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EducaciónCulturaUmbral

Amor por la palabra y el pensamiento

Juan Antonio Castañeda Arellano

En algún momento los niños se preguntan
a qué se dedican sus padres. Saber que el
mío era filósofo no me llevó muy lejos.
Pedí más datos y explicó que estudiaba
“el sentido de la vida".

Juan Villoro

Por la presente me dirijo a todos para poder llegar a algunos. Que no estén presentes los demás o que no les interese no significa que no hagan falta. Las siguientes ideas sueltas y revueltas son pistas para la reflexión, apertura a la esperanza. Encrucijada en la que se intercambien ideas y experiencias. Una invitación a compartir puntos de vista, decepciones, entusiasmos, debatir con el otro, a ver al otro, a modificar nuestra práctica, tal vez a observar mejor, a definir y utilizar recursos propios y de aquellos a quienes intentamos formar en las “competencias” y que nos han sido confiados.

No son recetas a recoger, son puntos para la reflexión pedagógica, inspirados en varios teóricos a quienes daré crédito en el proceso de este pequeño escrito. Insisto: no estoy proponiendo panaceas, ni siquiera alternativas a los procesos educativos en el Bachillerato General por Competencias. Sólo pretendo impulsar la reflexión en torno al quehacer diario del aula dentro de cualquier tema y en las diversas temáticas abordadas durante el curso.

Tengo que manifestar que, en lo personal, yo amo una universidad lúdica, interesante, inquietante, imaginativa, creativa, crítica, que nos ayude a ser ciudadanos, a amar la vida y los valores fundamentales —la democracia, la justicia, la solidaridad, la dignidad, el respeto. No obstante, hoy, después de dos décadas de vivir en ella y para ella, tengo muchos elementos para decir que es aburrida y burocrática.

Por otra parte, dada mi deformación filosófica y mi amor por la literatura, ando constantemente en la búsqueda de respuestas acerca de la vida por la vía de las preguntas kantianas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué es el hombre? Además, las mías propias: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Qué me cabe esperar? ¿Cómo cambiar la vida? ¿Cómo construimos el mundo? ¿Cómo lo explicamos? ¿Qué significa pensar? ¿Qué es la verdad?

Según Lipman, la filosofía es una forma de pensar sobre el pensar. Permite problematizar e investigar ciertos conceptos que le son propios —como verdad, justicia, libertad, tiempo, amistad— al mismo tiempo que desarrolla ciertas habilidades de pensamiento. Así, facilita poner en práctica este pensar sobre sí mismo: enseñar a tomar conciencia sobre el modo en que se razona y a desarrollar conceptos sobre la forma en que se conceptualiza.

¿Qué significa pensar? Pensar es poner en práctica una habilidad susceptible de ser perfeccionada, la lógica será la principal herramienta para enseñar a pensar. El pensar es una habilidad que, por excelencia, nos capacita para adquirir sentido. Ayuda a los adolescentes a pensar por sí mismos, o sea, a adquirir sentidos por sí mismos, a dar argumentos y razones acerca del mundo social en que se vive.

Se dice que la verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar sino, también, en aprender a pensar sobre lo que se piensa. Además, hay que tener en cuenta que el primer objetivo de la educación consiste en hacernos conscientes de la realidad de nuestros semejantes, es decir: tenemos que aprender a leer sus mentes.

Cabe señalar que no es lo mismo procesar información que comprender significados. Ni mucho menos es igual que participar en la transformación de los significados o en la creación de otros nuevos. Así, la habilidad de aprender es una muy distinguida capacidad abierta, la más necesaria y humana —quizás— de todas ellas.

Ahora bien, para rentabilizar, de modo pedagógicamente estimulante lo que uno sabe, hay que comprender también que otro no lo sabe… y que consideramos deseable que lo sepa. Ya que enseñar es siempre enseñar al que no sabe y, quien no indaga, constata y deplora la ignorancia ajena no puede ser maestro de… ni por mucho tiempo.

Cualquier tema de cualquier curso no tienen una respuesta acabada. De uno u otro, son temas acerca de los cuales, cada profesor, estudiante, con la ayuda de los demás, va a ir construyendo su propia percepción de lo que es más adecuado a su contexto familiar o sociocultural. Por ello, nuestra labor como profesores es facilitar y propiciar que surjan los mejores argumentos de las diversas posiciones y que sean abordados o debatidos en el colectivo del aula.

Es evidente que cualquiera puede enseñar, lo cual no quiere decir que cualquiera sea capaz de enseñar cualquier tema. Por tanto, lo importante es enseñar a aprender —el arte de enseñar a aprender consiste en construir fábricas y no almacenes. El pedagogo Juan Delval señala: “Una persona capaz de pensar, de tomar decisiones, de buscar la información relevante que necesita, de relacionarse positivamente con los demás y cooperar con ellos, es mucho más polivalente y tiene más posibilidades de adaptación que el que sólo posee una formación específica”.

Así, hay que tener claro que los cursos de filosofía, o como ahora se les llama, “unidades de aprendizaje”, son fundamentalmente cursos para pensar la realidad, para impulsar habilidades del pensamiento, son algo así como un articulador, no como un ladrillo suelto, y la habilidad de pensar filosóficamente es el cemento, es el modo de trabar esos ladrillos con el uso del pensamiento multidimensional. Un pensamiento que nos fuerza a pensar, que nos conmueve, que nos deja perplejos, que nos lleva a problematizarnos, pensar lo que hasta ahora no podemos pensar… es la afirmación de lo indeterminado, lo imprevisto, lo imprevisible.

La misión de la filosofía y de la educación será la de urgir y viabilizar el pensamiento de la complejidad, un proceso que no tiene final, ya que la realidad cambia constantemente. Por ello, hay que lograr que los alumnos pasen a convertir las oscuridades de la razón en energía creativa.

Karl Popper, en su libro La sociedad abierta y sus enemigos señala: “Tengo que aprender a desconfiar o recelar de esa peligrosa impresión o convicción de que soy yo quien tiene razón”. En otras palabras, tenemos que recelar de dicha impresión por muy fuerte que ésta sea. De hecho, cuanto más fuerte sea, más debemos desconfiar de ella, pues cuanto más fuerte es, más grande es el peligro de que seamos unos fanáticos intolerantes. Por tanto, más que defender un conocimiento tajante, absoluto, nuestra posición debe tener un fuerte componente ético, que permita dilucidar y defender una actitud humilde y sencilla frente al hecho de lo limitado —a veces— de nuestros conocimientos acerca del mundo y de la posibilidad de alcanzar la verdad.

Análogamente, Popper insiste en que siempre debemos estar dispuestos a reconocer que hemos cometido un error, que nos hemos equivocado. Ello nos permite entender que existen diversas maneras de pensar, conocer y percibir la realidad. Asimismo, comprender que hay entre estas maneras, mejores o peores, aspectos que mediante el contraste con las experiencias, el intercambio de ideas, el diálogo racional y argumentado entre los profesores y los estudiantes podremos ser capaces de reconocer la superioridad de un parecer sobre otro y de construir entre todos una mejor aproximación a la verdad y a la realidad. En suma, la apuesta es por una alumna, alumno y profesor que piensan y se piensen deliberando.

Y para terminar con humor propongo, pretendo, quiero, insisto, vuelvo a insistir, que la calle de las prostitutas se llame Calle de la Verdad y que la entrada sea gratuita. ¿Qué les parece?

Zapopan, Jalisco, febrero del 2015

Juan Felipe Cobián Esquivel María Dolores García Pérez Julio Alberto Valtierra Juan Castañeda Jiménez Juan Manuel Ortega Partida
Yésica Cecilia Núñez Berber
Juan Antonio Castañeda Arellano Luis Rico Chávez Juan Manuel Ortega Partida