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La ciudad de los muertos

Isaac Daniel Chávez Mendoza

Ese lugar solitario, alejado, oscuro, donde imperan el olvido o la memoria, según el ideal de cada sujeto, está más vivo de lo que se piensa.

¿A dónde va la memoria de la ausencia? ¿Qué se entierra con un muerto? Quizá se entierra sólo un cuerpo solitario carente de historia cuya frialdad da cuenta de lo que se queda tras su ausencia.

Tras la última pala de tierra que cae en un ataúd, se crea la historia de ese que se fue, historia que se origina en la memoria traicionera que pronto olvida todo y que guarda sólo la idealización del que partió.

¿Cuántas versiones, cuántas historias de lo realmente acontecido en vida del que ya no está? Quizá un esfuerzo titánico de los que se quedan, una desmentida de lo que se recuerda.

¿Por qué entonces se cree que no hay vida en ese lugar mortuorio? Es probable que lo que circula en el viento que mueve los pinos y los eucaliptos del cementerio sea la historia desvirtuada construida por los que lloran la partida.

¿Y qué ocurre cuando los vivos dejan el cementerio? Cuando llega la noche y termina el sepelio, cuando reina el silencio y se va el tumulto, probablemente reviva la historia, la leyenda y la memoria de los que ya no están, de los no vivos, de aquellos que se encarnan en el recuerdo de los que lloran.

Es así que los muertos no están muertos, habitan la casa, la ciudad y la memoria de sus vivos, reviven en el recuerdo de los hijos, de los padres y de los amores que dejaron. Viven los días, las noches y la eternidad misma de quienes les lloran, cuyos intentos vanos por olvidar pronto se topan con la imposibilidad.

Entonces tenemos que vivos y muertos conviven, aman y pelean en la misma ciudad, la ciudad de los muertos cuya existencia deja de ser real para convertirse en una memoria perpetua de quien recuerda la imagen de su muerto.


La lavandera

Escapas a la modernidad, a la moda y al consumo, o quizá seas víctima de la injusticia social y tu deseo no alcanza a ser satisfecho con lo material.

Te conformas con lo que hay, con lo que otra rechaza y con lo que al visitante le causa extrañeza.

Basta con que camines tu empedrado pueblo con un canasto en el hombro para llegar a ese lugar enigmático donde nace vida, donde corre agua interminable que la ineptitud de los gobiernos ha dejado correr por las calles sin destino fijo.

Basta con que llegues, escojas tu piedra que el uso constante y el paso del tiempo han convertido en lavadero para que transformes la modernidad en un instante. Basta ver tu movimiento rítmico, tu tallar armónico para darse cuenta que este lugar escapa al tiempo, basta ver tu adusto rostro para oler tu esfuerzo, tu coraje y tu destino.

Junto con tu arte, también se respira la tradición de un pueblo que se escapa, que es fugaz y que para muchos sólo existe en el recuerdo o en el olvido. Verte permite vivir el pasado y recordar a la madre o a la abuela, o quizá abrazar la historia de un pueblo que vuela de prisa hacia una modernidad fallida que sepulta una tradición.


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