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La cruz y el capitán

Alfredo Rico Chávez

I

“Capitán, llegamos a buen puerto, es tierra firme y podemos caminar seguros. Todo está listo, con el ánimo hasta el cielo.

“Sólo déjeme un instante, para escuchar el mar, para mirar el horizonte mientras el sol se esconde. Quiero sentir esta hermosa paz que ya no recordaba. Anden, seguro los encuentro en el camino...”

Escribió un marinero, sentado justo donde revientan las olas...


II

Capitán, sigo frente a las olas, sintiendo la música del mar. Voy a seguir acá otro instante, disfrutando esto que no sabía que existía.

Veo que la nave comienza a moverse, que levantó las anclas y se adentra a una nueva aventura. No importa, me concederé el placer de seguir aquí, otro instante y si puedo, los alcanzo.

Espero no llegar tarde, como siempre...


III

El día va muriendo, las sombras y los últimos rayos del sol juegan con las olas. Tendría que tomar el bote para echarme a altamar, para alcanzarlos, Capitán. Pero los he perdido de vista, Capitán, se han perdido entre las sombras. (¿Las sombras de mis ojos?)

Sólo espero un instante, para que la noche termine de caer y mirar las estrellas por última vez, que desde aquí son más brillantes. No sé si regrese a este lugar o los encuentre a ustedes, Capitán, o quede a la deriva, naufragando para siempre…


IV

Ahí viene la lluvia. Y desde este pedacito de tierra al que me trajo la marea, sigo viendo el faro donde están, Capitán; pero la niebla y la distancia lo hacen cada vez más difuso, más lejano. Seguro, la lluvia terminará por borrarlo todo, por llenar de sombras el paisaje, como sucede siempre.

Porque casi llega la noche, también.

Igual voy a zarpar, Capitán, me aventuraré a buscar esa otra luz que se distingue en el horizonte porque aquí no es seguro. Tal vez encuentre algo que nos sirva, pero pida a los dioses que no sea como otros viajes, en los que la marea me lleva, sin destino cierto… Pero quede tranquilo, tengo aquí esas provisiones que me dejó la última vez. Las voy a cuidar y le agradeceré siempre…


V

Sueño del marinero…

El agua llega a mis pies. La frescura me estremece y cierro los ojos para sentirlo aún más. Levanto la mirada y veo en el horizonte la nave en la que solía viajar, con las velas en alto, avanzando en ese nuevo viaje por altamar.

Va de prisa, ayudado por el viento y por las ansias de alcanzar, cuanto antes, el nuevo puerto. Desde aquí, apenas se ve al Capitán, firme al timón, con la mirada fija, inmutable. “La expresión de siempre”, me digo.

Luego sonrío…


VI

Los volví a ver, Capitán. Fuertes, relucientes, decididos. Los vi desde este lugar solitario, desde donde se domina el horizonte. Los volví a ver y esbocé una sonrisa, mientras en mi pecho circulaba una sensación extraña, como si las vísceras recordaran aquella época en la que navegábamos juntos.

Disfruté la sensación un instante, algo más de lo que dura un suspiro. Gracias, Capitán, pero debo seguir concentrado en esta pequeña barca que estoy construyendo para un nuevo viaje. Seguiré concentrado porque debe apresurarme para volver a altamar, para volver a navegar y tal vez algún día los alcance nuevamente…


VII

Notas de viaje

Sensaciones en alta mar...

  1. Dolor de cabeza, instalado, permanente, eterno.
  2. Ardor en los ojos, fiebroso, lagañoso.
  3. Entumecimiento de mandíbula, efecto de los dientes apretados, del frío interior.
  4. Dolor en la rodilla, con movimientos involuntarios, anarquistas.

En medio de la noche, el barco hace agua y la tormenta se avecina...


VIII

Capitán, los volví a encontrar, a la distancia. Los veo felices, descargando el barco anclado en tierra firme, en puerto seguro. Pero no deja de resultar extraño que no me reconozca. Entiendo, han pasado varios años desde aquel día en el que me quedé escuchando el mar, disfrutando el atardecer. Pero es extraño.

Entonces, una última cosa: Quiero confesarle, Capitán, que me siento feliz de haber formado parte de la tripulación alguna vez, de verlos sonrientes ahora.

Pienso y creo que yo también ayudé a conseguir una parte del tesoro encontrado; estuve ahí en los días de tormenta, en las noches oscuras y tenebrosas, en las horas de angustia. Y no me arrepiento. Le digo hasta siempre, Capitán.

Esas fueron las últimas palabras del marinero antes de tomar nuevamente su balsa y aventurarse con rumbo desconocido. La balsa avanzó lento, hacia el horizonte, donde lo esperaba la tormenta y su imagen se fue perdiendo hasta desaparecer para siempre…


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