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Retroverso de Sergio Zepeda


Imágenes y notas suelen ser medios que permiten conservar algunas vivencias, pero en el caso del artista Sergio Zepeda, representan un punto de partida que dará origen a elaboradas creaciones con piezas llenas de simbolismo ahora presentes en la exposición Retroverso, en el MUSA (Museo de las Artes) de la Universidad de Guadalajara.

Con el apoyo de la University of Guadalajara Foundation-USA y el Legado Grodman, esta exhibición, curada por Moisés Schiaffino y Diego Espejel Jiménez, toma forma con las mezclas de elementos concebidas por una personalidad igualmente versátil, que lo mismo ha ejercido la arquitectura y la pintura, como la faceta en escritura, academia y docencia.

Para el autor, la semilla de su inspiración germina de un recuerdo o de una imagen bosquejada en el subconsciente. Después, permite que la idea madure para retomarla de manera más concreta, incluso con la concepción de los soportes y de la técnica con la que será ejecutada.

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“Cuando empecé a hacer arte objeto, que es la combinación de elementos que juntos hacen una lectura nueva, vi que el lugar para imprimir puede ser variable. Tiene mucho que ver con lo apegado que soy a los objetos, yo conservo juguetes de niño, conservo algún trompo que tenía, algún yoyo, y he visto y he sentido que al paso de los años los objetos adquieren una personalidad propia muy independiente de la función para la que fueron concebidos”, expresó Zepeda.

“Al verlos tienen una lectura de valor muy interesante y ahora, combinando esos objetos arbitrariamente, haciéndolos trabajar para algo que ni siquiera fueron concebidos, el resultado da a veces un mensaje que hubiera sido totalmente inesperado, pero que permite admirar todavía más el valor de cada pieza y leer un conjunto o un escenario inventado por nosotros. Para mí esa es la raíz del arte objeto, es lo interesante del mismo”.

La elección de materiales varía de acuerdo con el concepto mismo y el tamaño de las piezas, en las que conviven, por ejemplo, óleo y acrílico, mientras que por otro lado se observan acuarelas y dibujos en distintas superficies y texturas.

La trayectoria recorrida y también la influencia de artistas del agrado de Zepeda están latentes en el trabajo desarrollado con una combinación de mensajes.

“Esta obra tiene algo de todo ese abanico de actividades, que vale la pena que el público lo considere y lo va a encontrar, sin duda, en la variación tan interesante de piezas que son totalmente opuestas y diferentes”.


Sergio Zepeda y el Salón de octubre

Sergio Zepeda Castañeda pertenece a la estirpe de aquellos recordados personajes tapatíos de la primera mitad del siglo XX que destacaron por su espíritu renacentista. Cabe recordar a Gerardo Murillo —autonombrado Dr. Atl—, Juan Ixca Farías, José Guadalupe Zuno y Francisco Rodríguez Caracalla, entre otros, a quienes por sus talentos heterogéneos, inquietudes ilimitadas y ánimo renovador les fue insuficiente la vida para culminar sus propósitos.

Hombre de nuestro tiempo, Zepeda Castañeda recoge el ejemplo de estos primigenios animadores de nuestro arte citadino y, en su devenir, ha trazado su propio derrotero por senderos plurales asociados al humanismo: arquitecto, pintor, escultor, catedrático, dirigente universitario e impulsor de la plástica en Guadalajara.

Entre su multiplicidad de facetas, siempre matizadas con fulgores de arte, destaca su participación en el Salón de octubre, el controvertido certamen-exposición anual fundado en 1977, el cual pese a sus altibajos, ha dado lustre y renombre a muchos artistas jaliscienses.

El paso de Zepeda Castañeda por el Salón de octubre, de 1989 a 1996, constituyó un parteaguas pues, con mentalidad abierta y visión, hizo renacer este concurso artístico (que se encontraba en descenso) al incluir en él a pintores jóvenes, principiantes con talento que hasta entonces no habían tenido oportunidad de participar en esta muestra anual. De esta loable decisión se instauró la categoría A, que incluía a creadores profesionales, experimentados, con más de veinte exposiciones en su currículum; y la B, que abría las puertas a los autores noveles con aptitudes.

Esta y otras reformas que estableció dieron prestigio al Salón y alentaron a una profusión de artistas jaliscienses que buscaban, en un foro de lenguajes plásticos divergentes, dar a conocer sus propuestas.

El espíritu progresista de Zepeda Castañeda le proviene de su esencia universitaria, campo en el que percibió los reveladores beneficios que los estímulos al esfuerzo aportan a los estudiantes. Fungía como director de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara cuando, sin abandonar esta función, asumió la dirección del Salón de octubre, cometido en el que encauzó sus experiencias pedagógicas, propia del maestro sensible, que le permitió dar trascendencia a un a competición de exponentes de la plástica y culminar una etapa de su vida con un legado fructífero, en el ámbito del arte, que seguramente muchos creadores y diletantes le agradecerán (Guillermo Ramírez Godoy).


El inicio de mis pasos

¡Quiero ser pintor! Fue mi pronta respuesta ante un cuestionamiento del gentil caballero, don Gerardo Zepeda, mi señor padre. “Bien, es tu decisión… Pero quisiera que antes estudiaras una carrera formal, esa sería mi mejor herencia”.

Fue así que, con mi mayor ánimo, estudié, ejercí y enseñé arquitectura, aunque la pintura siempre permaneció conmigo. Fue mi aliada en la presentación de mis proyectos, en las prácticas de taller, en la academia, en la docencia y en la administración universitaria, actividades que, por más de tres décadas, requirieron de buena parte de mi tiempo; sin embargo, siempre busqué y encontré el momento para crear y contar historias por medio de formas plásticas.

No olvido aquella tarde cuando mi abuela paterna —Guadalupe Castillo de Zepeda, quien pintaba más que decorosamente— me nombró su ayudante. Siendo aún niño me regaló una cajita metálica, con doce pastillas, de acuarelas alemanas. Al notar en mi cara un gesto de sorpresa por tan pocos colores, aseveró, con cierta solemnidad y tocando mi hombro con unos pinceles: “Con estos pigmentos, agua y tu ingenio, podrás crear todos los colores y las tonalidades que tu mente sea capaz de imaginar”.

No tardé mucho en constatarlo.


Derribar el muro

Primero como alumno y después como profesor, fui creciendo en la comunidad de la entrañable Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara, cuya sede se localiza en uno de los claustros que, durante la dominación española y buena parte del siglo XIX, perteneció al convento de Santa María de Gracia.

La sobria belleza de este recinto se encontraba disminuida por un muro divisorio que, de manera burda e invasiva, mutilaba importantes secciones del patio central y de las arquerías de los pasillos. Detrás de él se ubicaban algunas dependencias —casi siempre vacías— de Correos de México, así como un descuidado estacionamiento. Del otro lado, nuestra laboriosa escuela tan necesitada de nuevos espacios. Basta decir que los actos protocolarios se desarrollaban, casi al aire libre, en una forzada aula magna que se habilitada, cuando era requerida, en la estrecha sección que nos quedaba del patio.

Con más valentía que esperanza, cuando ejercí como director, pude elevar nuestra inconformidad ante Carlos Salinas de Gortari —por entonces, presidente de la República— quien, por medio de su secretario particular, nos contactó con el director nacional de Correos de México. Con mucha empatía, este funcionario entendió nuestro problema y se comprometió a resolverlo.

Iniciamos una compleja aventura que se prolongó por varios años y que, afortunadamente, culminó con la reducción de la oficina de Correos a una mínima área y con la entrega formal a nuestra escuela de los espacios desocupados. Esta acción significó un generoso incremento en aulas y talleres. Recuperamos así, con emotiva satisfacción, la integridad del añoso edificio que, por fin, nos cobijó con toda su prestancia colonial (Sergio Zepeda).


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