Presentación
Existen al menos dos expresiones populares para referirse a la perspectiva desde la cual las personas perciben una situación determinada. La primera, ver los toros desde la barrera, se refiere a colocarse a una cierta distancia respecto del fenómeno que se observa, tener una visión general y de conjunto, y poder concebir una serie más o menos amplia de posibilidades o alternativas de acción y solución de los problemas. La segunda, desde el punto de vista del torero, es: dices eso porque no estás en mi pellejo, relacionada precisamente con estar dentro del problema, formar parte de él, enfrentándolo cara a cara, con una serie limitada de conocimientos, habilidades, actitudes, recursos, técnicas (o sin ellos), con una visión parcializada y, lo más importante, con la urgencia de resolver el problema, salir adelante lo mejor posible, salvándose a sí mismo y quedando bien con todos.
Quienes actúan desde su pellejo (directivos) suelen creer, como el torero, que son la autoridad en el ruedo (centro escolar), que pueden improvisar según como venga el toro (dinámica, problema), que no tienen que pedirle opinión a nadie porque con la muleta (nombramiento) y la espada (poder) en la mano no hay nadie mejor que ellos. Pero cuando no reciben las orejas ni el rabo (premios), o no escuchan el aplauso (reconocimiento o halago), tienden a creer que quienes fueron a verlos son ignorantes, no entienden las dimensiones del arte ni el riesgo que en él se corre; también que son ingratos porque no valoran el esfuerzo que se hace para entretenerlos (a veces literalmente).
Quienes ven los toros desde la barrera (profesores, alumnos, padres de familia, sociedad), piensan, por su parte, que el torero desperdició el potencial de la bestia (conocimiento, experiencia, entusiasmo, voluntad…) porque le dedicó mucho tiempo al capote (acciones banales e injustificadas), dándole largas, de modo que el toro se cansó o se aburrió; que no debió dejar que los picadores (jefes supremos, otros) disminuyeran al animal agrediéndolo y sangrándolo (explotación insana, desmotivación, falta de incentivo) del modo que lo hicieron; que a la hora de la estocada (demostrar la competencia, rendir cuentas, ser evaluados) ni el toro ni el torero estaban bien colocados, que no tuvo la fuerza, la voluntad ni el coraje necesarios para cerrar la faena gloriosamente; que, por otra parte, el torero puso mayor atención a los comisarios, a las autoridades civiles, a las manolas y los músicos (agentes externos a la tarea), que a las dos tareas fundamentales: vencer con elegancia al toro (resolver los problemas con asertividad) y dejar satisfechos a los espectadores (usuarios y financiadores de la educación). También suelen pensar que de estar en el lugar del torero hubieran hecho diez mil cosas diferentes más asertivas que las que vieron esa tarde desastrosa (gestión) de fraude y desencanto.
De idéntica manera, en el ámbito educativo los directivos —como los toreros— piensan que no se deben a nadie, pueden capotear los problemas cuando vengan y como vengan, no escuchan opiniones (ni abucheos), y si no llega el aplauso sienten que no los comprendieron o los demás no estuvieron a la altura necesaria para darse cuenta de todo lo que aquellos hicieron por su organización educativa.
Y los profesores, estudiantes, padres de familia… sienten que muchas de las cosas que sucedieron durante el ejercicio de un determinado directivo pudieron prevenirse, evitarse, planearse u organizarse de otro modo; que se les pudo dedicar menos tiempo del empleado, que no debió desgastar a los miembros de la comunidad educativa con gestos despóticos ni desplantes de poder, para convertir la gestión en éxito y no en irritación y descontento. Sienten que el directivo en turno se dedicó más a atender compromisos externos y buscar su proyección personal que a formar estudiantes y buscar la satisfacción de quienes pagan el boleto (su salario). Piensan que, directivo escolar o torero, deberían tener un sentido ético más amplio y dar lo mejor de sí, honestamente, en todo momento.
Por situaciones como las que arriba se dibujan, es frecuente oír en los pasillos de las escuelas y en las salas de maestros: si yo fuera el director…
Quien en algún momento de su vida contempla como parte de su desarrollo profesional el convertirse en director de un centro educativo, puede plantearse el reto de adquirir el nombramiento a través de alguno de los siguientes escenarios:
Como quiera que sea, el aspirante recibe la noticia, el nombramiento y el poder de director.
Antes de instalarse en la silla, el nuevo director debe tomar al menos tres decisiones acerca de sí mismo:
La primera, para responderse la pregunta: ¿qué tipo de liderazgo quiero ejercer? Uno de tipo jerárquico, vertical, antidemocrático (instructivo); o uno democrático, horizontal, cooperativo, colaborativo, participativo, en constante aprendizaje y cambio (transformacional) (Salazar, 2012).
La segunda, para contestar a: ¿qué quiero hacer con el poder? Servir, o servirme; aplastar o contribuir al desarrollo de la organizar que dirigiré. Responder a intereses externos o a los intereses de los miembros de la comunidad de la que a partir de este momento soy líder.
La tercera, para reflexionar sobre el estado en que recibo la organización y el estado en que deseo entregarla al término de mi gestión (Pérez y Maldonado, 2012).
También puede decidir no instalarse en la silla, y ponerse de inmediato a trabajar.