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El desciframiento de los glifos mayas

Luis Rico Chávez



Toda historia es fascinante… si el narrador tiene el genio, la habilidad y la gracia de cautivar a sus oyentes. El escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia se queja, con amargura y con razón, de lo aburrida que es la enseñanza de la historia de México, tan pletórica de hechos dramáticos, intensos… y divertidos. El problema, entonces, no es la historia, sino quienes la recrean, tan serios, tan doctos y tan aburridos.

El libro El desciframiento de los glifos mayas, de Michael D. Coe, publicado hace algunos ayeres por el Fondo de Cultura Económica, es fascinante. No solo la historia (que abarca unos cinco siglos) apasiona, sino que el genio del narrador, su habilidad para relatar los hechos, involucrándose e involucrándonos como lectores, transforma la lectura en algo humano, actual, incluso me atrevería a decir vital.

El tema, en primer lugar, reviste un atractivo incuestionable para los especialistas (antropólogos, etnólogos, lingüistas, filólogos, historiadores y otros especímenes de la misma ralea) y estoy seguro que ellos, muy en el fondo de su objetivísimo y endurecido corazón de científicos, reconocen la contundencia de los datos y las evidencias y disfrutan su lectura. Pero, más importante, los legos, el simple curioso encontrará un espacio amigable en sus páginas, y las leerá sin duda con más placer, despojado como está de muchos prejuicios académicos.

Junto con las vicisitudes que han llevado a los especialistas al nivel de desciframiento de la escritura (glifos) maya en la actualidad, Coe ahonda en las mezquindades, egoísmos y cortedad de miras del medio académico que, en más de una ocasión, han obstaculizado más que permitido el adelanto en esta área. Detalle que asombra porque, más que tratarse de una universidad perdida de provincia, o un centro de investigación con presupuesto reducido y sacrificado en aras de los viajes internacionales de los grandes jerarcas, se trata del Instituto Carnegie, el Smithsoniano, la Universidad de Yale, la de Cambridge, la Academia Nacional de Ciencias de EU… Al considerar la vida académica de mi Benemérita Universidad, siento que formo parte de las grandes instituciones de enseñanza e investigación.

Glifos

Entre estos grandes obstáculos se encuentra Eric Thompson, a quien además de las múltiples referencias a lo largo de la obra, le dedica un capítulo completo (el V). Este personaje, señala, aunque nunca fue profesor, ni tuvo discípulos, ni interfirió en cuestiones de presupuestos o becas, “a uno y otro lado del Atlántico, solo los mayistas valientes o los tontos de capirote se atrevían a pronunciarse en contra de su opinión”. Señala que le cuesta trabajo hablar de él: “Me siento dividido entre mi admiración por él como erudito y la simpatía que inspira su persona, por una parte, y un profundo disgusto ante ciertos aspectos de su obra y por el modo en que trató a algunos de sus oponentes, por otra” (132; el número entre paréntesis se refiere a la página de donde se extrae la cita correspondiente). Los “aspectos de su obra” tienen que ver con la interpretación equivocada que realizó de la escritura maya, y su empecinamiento para mantenerse en el error, pero más grave aún, la influencia que ejerció en el medio académico y que entorpeció los trabajos de desciframiento hasta su muerte, en 1975.

Algunos años antes de esa fecha ya se veía la luz al final del túnel. Y de hecho con la descripción de este suceso arranca el libro. Seguimos al autor en su viaje hacia el Instituto Etnográfico de la Academia de Ciencias ruso, donde se entrevistaría con Yuri Knorosov, “el hombre que, contra todas las probabilidades, hizo posible el desciframiento moderno de la escritura jeroglífica maya” (14). Contra las ideas de Knorosov lucharía Thompson hasta el final de sus días y, por suerte, terminó derrotado. Estos son los dos extremos entre los que oscila parte de la exposición del libro, y en el ínterin conocemos tanto los sucesos como los protagonistas que, para bien y para mal, definieron el derrotero que nos ha llevado hasta la situación actual en los trabajos en torno al desciframiento de la escritura maya.

“Los desciframientos son, con mucho, los logros más encantadores del saber. Hay cierto toque de magia en la escritura desconocida, especialmente cuando proviene del pasado remoto, y una gloria consecuente está destinada a cubrir a la persona que primero resuelva su misterio” (40), señala Coe citando a Maurice Pope, definiendo de alguna manera el espíritu que anima las páginas de este volumen, dividido en once capítulos, un prefacio, un prólogo, un epílogo, dos apéndices y un glosario, además de referencias bibliográficas y un índice analítico.

Conocemos, después de los pormenores iniciales (disquisiciones en torno al lenguaje y la escritura, al desciframiento, con alusiones a Champoillon, no podía ser de otra manera), las aportaciones de Landa en su Relación de las cosas de Yucatán (que, si no recuerdo mal, por culpa de Thompson serían soslayadas y retrasarían por décadas el desciframiento), los trabajos del siglo XIX (Waldeck, uno de los primeros exploradores de Palenque, Rafinesque, descubridor de la numeración maya, Stephens, cuyas exploraciones mostraron al mundo la importancia de la civilización maya, con las inestimables imágenes de Catherwood, Maudslay, autor de la primera publicación extensa sobre inscripciones, Förstemann, especialista en la astronomía y el calendario, Brasseur, que dio a conocer la Relación de Landa y otros textos, Rosny, quien descifró los glifos de las direcciones del mundo, Seler…) más el paréntesis de Thompson y las aportaciones de los rusos.

Coe menciona, desde luego, sus propios descubrimientos: “Con la distracción de cinco hijos no siempre era fácil hacer investigación, o por lo menos eso pensaba” (235); relata cuando lleva a sus hijos a bañarse en una poza, y mientras ellos pasaban horas retozando, él revisaba sus fichas, y así es como descubre los patrones en los glifos que lo llevarán a hacer su aportación en el desciframiento, hallados principalmente en vasijas mayas: “Uno de esos patrones empezó a surgir mientras estaba sentado escuchando con un oído los alegres gritos y las zambullidas de mis hijos”.

Y la lista de quienes contribuyeron en la labor continúa: Morley, Whorf, Kelley, Proskouriakoff, Berlin, Robertson, Schele, Lounsbury, Stuart, entre los que encontramos artistas, fotógrafos, lingüistas, antropólogos y aficionados de las más variadas profesiones, todos con sus aportaciones que nos permiten asomarnos a la grandeza cultural de los mayas. Señala Coe: “En el desciframiento maya no hubo ninguna gran carrera comparable con [la del descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN] sino, más bien, un siglo de tanteos y de tropiezos que, tras larga espera, al fin desembocaron en el esclarecimiento” (275).

Un viaje placentero, insisto, el repaso por una historia que se sintetiza en poco más de trescientas páginas, y que arrojan luz sobre el desciframiento de los glifos mayas y una amplia órbita de temas que giran en torno a este tópico principal. Como conclusión de esta breve reseña cierro con esta cita del autor:

“¿Y qué dicen los textos ya descifrados? Tengamos presente que muchos miles de códices de papel de corteza, que antaño se usaron entre los mayas Clásicos, desaparecieron casi sin dejar rastro. Lo que nos queda son cuatro libros en diversos estados de integridad o de deterioro, textos sobre cerámica y otros objetos portátiles (que en gran parte provienen del comercio de antigüedades), además de inscripciones monumentales, muchas de ellas gastadas por la intemperie hasta quedar irreconocibles. Todas las cuales son, seguramente, una muestra muy parcial de lo que escribieron realmente los antiguos mayas. Desaparecieron para siempre las composiciones puramente literarias (entre las que deben haberse incluido la épica histórica y la mitología), los registros económicos, las operaciones con bienes raíces y, estoy seguro, la correspondencia personal y diplomática. Los libros y otros documentos escritos deben haber circulado libremente por todas las tierras bajas mayas, pues, ¿de qué otro modo habría podido la civilización maya Clásica haber alcanzado su unidad cultural y científica ante una balcanización política demostrable? Pero, gracias a las vicisitudes del tiempo y a los horrores de la invasión española, desaparecieron todos esos preciosos documentos. Ni siquiera el incendio de la biblioteca de Alejandría arrasó de manera tan absoluta como esta la herencia de una civilización” (281-282).

Y si lo poco que conocemos nos fascina, y ha llevado tantos siglos de investigación, a dónde nos llevaría el conocimiento de todo este acervo perdido. Otra vida no bastaría.


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