que presenta una infección no grave y de fácil control.

Al igual que Gonzalo, también han estado pendientes del estado de salud del celebrado escritor latinoamericano, su esposa Mercedes y su hijo Rodrigo, este último radicado en los Estados Unidos pero quien ya se encuentra aquí.

En busca de la memoria de Gabriel García Márquez

El escritor de 87 años de edad, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982 nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca y vive en México desde hace varias décadas.

El escritor desde hace tiempo se retiró de la vida pública pues se conoció que tenía una pérdida paulatina de la memoria.

Hito literario

García Márquez festejó su cumpleaños hace un mes en su casa en el sur de la Ciudad de México.

Los medios lo fotografiaron acompañado de su secretaria y de quien se dijo era una amiga de la familia cuando salió a la puerta a saludar a varios periodistas y fotógrafos.

Gabo fue diagnosticado en 1999 con cáncer linfático, pero logró superar la enfermedad, tal como declaró entonces al diario colombiano “El Tiempo”.

El autor es el máximo representante del llamado realismo mágico que hizo mundialmente famoso con obras como “El otoño del patriarca” y es uno de los autores más conocidos de la lengua española.

Su obra “Cien años de soledad” ha vendido unos 50 millones de ejemplares en más de 25 idiomas y su publicación fue un hito que marcó el llamado “boom” de la literatura latinoamericana.

Otras de sus obras importantes incluyen “El general en su laberinto”, “Amor en los tiempos del cólera”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “Crónica de una muerte anunciada”.


“Tengo el presentimiento de que los médicos dieron de alta a García Márquez sólo para que muera en su casa”, le dije a José, deseando profundamente que esa premonición fuera errónea, sin embargo el sospechoso silencio de los reporteros que se habían instalado en guardia permanente frente a la casa de Don Gabo no auguraba nada bueno.

“¡Cómo crees!”, me dijo José sorprendido por la funesta declaración que le acababa de hacer.

“Ojalá me equivoque, pero Don Gabriel ya está grande. Acuérdate que cumplió 87 años hace sólo un mes y cuando lo fotografiaron en su casa, en el momento en que salió a saludar a los periodistas y fotógrafos y éstos le regalaron un ramo de rosas amarillas, no se veía muy bien”, le dije a José tratando de ahuyentar las infaustas sombras que habían comenzado a rodearnos en pleno mediodía.

“¿Sabes qué?, para no seguir con esta vaina y diciendo pendejadas mejor ya me voy”, le dije a José y a manera de despedida nos dimos un abrazo. Le prometí que volvería pronto.

Al cruzar la avenida 16 de Septiembre para tomar un camión que me llevara al centro, en el estacionamiento del Oxxo que está en la esquina de la Calzada del Campesino, enfrente de la entrada de la Clínica 1 del IMSS, me topé con una camioneta pick up de la Policía Municipal de Guadalajara llena de chicos con caras de que acababan de ser detenidos en el mismo tianguis, tal vez cometiendo algún ilícito o simplemente por su aspecto; y recordé aquellos años en los que la policía me paraba cada que me topaba con alguna patrulla, simplemente por traer el cabello largo y pantalones de mezclilla. “El que se mete a redentor sale crucificado”, me dije en el momento justo en que se detuvo un autobús de la ruta 52, y como ese camión me dejaba en el centro no me quedé a averiguar si la detención de los muchachos era justa o no. A bordo del autobús pensé, como una manera de autojustificar mi actitud: “Si cometieron algún delito, no sirve de nada que me meta; y si lo que hicieron no es grave, los van a pasear un rato, les van a pedir una lana y los van a soltar en alguna calle solitaria”. Lo sabía porque eso me había ocurrido a mí en varias ocasiones durante la adolescencia y mi época de estudiante.

Cinco minutos después bajé del camión de la Alianza en el jardín del templo de Aránzazu, donde abordé una unidad de la línea Turquesa que me llevaría hasta Zapopan. Y como el camino de regreso a casa sería largo y sinuoso comencé la relectura de la novela El amor en los tiempos del cólera en el camión. Al bajarme del Tur en la esquina de la Prepa 7, allá por La Tuzanía, ya iba en la página 20, justo en la parte donde el Doctor Juvenal Urbino se dispone a visitar el antiguo barrio de los esclavos para cumplir con la encomienda que le dejó Jeremiah de Saint-Amour en su carta póstuma… y recordé aquella tarde lejana de 1985 cuando mi hermano Miguel Ángel me regaló la novela y la leí por primera vez.

De aquella primera lectura se me quedaron grabadas dos frases: “Nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor” y “un hombre sabe cuando empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre”. Esto último lo comprobé la mañana en que cumplí cuarenta y cinco años, cuando al afeitarme vi en el espejo un rostro que no era el mío. Lo curioso es que en mi reflejo no reconocí ningún rasgo de mi padre biológico (Julio Venegas, creo); sin embargo, desde entonces, sorprendentemente, cada vez descubro más y más la fisonomía de Valente Reyes, mi padrastro durante muchos años. Y entonces me di cuenta de que hace tiempo ya no me reconozco en las fotografías, nada queda de aquel jovenzuelo que fui, mi semblante ha cambiado mucho. ¿Será el efecto de Dorian Gray? ¿O finalmente me estoy convirtiendo en el hombre que siempre debí haber sido?

Pensando en lo anterior, bajo un sol abrasador, demasiado para ser mediados de abril, caminé rumbo al poniente cuatro cuadras, una de ellas muy larga, por el Antiguo Camino a Tesistán, una avenida recién pavimentada que el Ayuntamiento de Zapopan dejó sin baches, pero también sin árboles. Di vuelta a la izquierda y recorrí otras cinco calles. Cuando llegué a casa pasaban de las cinco de la tarde.

Encontré mi comida sobre la mesa del comedor, tapada con una servilleta blanca, y a mi mujer recostada en la cama viendo la televisión con Alexander a un lado; Diland estaba en su cuarto jugando en la computadora. Me duché y comí viendo la televisión, mientras le contaba a Aurora algunos pormenores acerca de las clases en la Prepa 13 y de mi visita al Tianguis Cultural. Como me sentía cansado, y además me había levantado a las 4:20 de la mañana para estar a tiempo en la Prepa (mis clases inician a las siete y para llegar debo cruzar toda la ciudad viajando en autobús, tren ligero y taxi), me quedé dormido antes de las nueve de la noche, sin leer ya nada.

Al día siguiente, Domingo de Ramos, por ser un día dedicado a la familia el libro también se quedó dormido.

El lunes 14 de abril fue un día muy ajetreado y avancé poco en la relectura de la novela, pues llegué sólo hasta la página 35, justo donde Fermina Daza, esposa del Doctor Juvenal Urbino, se deshace del mico amazónico que tenía el mismo semblante atribulado que el arzobispo Obdulio y Rey, por la mala costumbre que el animal tenía de complacerse en honor de las señoras... Además, esa noche me acosté temprano para descansar un poco pues tenía planeado levantarme para contemplar el eclipse de luna que ocurriría durante la madrugada. Sentía mucha expectación porque, de acuerdo a la información difundida a través de los medios de comunicación, el eclipse provocaría que la luna se tiñera se sangre.

Luna de sangre por eclipse

EL UNIVERSAL. México, DF. Sábado 12 de abril. Durante la madrugada del próximo martes 15 de abril del presente año habrá un eclipse lunar total que será visible en todo México y será el primero de cuatro eclipses totales de luna consecutivos que ocurrirán entre el 2014 y 2015, informó el Departamento de Comunicación de la Ciencia del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México en un comunicado.

El eclipse umbral iniciará a las 00:58 horas (tiempo del Centro de México); el máximo punto del eclipse total ocurrirá a las 02:46; y la fase umbral terminará a las 04:33 de la mañana del martes 15 de abril de 2014.

Durante la madrugada del martes 15 de abril, la trayectoria orbital de la luna pasará por la mitad sur de la sombra de la tierra. Aunque el eclipse no será central, la fase total durará 78 minutos y será visible en todo el Continente Americano.

Durante este fenómeno astronómico la faz de la luna cambiará de coloración hasta ponerse color rojo ladrillo. Su observación posible a simple vista no presenta peligro alguno.

El eclipse total de luna roja no es tan común, y éste será el primero de una tétrada de cuatro que ocurrirán aproximadamente cada semestre entre 2014 y 2015, fenómeno que se suscitará sólo siete veces en este siglo, según la NASA. La siguiente tétrada ocurrirá en 2023.


Como un eclipse total de luna roja no es tan común, no desaproveché la oportunidad para ser testigo de esta maravilla de la naturaleza y me levanté justo a tiempo para contemplar el inicio del fenómeno, cuya fase umbral comenzó a las 00:58 horas (tiempo del Centro de México); el máximo punto del eclipse total ocurrió a las 02:46; y la fase umbral terminó a las 04:33 de la mañana del martes 15 de abril. Entre los lapsos de una fase a otra estuve leyendo un poco y llegué hasta la página 48, justo en donde el domingo de Pentecostés, cuando levantó la manta para ver el cadáver de Jeremiah de Saint-Amour, el doctor Urbino tuvo la revelación de algo que le había sido negado hasta entonces en sus navegaciones más lúcidas de médico y de creyente. Fue como si después de tantos años de familiaridad con la muerte, después de tanto combatirla y manosearla por el derecho y el revés, aquella hubiera sido la primera vez en que se atrevió a mirarla a la cara, y también ella lo estaba mirando. No era el miedo de la muerte. No: el miedo estaba dentro de él desde hacía muchos años, convivía con él, era otra sombra sobre su sombra, desde una noche que despertó turbado por un mal sueño y tomó conciencia de que la muerte no era sólo una probabilidad permanente, como lo había sentido siempre, sino una realidad inmediata.

Fue impresionante y sobrecogedor ver cómo poco a poco la luna se fue tiñendo de rojo hasta quedar totalmente bañada de sangre, fue como si a todos los Ángeles del Reino Celestial les hubiesen amputado las alas. El Departamento de Comunicación de la Ciencia del Instituto de Astronomía de la UNAM había informado que la observación a simple vista de la Luna de Sangre no representaba peligro alguno… pero al cabo de un par de días nos dimos cuenta de que la Luna de Sangre fue un oscuro presagio de la noticia fatal que se avecinaba.

Cuando terminó el eclipse ya iban a ser las cinco de la mañana por lo que ya no me acosté, y para no despertar a mi mujer decidí tomarme un café en la cocina, donde continué con la relectura de El amor en los tiempos del cólera hasta que dieron las seis y media de la mañana, hora en que sonó la alarma del despertador. Cerré el libro y comencé el ritual de todos los amaneceres: preparé una taza de café y se la llevé a Aurora para que se la tomara recostada en la cama y terminara de despertar para irse a trabajar. El resto del martes transcurrió con normalidad. La relectura avanzó poco.

Al día siguiente, miércoles 16 de abril, prácticamente se repitió la historia de las cosas cotidianas; sin embargo, todos los noticieros nocturnos destacaron la nota de que a las 19:54 horas una fuerte granizada había caído sobre la carretera Toluca-México. La noticia no dejaba de ser sorprendente: ¡granizo en pleno mes de abril!

Granizo en autopista Toluca-México
cierra la circulación en ambos sentidos

TVAZTECA, HECHOS NOCHE. México, DF. Miércoles 16 /jueves17 de abril. A las 19:54 horas de este miércoles 16 de abril una fuerte caída de granizo sobre la carretera Toluca-México provocó el cierre de la circulación en ambos sentidos de la vía, paralizando el tráfico en pleno periodo vacacional de Semana Santa, informó la Comisaría de Huixquilucan, Estado de México.

El fenómeno meteorológico provocó hasta 13 centímetros de granizo en el kilómetro 38 de la carretera, del tramo Huixquilucan, en el Estado de México, a la Marquesa, en el Distrito Federal, y miles de personas quedaron retenidas toda la noche dentro de sus coches debido a que la carretera fue reabierta hasta la madrugada, luego de permanecer cerrada por casi 10 horas en ambos sentidos debido a la atípica granizada, reportó la Comisaría.

La Policía Federal informó que se solicitó maquinaria a fin de remover el granizo acumulado en la carpeta asfáltica.

Por su parte, el jefe de Gobierno del Distrito Federal informó que se enviaron cuerpos de emergencia para atender las contingencias en el lugar

La carretera México-Toluca fue reabierta durante la madrugada, luego de permanecer cerrada por casi 10 horas en ambos sentidos debido a una granizada atípica.

Miles de personas quedaron retenidas toda la noche dentro de sus coches debido a la tormenta de granizo que paralizó el tráfico la tarde del miércoles en pleno periodo vacacional de Semana Santa.

Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno del Distrito Federal, dijo que hacía varios años que no se presentaba una tormenta de granizo en plena primavera. Este fenómeno se atribuyó a los efectos del cambio climático.


El fenómeno fue sorprendente, sin embargo, nadie pudo reconocer el oscuro presagio de una granizada en pleno mes de abril.

El Jueves Santo Aurora no fue a trabajar porque, a pesar de que los días de Semana Santa no son de descanso obligatorio, en México es una práctica común que en la mayoría de las empresas otorguen jueves, viernes y sábado como feriados. Y como si fuese un fin de semana adelantado, a las diez de la mañana desayunamos en familia en la cocina; después de desayunar Alexander y Diland se fueron a su cuarto a jugar Xbox; Aurora y yo nos recostamos para ver la televisión mientras nos tomábamos una taza de café y conversábamos, pero Aurora se quedó dormida sin terminarse el café, y para no despertarla apagué la televisión y encendí la relectura de El amor en los tiempos del cólera. Como Aurora durmió toda la mañana leí hasta la página sesenta y cuatro, en la que el doctor Juvenal Urbino, con su último aliento, le dice a su mujer, Fermina Daza: “Sólo Dios sabe cuánto te quise”… y fallece porque la escalera, en la que se subió para atrapar al loro que se había escapado esa mañana, resbaló bajo sus pies y él se quedó un instante suspendido en el aire, y entonces alcanzó a darse cuenta de que se había muerto sin comunión, sin tiempo para arrepentirse de nada ni despedirse de nadie, a las cuatro y siete minutos de la tarde del domingo de Pentecostés…

Aurora despertó poco antes de las seis de la tarde y encendió la televisión… Todos los noticieros vespertinos transmitían la misma nota terrible: Don Gabriel García Márquez acababa de morir.

Fallece el escritor Gabriel García Márquez

TELEVISA/TVAZTECA. México, DF. Jueves 17 de abril. El escritor colombiano y Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez falleció el jueves 17 de abril, a los 87 años, en su casa de la Ciudad de México a las 14:00 horas, informó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

La carroza con los restos mortales del escritor partió de su casa al sur del Distrito Federal a las 17:05 horas con rumbo a la funeraria García López en San Ángel. Detrás de la carroza, una camioneta trasladó a la familia del escritor.

Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, lamentó la pérdida del escritor e informó que el lunes 21 de abril se realizaría un Homenaje Nacional en el Palacio de Bellas Artes.

Por su parte, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, decretó duelo nacional durante tres días y pidió que las instituciones públicas izaran la bandera a media asta en señal de luto.

“Gracias por recordarnos que Latinoamérica y nosotros los colombianos no estamos ni estaremos condenados a otros 100 años de soledad y que podemos ganarnos una segunda oportunidad”, dijo el mandatario en un mensaje en televisión.

“Fue el mejor exponente de un país que en sí mismo es realismo mágico (…) en el que las mariposas amarillas cruzan los senderos y hermosas niñas de nombre Remedios ascienden hacia el cielo”, dijo en referencia a sus novelas.

El escritor, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982, fue diagnosticado en 1999 con cáncer linfático, pero logró superar la enfermedad, tal como declaró entonces al diario colombiano “El Tiempo”.

Cabe recordar que el 31 de marzo el escritor fue hospitalizado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán ubicado en la Ciudad de México a causa de una infección pulmonar y de las vías urinarias. Luego de permanecer nueve días hospitalizado fue dado de alta, aunque en estado delicado.

La última aparición pública del escritor fue el 6 de marzo pasado cuando salió de su casa en la Ciudad de México para recibir a los periodistas y admiradores que celebraron su cumpleaños 87.

El autor de “Cien años de soledad” nació en 1927 en Aracataca, Colombia, y en 1982 recibió el Nobel de Literatura. García Márquez es el máximo representante del llamado realismo mágico que hizo mundialmente famoso con obras como “El otoño del patriarca” y es uno de los autores más conocidos de la lengua española. Su obra “Cien años de soledad” ha vendido unos 50 millones de ejemplares en más de 25 idiomas y su publicación fue un hito que marcó el llamado “boom” de la literatura latinoamericana. Otras de sus obras importantes incluyen “El general en su laberinto”, “Amor en los tiempos del cólera”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “Crónica de una muerte anunciada”.


“¡Mierda! Ahora sí nos hemos quedado huérfanos de verdad”, dije sintiendo que caían sobre mí cien años de soledad y de tristeza.

“Los escritores no son todos iguales como tampoco lo son todos los hombres, ni cuando nacen ni a la hora de su muerte”, pensé desolado y abatido y recordé aquella remota y venturosa tarde en que el destino nos unió por primera vez a Don Gabriel y a mí en el mismo domicilio a través de aquella antología de sus cuentos publicada en 1984 por la Editorial Seix Barral de Barcelona, España, en la Colección Obras Maestras de la Literatura Contemporánea, con pasta dura en color café oscuro y letras doradas, y cuyo ejemplar compré en el Departamento de Libros de Gigante Tránsito cuando María de Jesús, mi novia de aquellos años, trabajaba ahí como cajera y los sábados iba a esperarla a la salida; y como siempre llegaba antes de su hora de salida, entraba a la tienda para ver qué discos (de aquellos viejos LP de acetato) o libros interesantes me encontraba… Y ahora que lo pienso me doy cuenta de que poco después de haber comprado esa antología de cuentos de García Márquez en Gigante Tránsito terminó el noviazgo con María de Jesús y de que quince años después mi pareja de entonces me pidió prestado el libro para leerlo durante un viaje en autobús a Zacatecas… Y ya no volví a verlas, ni a ella ni a la antología… Aunque tuve un fugaz reencuentro con un ejemplar del libro el mediodía del 12 de abril cuando mi amigo José Lara me lo mostró en su puesto del Tianguis Cultural.

En 1984, cuando leí la antología de cuentos de García Márquez, José Lara y yo éramos condiscípulos en el segundo semestre de bachillerato en la Preparatoria 6 de la Universidad de Guadalajara y pasábamos muchas de las horas muertas en la cafetería de la escuela tomando café y hablando acerca de la vida, de nuestros sueños, la incertidumbre del futuro y compartiendo nuestras incipientes aficiones literarias. En muchas tardes, Don Gabriel García Márquez se unía a la charla, y a veces venía acompañado por otros escritores, como Mario Benedetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Pablo Neruda, Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Herman Hesse, Albert Camus, entre otros. En esas tardes nació entre nosotros una entrañable amistad que ha perdurado poco más de treinta años ya. Y quizá por esta razón no me parece nada raro que el buen José Lara se gane la vida con los libros.

Aún devastado por el impacto brutal de la noticia, a las diez veinte de la noche tomé el ejemplar de El amor en los tiempos del cólera que le había comprado a mi amigo José Lara cinco días atrás y escribí en la portada interna del libro: “Hace unas horas / el corazón de las letras / está de luto… /Se nos murió / Don Gabriel García Márquez. / Comienzan cien años de soledad / y de tristeza en el corazón/de sus lectores. / Y apenas el sábado había / comenzado a releer / esta novela”. Pero no pude continuar con la relectura.

Coloqué el libro sobre el escritorio, entre el teclado y el mouse, y como suele ocurrir cuando algo me oprime el pecho, encendí la computadora y navegando entre los delirios del recuerdo, la nostalgia y la desolación me pasé toda la noche escribiendo acerca de mi relación con Gabriel García Márquez. Y es que desde aquella tarde remota en que adquirí la antología de cuentos de García Márquez en Gigante Tránsito, Don Gabo se convirtió en mi amigo y siempre me ha acompañado. En ocasiones duerme a un lado de mi cama o conversa conmigo en mis frecuentes y largos insomnios.

Mariposas amarillas me crecieron en la cabeza y en la panza cuando leí Cien años de soledad; conocí la acidez de la angustia con la Crónica de una muerte anunciada; qué oleada de ternura me invadió al leer La hojarasca; qué sensación de impotencia con El coronel no tiene quien le escriba; qué maravilla haber leído La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada; qué adorable ternura la del amor tardío de El amor en los tiempos del cólera; qué nostalgia sentí con Memoria de mis putas tristes; qué travesía maravillosa realicé con Doce cuentos peregrinos; qué compasión sentí por “Un señor con las alas muy grandes”; qué ansiedad me provocó “El rastro de tu sangre en la nieve”, qué risa me causó el final tan divertido de “En este pueblo no hay ladrones”; qué desconsuelo me provocó “El ahogado más hermosos del mundo”; qué zozobra me despertó Del amor y otros demonios… Realmente ha sido un gozo, un placer, un privilegio leer cualquier texto de García Márquez, pero, especialmente, Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada y “El ahogado más hermoso del mundo” me hicieron cautivo de la literatura de Don Gabo para siempre.

Con Don Gabo aprendí que la amistad más que presencia es compañía. Y para mí él era mucho más que un amigo. Por eso cuando escuché la noticia de su muerte supe que yo era uno más de los miles de huérfanos que heredaríamos las maravillas de su obra, pues el dolor no tiene dueño. Y Don Gabo se quedará para siempre entre los escombros de mi memoria, pues la muerte no llega cuando fallecemos, sino cuando nos olvidan.

Y, como dije antes, el día que murió Don Gabo me pasé toda la noche conversando con mi antiguo compañero, dejando fluir los recuerdos y escribiendo estos apuntes para un cuento; y justo cuando ponía el punto final, a las 9:27 de la mañana del viernes 18 de abril, un terremoto sacudió la ciudad.

Terremoto de 7.2 grados Richter sacude gran parte de México

LA JORNADA. MÉXICO, DF. Martes 22 de abril. El viernes 18 de abril, a las 9:27 horas locales, se registró un terremoto que se sintió en gran parte de la república y el epicentro fue localizado a 41 kilómetros al sur de Petatlán, Guerrero, situado a unos 300 kilómetros al sureste de la Ciudad de México.

Tras el fuerte movimiento telúrico en la Ciudad de México sólo se reportaron algunos daños menores como vidrios rotos y bardas caídas.

La magnitud del sismo fue fijada primero en 7 grados Richter y luego en 7.5. Horas después fue corregida a 7.2.

Para el lunes 21 de abril, se habían registrado 249 réplicas, la mayor de ellas de una magnitud de 4.8, de acuerdo con reportes del Servicio Sismológico Nacional (SSN).


El diario agregó que el sismo de este viernes no ocurrió en la llamada Brecha de Guerrero, falla ubicada frente a la Costa Grande de Guerrero y donde se espera que ocurra un sismo de gran intensidad.

Cuando el sismo paró tomé el mouse para guardar el texto que acababa de escribir y sin querer tiré al piso el ejemplar de El amor en los tiempos del cólera que estaba junto al teclado; y justo en ese momento sentí que un peso leve, como el de una mano de espuma, se posaba sobre mi hombro derecho; y al levantar la vista en la pantalla de la computadora vi pasar el reflejo de un señor con las alas muy grandes. Sorprendido, giré rápidamente la cabeza, pero detrás de mí no había nadie. Desconcertado, me levanté de inmediato y me asomé a las habitaciones. Aurora y los niños aún dormían.

Confundido, regresé al cuartito de la computadora para levantar el libro que había caído al piso; estaba abierto en la página 158, en la cual el doctor Juvenal Urbino, al recibir la carta póstuma de su padre, se enfrenta a la certidumbre de la muerte y recuerda aquella tarde, cuando él tenía nueve años, once quizás, en que ambos se habían quedado en la oficina de la casa una tarde de lluvias, él dibujando alondras y girasoles con tizas de colores en las baldosas del piso, y su padre leyendo contra el resplandor de la ventana, con el chaleco desabotonado y ligas de caucho en las mangas de la camisa. De pronto interrumpió la lectura para rascarse la espalda con un rascador de mango largo que tenía una manita de plata en el extremo. Como no pudo, le pidió al hijo que lo rascara con sus uñas, y él lo hizo con la rara sensación de no sentir su propio cuerpo al ser rascado. Al final su padre lo miró por encima del hombro con una sonrisa triste.

—Si yo me muero ahora —le dijo— apenas si te acordarás de mí cuando tengas mi edad.

Lo dijo sin ningún motivo visible, y el ángel de la muerte flotó un instante en la penumbra fresca de la oficina, y volvió a salir por la ventana dejando a su paso un reguero de plumas, pero el niño no las vio.


Cerré el libro y en ese momento en el patio se escuchó el aleteó de miles de mariposas amarillas y poco a poco la casa fue llenándose de un olor a naranjas recién partidas.

Sólo entonces empecé a entender la relación de la extraña serie de acontecimientos que se habían desencadenado en los últimos días como heraldos negros que presagiaban que vendrían cien años de soledad y tristeza para los lectores de Don Gabo.

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