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Para qué tener un plan de vida

Juan Castañeda Jiménez

Ningún viento es favorable para quien no sabe a dónde va.
Séneca

Un gesto de amor propio implica plantearse para qué se quiere vivir. De hecho, para Branden (1994), la práctica de vivir con un propósito es uno de los seis pilares de la autoestima. Claro que se puede vivir sin un plan, pero se pierde la calidad de la vida porque se vive ausente del para qué se vive. Tampoco se tiene conciencia de la importancia de trabajar para producir bienestar en algún sentido; se puede trabajar pero sin dirección y eso no siempre opera a favor de la persona. La alegría de vivir depende mucho de saber para qué se quiere vivir. Plantearse la pregunta “¿Para qué necesito un plan de vida?” es preguntarse por lo que importa en la vida y trabajar conscientemente para conseguirlo.

Las personas que no se percatan de la importancia de tener un para qué vivir son más susceptibles de experimentar depresión ante cambios de su cotidianidad. Por ejemplo, una persona que cuida la enfermedad de uno de sus padres pero éste fallece, suele experimentar gran pena y dificultad para recuperar la alegría de vivir. Y es que el sentido de su vida era cuidar al ser querido que ahora ha perdido, desestructurando su vida. En cambio, las personas que asumen un sentido, un para qué quieren vivir, estas situaciones pueden abrirle la oportunidad de encontrar un sentido diferente a su vivir. De otra manera, la persona tendrá serias dificultades para sentir alegría por estar viva.

¿Para qué esperar a que una circunstancia extraordinaria rompa el ritmo de la vida para plantearse el sentido de la vida? Hay que identificar lo que produce bienestar desde ahora. ¿Cómo puedo comenzar yo? De hecho, casi todos queremos muchas cosas en la vida pero no todo se puede alcanzar o tener. Inicio definiendo prioridades, porque la vida no es un recurso infinito y he de definir lo que me parece más importante y dar a ello preferencia. Si se tiene claridad sobre lo que se quiere y busca en la vida, es posible hacer mejor uso de los recursos de que uno dispone.

Se puede definir un plan en el que quepa la vida entera y no sólo el aspecto profesional-laboral. Para ello, se pone en claro lo que se quiere vivir en las diferentes esferas de la vida y la forma en que se alcanzarían tales logros.

Otro aspecto muy importante es realizar una evaluación de la circunstancia actual con respecto a los propósitos a los que aspira, de esta forma, parto de la realidad y no de mis fantasías o sólo mis deseos.

Puede ser que no llegue a terminar mi plan; que mi vida termine antes de que consiga lo que busco alcanzar. Aun así, experimentaré alegría de estar trabajando en lo que quiero mientras vivo. Me sentiré satisfecho puesto que estoy produciendo condiciones que me parecen importantes.

También puede ocurrir que no evalué bien las circunstancias, mis recursos o mis posibilidades y mi proyecto se vea frustrado. En este caso, debiera prever —desde ahora— un segundo plan al que llamaremos Plan B. Se trata de un plan alternativo si fracasara el principal.

Cierto que se puede vivir a la deriva, pero eso constituye el escenario para la depresión y quizá la muerte en vida. Erich Fromm (2002) hablaba de la alegría de vivir como una de las funciones que se aprenden de la madre y que ésta sólo puede proporcionarla si ella misma es feliz con su vida.

Cabe suponer que alguna persona no haya tenido las mejores condiciones de crianza y no haya aprendido el júbilo por la vida. A pesar de ello, ahora tiene la posibilidad de modificar su destino planteándose una vida con sentido para sí y luego construir los escenarios de los que depende florecer. Viene a cuento la serie de películas Volver al futuro (Back to the Future, 1985)* en la que el padre del protagonista tiene una vida adulta distinta en función de los cambios que realiza en su adolescencia.

Todos tenemos la posibilidad de modificar la experiencia de vivir cuando tomamos conciencia de que no es obligatorio vivir en la inercia y que podemos actuar conscientemente para propiciarnos una existencia significativa. Cierto que las personas son producto de su tiempo, pero no es menos cierto que también son productoras de condiciones para cambiar los tiempos. Esa es la diferencia entre vivir de manera pasiva y vivir de manera activa.

Vivir pasivamente frente a la propia vida es vivir sin elegir, es vivir a la deriva, reaccionando a las circunstancias para acomodarse a remolque de la realidad. En cambio, vivir activamente implica tomar la iniciativa y elegir lo que se quiere en la vida y luchar para producir condiciones para una forma de existencia a la que se aspira. La condición es no dañar al medio ambiente, a los demás o a uno mismo. Antes bien, hay que abrir posibilidades de mejora para todos. Quizá el mayor bienestar depende de que la riqueza producida sea disfrutada en compañía con los congéneres. Es dudoso, al menos no es fácil, disfrutar la vida de una manera que excluya a los demás.


Nota

* Vale la pena ver esta serie de tres películas, para reflexionar sobre la trascendencia de los actos en la adolescencia.


Bibliografía

Branden, N. (1994). Los seis pilares de la autoestima. México: Paidós.

Fromm, E. (2002). El arte de amar. Recuperado de http://www.opuslibros.org/libros/arte_amar/indice.htm.


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