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La narrativa policial al margen de la literatura oficial*

María Lourdes Hernández Armenta

[Este género] es un negro —sentencia— y la literatura
es un barrio elegante donde no tiene derecho a instalarse.
Narcejac

Nota introductoria

La narrativa policial es uno de los géneros que más vende en la actualidad a nivel mundial, debido a la aceptación que las masas tienen hacia dicha literatura, la manera en que se introduce en el mercado editorial1 y porque se asocia a lo comercial, lo amarillista y a lo fácil, se ha creado en torno a ella una reputación dudosa.

Esto no ha impedido que haya alcanzado el reconocimiento de la crítica. En la actualidad no es el crimen el único punto de análisis, sino que incluye otros, lo que hace de ella una literatura con grandes posibilidades de plasmar los conflictos políticos y sociales que aquejan la vida del hombre moderno.

Se han hecho varias clasificaciones de la novela policial, una de ellas es la de Giardinelli (1996), que contiene bases sólidas para el análisis del género. Dicha clasificación admite dos grandes ramas:

  1. La novela enigma, novela-problema o de cuarto cerrado. En esta categoría se encuentran los textos clásicos, aquellos en donde la trama consiste en descubrir al criminal que ha dejado el cadáver en un cuarto cerrado y sin pista visible.
  2. La novela de acción y suspenso, una versión moderna de la anterior, que tiene su punto de arranque en 1927 con Cosecha roja de Dashiell Hammett, dando con ello inicio al género negro moderno que va a caracterizarse por la dureza del texto y de los personajes, ya que incorporan elementos de la realidad, tales como la lucha por el poder político y/o económico, la ambición sin medida, el sexismo, la violencia y el individualismo a ultranza. (p. 15)

Por ello se puede decir que no es una narrativa cuyo núcleo es el enigma, lo cual sería simplista, sino además, se encuentra en ella el realismo, un cierto determinismo social y un lenguaje propio, brutal y descarnado. Es una literatura que arranca de la vida misma.

En Hispanoamérica este tipo de literatura no sólo ha sido apreciado por el común de la gente, sino también por muchos narradores importantes, alguno de ellos experimentaron en la creación de este género aunque no fuera el propio y otros que tomaron la influencia de los norteamericanos, creando a su vez un estilo distintivo. Podemos citar a Rodolfo J. Walsh, Juan Sasturáin y Martín en Argentina; a los chilenos Poli Délano y Ramón Díaz Eterovic; a los cubanos Ricardo Pérez Valero y Luis Rogelio Nogueiras y en México a Rafael Bernal, María Elvira Bermúdez, Paco Ignacio Taibo II, Rafael Ramírez Heredia, Eugenio Aguirre y otros más (p. 229).

Las características de la novela policial norteamericana no se han reproducido aunque sí se reflejan en Latinoamérica, adaptándolas a sus circunstancias. La idiosincrasia tiene un papel relevante:

“El dinero y la corrupción, por ejemplo, han merecido un abordaje diferente. En la literatura estadunidense (sic) siempre ha jugado un papel capital, como si fuera el verdadero dios de los norteamericanos. Y puede decirse que está presente en todos los autores del género negro como una motivación esencial (el género se define por la presencia del crimen y el dinero funciona como un disparador de crímenes). Pero la obsesión por el dinero no se observa como determinante en la literatura latinoamericana y tampoco en nuestra narrativa policial. No se podría decir que los relatos de Sinay, Díaz Eterovic o Taibo II tengan la posesión de dinero como motivación principal de sus personajes” (pp.230-231).

La literatura policial llegó a Hispanoamérica y adquirió características propias, esto no quiere decir que ignoró sus orígenes y fuentes fundamentales de la estadounidense, sin embargo ambas se derivan de la literatura universal, aunque figuren al margen de la misma.

Es este dejar que sea la vida real quien aporte las posibilidades y no sujetarse sólo al enigma del asesinato es lo que hace de esta narrativa un atractivo no sólo para sus lectores, sino también para toda clase de autores.

Dice Vázquez Montalbán: “La novela policiaca pertenece a esa clase de expresiones culturales que constantemente han de estar pidiendo perdón por haber nacido” (Colmeiro, 1994, p. 9). Aun así, cabe destacar la influencia que ha tenido en casi todos los grandes escritores de estos tiempos, de todas las lenguas y de cualquier género.

En el presente trabajo analizamos a dos autores de narrativa policiaca, que son de suma importancia en el desarrollo del género en México, Rafael Bernal y Paco Ignacio Taibo II. Veremos sus aportaciones al mismo, así como también a lo que se llama literatura oficial, es decir, literatura culta, “sin adjetivar” como diría Vázquez Montalbán, lo que nos hará reflexionar y llegar a la conclusión de la marginación que ha sufrido el género policiaco y las posibilidades de convertirse en opción para narrar un mundo como el actual.


Algo de historia del género en México

No podemos empezar la historia del género sin mencionar a quien es considerado su padre, Edgar Allan Poe, aunque no todos los estudiosos están de acuerdo en tal paternidad. Hay quienes ven sus orígenes en la Biblia o Las mil y una noches, pues en esos libros, se hablaba ya de crímenes, indagaciones y castigos.

El crítico francés Fereydoun Hoveyda asegura que hubo relatos policiales desde hace ya un par de siglos, como es el caso del manuscrito chino del siglo XVIII titulado Tres casos criminales resueltos por el juez Ti. Este dato se puede encontrar tanto en Giardinelli (op. cit., p. 16) como en Vicente Torres (2003, p. 15), pero ambos se unen a la opinión generalizada de que mientras no se compruebe lo contrario, el género nace en el siglo XIX con el escritor norteamericano Edgar Allan Poe, además de que fue quien le dio vida al primer detective de la literatura universal, August Dupin, fuente de inspiración para los futuros personajes, y creando con él el estereotipo del detective policiaco.

En Hispanoamérica se encuentra su origen con la publicación de la que posiblemente sea la primera novela policiaca en esta parte del continente titulada El enigma de la calle Arcos (1932) de Sauri Lostal; están también Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, El asesino desvelado (1945) de Enrique Amorim, La espada dormida (1945) y El estruendo de las rosas (1948) de Manuel Peyrou.

En México surgió la revista Selecciones policiacas y de misterio. Estuvo en circulación de 1946 a 1953 y en ellas se dieron a conocer figuras como Rafael Bernal, María Elvira Bermúdez, Pepe Martínez de la Vega y Antonio Helú.

Antes de la aparición de dicha revista se publicó la obra Ensayo de un crimen (1944) de Rodolfo Usigli. Años más tarde se publicaría El complot mongol (1963) de Rafael Bernal. Ambas piezas son consideradas precursoras del género policial en México.

Es importante recalcar que el canon del género policial se reprodujo en los primeros tiempos y sirvió para que se estableciera en el gusto del lector. Crimen y desciframiento del enigma fueron básicos en aquellos autores que se dedicaron a este tipo de narrativa. Con el tiempo, el género se transformaría y el escritor mexicano vería en él una manera distinta de narrar, de ficcionar con el material que la misma realidad le ofrecería.

Al igual que en sus orígenes, llegó a México adjetivada como subliteratura, es decir, como narrativa de fórmula y entretenimiento, popular y comercial, pero, como se verá más adelante, algunos escritores mexicanos crearon obras de gran valor, bien escritas y abiertas a la posibilidad de ser abordadas analíticamente desde cualquier punto de vista.

Para que el género policiaco llegara a ser lo que es en la actualidad tuvieron que pasar muchos años y que muchos autores contribuyeran con sus obras y su afán para crear literatura de calidad. Algunos se aferraron al canon genérico sin aportar nada nuevo. Esto sirvió para que el género se afianzara y se propagara en México. Este el caso de Pepe Martínez de la Vega (1907-1954) que parodió al famoso detective Sherlock Holmes con su personaje Peter Pérez. Los cuentos en donde apareció este caricaturesco detective están en dos libros que se editaron en 1946: Humorismo en camiseta y en 1952 Peter Pérez, detective de Peralvillo y anexas.

El autor no sólo parodia al personaje de Conan Doyle, sino también los lugares comunes de la literatura detectivesca y los títulos de las obras de Early Stanley Gardner. Peter Pérez se hizo popular durante las décadas de los cincuenta y sesenta. “Sus aventuras se transmitían por la radio y, en su versión cinematográfica, fueron estelarizadas por el actor Antonio Espino, mejor conocido como Clavillazo” (Torres, 2003, p. 43).

Antonio Helú (1900-1972) es uno de los grandes escritores mexicanos que bien podría ser otro padre del género policial en México. Sus méritos empiezan cuando en 1946 funda la revista Selecciones policiacas y de misterio, donde se dieron a conocer tanto escritores de habla inglesa y francesa como de habla hispana. Según Giardinelli, “fue la publicación más importante del género que jamás hubo en México” (op. cit., p. 254).

Uno de sus máximos éxitos fue el libro La obligación de asesinar, difundido por la editorial Novaro en 1975 y que figuró en el Queen’s Quórum de Ellery Queen2 como una de las cien colecciones de cuentos de mayor importancia en la historia del género (Torres, op. cit., p. 44).

El personaje creado por Helú es Máximo Roldán, un ladrón y asesino que se asemeja al Arsenio Lupin del francés Leblanc, que también le sirvió de modelo para dar vida a otro personaje: Carlos Miranda. Sus dos personajes se conocen en Cuentas claras y se vuelven a encontrar en Las tres bolas de billar; en ambas se plantea el acto justiciero del ladrón que roba al ladrón.

No se puede dejar de mencionar a María Elvira Bermúdez (1916-1989), considerada una de las más importantes difusoras del género en México. Abogada, crítica y narradora, empezó a publicar sus cuentos en Selecciones policiacas y de misterio. Sus cuentos se recopilaron en Detente sombra (1984) y Muerte a la zaga (1985). En uno de sus ensayos titulado “Qué es lo policiaco en la narrativa” afirma:

“Entre nosotros, los mexicanos de hoy, está muy extendida la creencia en el sentido de que una obra es policiaca porque en ella se comete un crimen y aparece la policía, o porque un detective o un oficial cuentan sencillamente algún caso en que han intervenido o porque se narra en ella la vida de algún delincuente muy conocido. En esas y parecidas coyunturas se estará ante un reportaje, una crónica o una biografía, pero no frente a una novela policiaca porque lo que caracteriza al género es el misterio, la investigación y la idea de la justicia” (Bermúdez, 2008, p. 1).

Estas ideas justifican que la autora, a lo largo de toda su narrativa policial, ponga énfasis en el perfil psicológico de sus personajes y en el esclarecimiento del delito a través de acertijos explicables con razonamiento e ingenio, por lo que se le considera una representante típica de la vertiente clásica.

María Elvira Bermúdez escribió a finales de los cincuenta la novela policiaca Diferente razones tiene la muerte, donde sigue el mismo modelo que en sus cuentos, lo que reafirma el concepto que tenía de lo policiaco y lo importante que el enigma era para el género: “Una vez esclarecido este, y aunque sus efectos persistan, el mal puede ser comprendido. Lo que importa, pues, es su esclarecimiento. Allí, en esa idea, está el germen de la literatura policial”, afirma la escritora mexicana en dicho artículo.

Este concepto cambiaría en el futuro, ya no sería importante el esclarecimiento del enigma sino aquellos factores que influyeron en la realización del crimen y lo que orilló al personaje a cometerlo. Los factores psicológicos, sociales y políticos adquirirían un aspecto importante en lo que se llamaría el “neopoliciaco”, que marcó un parteaguas en el género, sin que se entienda esto como un rompimiento con lo antes hecho, sino que, partiendo de esto, le dio una nueva manera expresiva a la narración.

En la actualidad, la novela policial ha abierto un camino extenso a las posibilidades analíticas y ficcionales pues, como se mencionó anteriormente, es de la vida real de donde toma los elementos que esta narrativa refleja.

Debemos aclarar el por qué no incluimos a Rodolfo Usigli siendo uno de los pilares del género policiaco en México. El motivo es que hemos dedicado un artículo cuyo nombre es “La importancia de la novela Ensayo de un crimen (1944) de Rodolfo Usigli en la narrativa mexicana” publicado en el libro Literatura, cine y prensa: el canon y su circunstancia (2014). En él hacemos un análisis de la novela y sus aportaciones no sólo al género policial, sino también a la narrativa mexicana.


Rafael Bernal (1905-1972), el padre del género en México

Tuvo que pasar mucho tiempo para que Rafael Bernal fuera reconocido como escritor importante en las letras mexicanas, sin embargo en el desarrollo del género policial en México es considerado pieza fundamental.

Fue el primer autor de lengua castellana que publicó un cuento, “La muerte poética” (1947), en Selecciones policiacas y de misterio, revista fundada por Antonio Helú en 1946. Al año siguiente apareció en la misma publicación periódica otro de sus cinco cuentos, “La muerte madrugadora”. En ambos relatos aparece don Teódulo Batanes, personaje inspirado en el Padre Brown de Chesterton. Este detective miope y desgarbado sigue esclareciendo crímenes en De muerte natural y El heroico don Serafín y en todos ellos Bernal sigue la escuela clásica, con los modelos ya establecidos y tramas poco originales sin vigor expresivo (Torres, op. cit., p. 34).

Si bien es cierto que en El extraño caso de Aloysius Hands aborda el ya tan repetido tema del asesinato considerado una de las bellas artes, también introduce en él la variante moral de que además de ser gratuito y perfecto, debe justificarse “por el castigo que representa, por los males que evita o por la paz que proporciona” (p. 34). Con esto, se vislumbraba la inquietud de Bernal de aportar algo nuevo al género.

No fue hasta la publicación de El complot mongol donde se ve un cambio radical. Rompe por completo con la narración de enigma y realiza una novela dura, escrita con un lenguaje rudo que cuestiona la situación social de México. Esto último podría ser el motivo por el cual permaneció sin publicar durante mucho tiempo, aunque la versión oficial dice que fue por la ausencia del autor, que se encontraba desempeñando un cargo diplomático fuera del país.

Al igual que Rodolfo Usigli, el autor de El complot mongol tuvo que esperar un tiempo para que su obra fuera reconocida como el punto de partida del género negro mexicano.

Pasaron más de veinte años desde Ensayo de un crimen (1944) hasta la publicación de El complot mongol (1969) para que la narrativa policial se afianzara y aunque en sus respectivas épocas dichas obras no se valoraron en toda su calidad literaria, años después se rescatarían como piezas fundamentales de dicho género.

Según Vicente Torres, uno de los grandes aciertos de El complot mongol fue el de romper con el molde de la literatura policial tradicional, en el cual se había encasillado su autor.

Si contemplamos los catorce libros que anteriormente había publicado, descubriremos que apenas en Tierra de gracia (1963) asomaron las malas palabras, las cuales se encaminaban a un cambio estilístico desconcertante que le permitió lograr una eficacia expresiva y una crítica acerba a los políticos posrevolucionarios (p.35).

Más cerca de Hammett que de Poe, crea una narración dura, intensa y violenta en la que el lenguaje tiene un papel muy importante como se puede ver en esta cita:

“—Yo creo, García, que usted es un hombre leal a su gobierno y a México. Estuvo en la Revolución con el general Marchena y luego, después de aquel incidente con la mujer, ingresó en la policía del Estado de San Luis Potosí. Cuando el general Cedillo se levantó en armas, usted estuvo en su contra. Ayudó al gobierno federal en el asunto de Tabasco y en algunas otras cosas. Ha trabajado bien en la limpieza de la frontera y su labor fue buena cuando los cubanos pusieron ese cuar¬tel secreto.

“—Sí. La labor fue buena. Maté a seis pobres diablos, los únicos seis que formaban el gran cuartel comunista para la liberación de las Américas. Iban a liberar las Américas desde su cuartel en las selvas de Campeche. Seis chamacos pendejos jugando a los héroes con dos ametralladoras y unas pistolitas. Y se murieron y no hubo conflicto internacional y los gringos se pusieron contentos, porque se pudieron fotografiar las ametralladoras y una era rusa. Y el coronel me dijo que esos cuates estaban violando la soberanía nacional. ¡Pinche soberanía! Y tal vez así fuera, pero ya muertos no violaban nada. Dizque también estaban violando las leyes del asilo. ¡Pinches leyes! Y pinche paludismo que agarré andando por aquellas selvas. Y luego para que salieran, en público, con que no debí quebrarlos. Pero yo los mato o ellos me matan, porque le andaban haciendo refuerte al héroe. Y a mí, en esos casos, no me gusta ser el muerto” (Bernal, 2011, p. 6).

La primera voz muestra, a través del lenguaje, su postura en el mundo: “tú García eres leal a tú gobierno y a México, aunque mataste gente inocente está bien hecho porque era gente peligrosa para el sistema. Tu acto beneficia al sistema, me beneficia a mí y a ti”; por su parte, la postura de la segunda voz es: “los maté porque era su vida o la mía”. Los dos personajes expresan su ser como ente social y su postura en una realidad que atañe a ellos y a otros, es decir, su ser en el mundo.

Uno de los valores de la obra de Bernal es la importancia que cobra el lenguaje, como lo comprueba la cita anterior. El complot mongol refleja la realidad de un México poco abordado en su tiempo desde el punto de vista literario, pero que estaría presente en el futuro, al constatarse la importacia del sujeto y al lenguaje como transmisor de ideología.

Este aspecto de la novela cobró importancia con la teoría de Mijail Bajtin (1999), quien enfatizó que la lengua, entendida como realidad sociológica, es siempre discurso y, como tal, es fenómeno ideológico cuya unidad básica es el enunciado, el cual puede ser considerado desde una frase hasta una novela y debe verse como textos verbales de la realidad empírica y a través de ellos se puede llegar al ser social para ser comprendido dentro del contexto dialógico de su tiempo (pp. 297-298).

Con base en lo anterior es pertinente reiterar el despunte de la novela negra en el 69 con una narrativa que no se queda al margen de la realidad como es El complot mongol. En lo sucesivo, al menos, las novelas que sobresalieron en dicho género no se van a apartar de este camino, pues será la realidad misma la que aportará el material sustancial en su desarrollo histórico.

El personaje central de la novela es Filiberto García, quien a diferencia de Roberto de la Cruz de Ensayo de un crimen es “un duro”: una extraña mezcla de policía y matón que trabaja para un militar que está al servicio de un político, aunque también hace trabajos detectivescos que recuerdan las técnicas de Hammet y Chandler.

Por lo que respecta a la presentación de la personalidad de Filiberto García, el narrador lo hace a través de diálogos llenos de humor e ingenio, con lo que logra despertar empatía; los aspectos negativos del personaje, recordando que es un matón a sueldo, sólo los acentúa por medio de flash back.

Si bien es cierto que Rafael Bernal recalca lo que el personaje es realmente, también lo hace con el general, en boca del mismo García, ya que este dice no sentirse ni más ni menos peor que su jefe, sino que lo ve en su mismo plano, con la diferencia de que su jefe se escuda bajo el uniforme de militar.

Los personajes de Bernal son complejos, ya que no sólo son estereotipos sino que se adentran en las diferentes formas culturales. La sociedad mexicana se refleja en esta novela teniendo como marco —al igual que la novela de Usigli— la ciudad de México, que cobra vida para convertirse en un personaje más. Así, el autor de El complot mongol muestra la realidad del país que aún en la actualidad no deja de ser la misma, describiendo un mundo donde la corrupción juega un papel importante y donde las prácticas deshonestas forman parte de la vida cotidiana. Este aspecto lo retomará más adelante con mayor énfasis Paco Ignacio Taibo II, con el fin no sólo de retratar a la sociedad mexicana, sino también de hacer denuncia social.

Giardinelli reconoce que El complot mongol es “la novela fundacional de la literatura negra mexicana y es además una de las mejores novelas del siglo XX por su alegría creativa, su profundidad de pensamiento y el admirable conocimiento psicosocial del mexicano” (Giardinelli, op. cit., p. 253). A esto habría que agregar que le da un lugar preponderante al lenguaje como medio de expresión y como portador de ideología.


Paco Ignacio Taibo II y el género “neopoliciaco”

El máximo exponente del neopoliciaco en México es Paco Ignacio Taibo II, quien apareció en la escena del género con su novela Días de combate (1976). En ella presenta lo viejo —no se entienda este término despectivamente, sino como aquello que creó precedente— de una manera nueva, combinando formas gastadas con un estilo original.

Las características que aparecen en Días de combate y que van a estar presente en las siguientes novelas de Taibo II son la ciudad, su preocupación por los problemas sociales y el uso de un lenguaje rudo y popular.

En Días de combate da vida a Héctor Belascorán Shayne, por cuyas venas corre sangre mexicana, vasca e irlandesa. Este personaje está más cerca de Pepe Carvalho que de Sherlock Holmes. Es un modesto detective cuya tarea es la de encontrar al estrangulador de mujeres que asecha a la población del Distrito Federal. Con este personaje de Taibo II pasó lo mismo que con el de Conan Doyle, pues tuvo que resucitarlo porque los lectores se lo exigieron. Taibo II expone lo urbano en la imagen de la capital mexicana:

“En medio de una de las calles más transitadas de la ciudad de México, en medio del humo gris del polvo de los coches, el ruido de los claxons, las manchas azulosas de los edificios las gentes que pasaban, el mundo se detuvo en la sonrisa fiel de perseguidor y perseguida” (Vogt, 1992, p. 86).

Hay un aspecto que sobresale y es el hecho de que, aunque la ciudad no es descrita continuamente, sí se siente su presencia como un protagonista más que acecha.

Días de combate es una novela de la ciudad de México. La capital de la república es un monstruo creciente en donde la vida, debido al aumento de tráfico y de la contaminación, es cada día más difícil. El detective conduce al lector a los escenarios más diversos y proporciona, de esta manera, una visión muy variada de la vida en la ciudad. Los protagonistas en su mayoría son jóvenes, y eso hace recordar un poco la narrativa de la onda. Sin embargo, en el libro de Taibo II el lector está en suspenso por la trama policiaca y no se enfrenta a experiencias estilísticas (Taibo II, 1991, p. 59).

Otras de las características es la preocupación del autor por los problemas sociales del país. La aventura de Belascorán termina en las Lomas de Chapultepec y tiene como fondo una huelga rota por esquiroles. El autor en lo sucesivo no se apartará del compromiso social:

“Cada vez más, en América Latina el neopoliciaco se está volviendo la gran literatura social”, acota y —ante la multiplicidad de los hechos y procesos que identifica la política con la corrupción y el delito en general— parece redundar cuando juzga con exactitud que “no puede hacerse literatura policiaca sin hacer novela social y política por lo tanto” (Corrales, 2008, p. 1).

Vicente Torres afirma que si bien es cierto que Días de combate no es la mejor obra de su autor, lo sobresaliente en ella es que le dio otra perspectiva a la novela policiaca moderna mexicana y que en conjunto con las demás novelas de Taibo II, Cosa fácil (1977), No habrá final feliz (1981), Algunas nubes (1985), Sombra de la sombra (1986) y La vida misma (1987), constituye un acontecimiento fundamental para el género neopoliciaco. Paco Ignacio Taibo II menciona:

“Cada país tuvo su historia y todas confluyeron al final: en España el neopoliciaco apareció a partir de la quiebra del franquismo y la necesidad de contar la transición. En México, el neopoliciaco surgió después del movimiento del 68 y la necesidad de narrar el país otra vez, de otra manera” (p. 1).

Es en esta necesidad que algunos autores ven al género policiaco como una alternativa para hacer una nueva literatura donde confluyen no sólo el crimen como centro de la narración, sino también la calidad estilística con el sello propio del autor.

Se puede concluir diciendo que la narrativa policial desde sus orígenes ha tratado de ser fiel a sus principios genéricos a la vez que ganarse un lugar en la literatura universal. Si bien es cierto que hay mucho material desechable y muchos autores que comercializan con el género, también es cierto que ha habido otros que se han esforzado por darle un sello de calidad. Algunos de esos autores se encuentran en Hispanoamérica.

En México, Rafael Bernal y Paco Ignacio Taibo II son considerados fundamentales para el género policiaco pero sus obras como las que aquí vimos, abordan aspectos que denotan que pueden ser estudiadas desde diferentes ópticas, lo que las vuelve una narrativa rica en posibilidades de análisis puesto que el crimen no es lo principal, sino todo aquello que lo envuelve: personajes, situaciones políticas y sociales y un lenguaje portador de ideología.

La literatura mexicana cuenta con autores como Vicente Leñero, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Fuetes y Fernando del Paso que han incursionado en el género policial, sus novelas aportaron elementos nuevos porque vieron la posibilidad que les brindaba el género de abordar los problemas del México moderno, lo hicieron sin apartarse de los cánones genéricos pero sí con características específicas, imprimiendo con ello una identidad propia.

Finalmente y retomando el epígrafe que encabeza nuestro trabajo, podemos decir que la metáfora del negro cobra una gran relevancia. A lo largo de la historia, esta raza ha luchado en contra de la discriminación, que desgraciadamente no ha sido erradicada, aunque por primera vez en la historia de la humanidad un afroamericano fue electo para ser presidente del país más importante del mundo. El negro se instaló no sólo en el barrio más elegante, sino en el más poderoso.

Si Narcejac hizo esta metáfora con el fin de recalcar la discriminación que ha sufrido el género policiaco desde sus orígenes, en la actualidad el mensaje de dicha metáfora cambia por el momento histórico y se puede tomar como lo que el negro puede llegar a ser y hacer. Así pues, la frase de Narcejac cobra gran importancia en la actualidad y el futuro del género policiaco es prometedor, no porque se piense en la fortuna del momento, sino por el esfuerzo de sus escritores por crear novelas de calidad y ganarse con ello un lugar en la literatura oficial.


Notas

* Literatura oficial, el término lo tomamos de Alfonso Reyes quien llama novela “oficial” a la novela culta, seria y, según él, la novela policiaca está al margen de la misma. Se puede consultar más al respecto en: Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges. La máquina de pensar y otros diálogos literarios, pp. 30-37.

1 Mempo Giardinelli, El género negro, p. 13. Según el estudioso búlgaro Bogomil Rainov, a comienzos de los años 80 se editaban nada menos que unos dos mil nuevos títulos anuales en todo el mundo, la gran mayoría en ediciones baratas, generalmente mal impresas y/o pésimamente traducidas.

2 Idem, p. 59. Giardinelli señala que Ellery Queen nunca existió, este era un seudónimo de dos escritores que se asociaron en 1928: Manfred B. Lee y Frederic Dannay.


Bibligrafía

Bajtin, M. (1999). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI.

Giardinelli, T. (1996). El género negro. México: UAM.

Reyes, A., Borges, J. L. (1998). La máquina de pensar. México: Día Nacional del Libro.

Taibo, P. I. II (1991). Días de combate. México: Leega.

Torres, V. F. (2003). Muertos de papel. Un paseo por la narrativa policial mexicana. México: CONACULTA.

Vogt, W. (1992). La literatura como objeto de estudio. Guadalajara, Cuadernos de difusión científica: Universidad de Guadalajara.


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