Logo

Trágame tierra

Adolfo González Ramírez


Mi computadora estaba a punto de explotar y yo no podía terminar mi trabajo de fin de curso. No tenía más que mandarla arreglar, pero me faltaba el dinero para eso; bien dicen que las cosas malas nunca vienen solas. Sin embargo, estaba dispuesto a hacerlo, pues de otra manera mi futuro como estudiante estaba en riesgo. No tuve otra opción que asumir el rol que la tecnología impone en nuestra vida y fui con el técnico para que la formateara. Ni modo. Ahorraré en otras cosas, pero en esto jamás lo haré, lo siento.

El técnico me caía bien, aunque era un tanto chismoso. Cada que le llevaba a imprimir algún documento se quedaba viendo con especial atención mis fotos, mi currículum y mis ensayos. Por eso y otras tantas cosas para mí era un reto llevarle mis privacidades justo delante de sus ojos. Yo soy muy vergonzoso, de hecho me da pena que leas esto. Pero era muy bueno el compañero, así que me tragué mi pena para sacar adelante este pendiente que me tenía colgando de las orejas.

Desconecté mi computadora, la metí a la mochila y me fui directo al taller. Pensaba en lo que guardaría en una memoria para que no se me perdiera: fotos, currículum, ensayos... en fin, había muchas cosas que no me gustaría extraviar para siempre de la faz de la tecnología ni de la tierra. Su pérdida para la eternidad no sería tan grave, pero aunque sea un boleto del camión, un grano de sal o un recorte de periódico, lo que no encuentres, siempre te deja un pendiente en tu interior, quieras o no. Así es la vida moderna, pierdes cosas cada segundo pero encuentras otras al minuto.

Antes de iniciar mi jornada laboral dentro de mi computadora me gustaba ver sus fotos. Estaba guapísima, no podía evitar admirarla cada mañana (y cada tarde y cada noche). Cuando me topaba con ella mi estómago tenía una reacción en el límite entre el dolor y la motivación. Su cara me era tan placentera que cada facción suya funcionaba en mi cerebro como motivo y alegría para rellenar mi motor de energía antes de emprender cualquier cosa dentro de mi archivo de Word. Se había convertido en un ritual verla. Debo admitir que en mi vida apenas crucé palabra con ella y en realidad no tenía casi ninguna oportunidad. Lo bueno (o lo malo) del asunto es que este mundo de la tecnología te permite relacionarte con simulacros de personas y a veces un simulacro es tan parecido a la vida real que casi obtienes la misma experiencia placentera. Pero ahí estaba la fulana: no era mi novia, ni mi amante, ni mi esposa, pero cumplía una función en el mundo con sus fotos y tiktoks pegados a mi pantalla y yo, por lo pronto, no necesitaba más de ella.

El técnico me recibió con cara de pocos amigos. Me dijo que mi computadora era un desmadre y que lo que le hiciera iba a requerir “un buen de tiempo y de dinero”. Asentí a todo lo que me dijo, aunque no entendiera ni la tercera parte de su lenguaje técnico. Yo, como dije antes, estaba dispuesto y abierto a todo, así que no le reviré nada porque a fin de cuentas él era el experto. Me tragué mi orgullo y salí de ahí con la nota provisional y con un dejo de esperanza en mi sonrisa. Por fin ese maldito pendiente tecnológico estaba saldado. Esos triunfos cotidianos saben a gloria. Me quedaba mi imaginación mientras mi bebé era reparado.

El tiempo que no tuve la computadora lo dediqué a observar más la naturaleza... no, la verdad es que sufrí mucho sin ella. Veía la tele horas interminables en mis tiempos libres para tratar de compensar un poco la carencia de tecnología dentro de mis pupilas. Estaba, algunos días, despierto hasta las cuatro de la mañana mientras observaba porn... documentales, noticieros repetidos y partidos de fútbol repetidos también. Fueron tiempos extraños debido a que la costumbre de encender, observar y apagar la computadora estaba muy arraigada en mí. Pero gracias a la ayuda de mis padres y amigos salí adelante, por lo que aguanté a pie firme los embates del destino. Este calvario duró hasta el día en que estaba preparado para comerme mi vergüenza e ir al taller.

El técnico me habló hoy en la mañana porque mi computadora ya estaba lista. Objetivo cumplido: la recojo, pago y a otra cosa. Por fin se acabarían los tiempos de televisión, libros, televisión, libros, cuadernos, personas, libros, cuadernos. Mi vida estaría centrada otra vez alrededor de ellas: de mi cara guapa y de mi computadora. Creo que ahí acaba el relato de esta aventura.

“Le quiero decir algo, joven”. “¿Respecto a mi computadora?” “No, su computadora está perfecta, de hecho está mejor de lo que yo creía”. “Ah, bueno, menos mal”. “No, joven, quiero decirle algo acerca de... pues de unas fotos que tiene ahí”. “¿Cuáles fot...?” “Mire, joven, yo no le llamo a la policía sólo porque no creo que así se arregle el asunto, pero eso que usted hace con las fotos de los demás... bueno, con las fotos de una persona que, digo, no sé si me entiende... yo sé que a usted le gustan las mujeres y todo eso, y sí, pues son muy guapas, pero... mire, a mí me da miedo que usted algún día, pues persiga a mi hija con otros fines, y la verdad no es que yo lo esté acusando de nada, pero váyase con cuidadito, cabrón, porque o me borras las pinches fotos o te mando madrear, ¿eh? Te lo juro, cabrón. No vuelvas nunca aquí para empezar, porque igual un día amanezco de malas y te me vas a la verga”.

Me tragué ese orgullo, la pena y el bochorno ya tan mencionado, y salí del lugar sin voltear atrás. Estaba muy contento porque mi computadora estaba por fin arreglada. Sus fotos estaban borradas pero el pobre señor no sabe que las puedo conseguir en cualquier otro lado dentro de este universo de redes interminables: FB, Instagram o lo que sea. Yo seguiría con mis rutinas de siempre, con un poco más de vergüenza de la que ya tenía, sin embargo no era para tanto el problema. No obstante, sé que las repercusiones del caso pueden ir más allá de las amenazas del técnico. Pero lo bueno es que el local ni siquiera estaba en mi colonia, así que a la gente a la que le podía contar acerca de mis gustos y perversiones no se encontraban ni siquiera cerca de mi círculo social.

Me tragué mis pensamientos, le dejé de dar vueltas al asunto y busqué en Google la dirección de otro técnico.


Jumb14

Bajtin y Fuentes

Lourdes Hernández Armenta


Jumb15

El síntoma del impostor

Héctor A. Limón


Jumb16

Destino 6

José Ángel Lizardo