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La universalidad de El Llano en llamas

Luis Rico Chávez


Pedro Páramo y El Llano en llamas , de Juan Rulfo, son (no podía ser de otra manera) dos de mis libros de cabecera. Una y otra vez vuelvo a ellos, siempre con renovado entusiasmo y con una admiración que crece con cada lectura. Desoigo (por inútiles y estériles) tantos rumores y especulaciones en torno a la vida y obra de este genial escritor jalisciense, nacidos de un estilo de crítica que solo sabe andarse por las ramas y que desgasta sus discursos y aseveraciones en una retórica vacía cuyas conclusiones terminan en callejones sin salida o laberintos sin solución.

Desde luego, como toda obra genial, la novela no exhibe sus secretos en un primer acercamiento. Se requiere un buen número de avances y retrocesos, de aproximaciones y distanciamientos para poder extraer toda su grandeza. No puedo sacarme de la cabeza la primera observación que escuché de Pedro Páramo, de labios de una reputadísima crítica (por discreción omito su nombre), autora de no sé cuántos libros, galardonada, con títulos de no sé qué universidades, y que se creyó la broma de Antonio Alatorre y Juan José Arreola sobre el orden de las secuencias en la historia. Pésima lectora, desde luego, y se irá a la tumba con la convicción de que se trata de un rompecabezas arbitrario e irresoluble. Se perderá el placer estético de identificar el valor semántico profundo de la inigualable obra del jalisciense.

En este número, y en conmemoración del centenario de su nacimiento (aunque el mismo autor llegó a decir que nació en 1918, contradiciendo el documento oficial en el que se asienta el año de 1917), transcribo algunas notas sobre ciertas recurrencias temáticas de sus cuentos.


El universo de El Llano en llamas

Abordar este libro de cuentos implica una serie de dificultades, pues en una primera lectura da la impresión de que se refiere simplemente a la vida rural de una región —el sur de Jalisco—, y la manera tan sencilla y sin conflictos en que esta transcurre. Sin embargo, leyendo con más cuidado, e investigando un poco sobre la realidad de otros pueblos y otras culturas, nos damos cuenta de que esa vida —con los conflictos que sus habitantes deben enfrentar todos los días— corresponde a un tipo universal, lo que le da una mayor trascendencia a los relatos escritos por Juan Rulfo.

Como señala uno de los personajes de “Luvina”: “Usted ha de pensar que le estoy dando vueltas a una misma idea. Y así es, sí señor”, los cuentos se centran en unos pocos temas —la pobreza, la sexualidad, la violencia y el crimen, la religión, el abuso de los poderosos— que se repiten una y otra vez, desde distintos enfoques y tratados con distinta amplitud y profundidad: en este mismo de “Luvina”, por ejemplo, se mencionan unos hombres que, como las nubes y las lluvias que una vez al año se dejan caer por el pueblo, andan “donde solo Dios sabe dónde” pero sabemos que emigran a Estados Unidos, tema de “Paso del Norte”. También en “Luvina” se menciona —como la anterior, apenas una breve alusión en unas cuantas líneas— algo sobre el gobierno: “El señor ese solo se acuerda de ellos cuando alguno de sus muchachos ha hecho alguna fechoría”, por lo que para los habitantes del pueblo “el gobierno no tiene madre”. Este —la actitud del gobierno— se convierte en el tema central de “El día del derrumbe”.

Como fondo de estos pocos temas —los que desarrollaremos en este ensayo— el autor subraya la forma de vida rural, el comportamiento de los personajes, sus pasiones, sus vicios y sus anhelos y, sobre todo, su lenguaje. Es en esta vitalidad donde identificamos no solo a los habitantes del campo mexicano, sino a cualquiera que esté inmerso en la complejidad de la vida en nuestro territorio, y aun más allá de nuestras fronteras.


La pobreza

La mayoría de los personajes de los cuentos de El Llano en llamas son pobres o terminan en la miseria —como en “Acuérdate” y “La herencia de Matilde Arcángel”—; son poco frecuentes los casos de hombres que viven en la opulencia, y esta más bien se sugiere.

El más significativo sobre este tema es sin duda el de “Es que somos muy pobres”, pero el tema es relevante en “Nos han dado la tierra”, “Luvina”, “Paso del Norte” y los ya mencionados de “Acuérdate” y “La herencia de Matilde Arcángel”.

La pobreza parece la marca de identidad de la mayoría de los personajes. Pero esta se manifiesta, de igual forma, en el espacio que habitan. No se limita solo a su espacio inmediato —su vivienda— sino que trasciende los espacios públicos y naturales: el pueblo, el campo… Luvina parece un pueblo muerto, de tierra estéril, donde solo nacen unas pocas plantas, como las dulcamaras, que se describen como unas “plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra”, o el chicalote que “pronto se marchita”. En cambio, aquello que pudiera aprovecharse un poco, como la piedra cruda —con la que hacen la cal, “pero”, dice el narrador, “en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho”—, se desperdicia.

“Nos han dado la tierra” refiere un acto de demagogia política —del que se hablará después— en el que un grupo de campesinos “recibe” tierras para sembrar, el Llano Grande. Con un inconveniente: “El Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada”. Y más adelante se dice: “En este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará aquí. Ni zopilotes”.

La pobreza se acentúa a causa de los desastres naturales. Tal es el caso de “Es que somos muy pobres”, donde el exceso de lluvias ocasiona el desborde de un río y la destrucción de un poblado. En “El día del derrumbe” se describe el desastre que provoca un temblor. Por contraparte a la sobreabundancia de lluvias, se habla de la sequía derivada de la escasez de estas. En dos de los cuentos citados —“Luvina” y “Nos han dado la tierra”— se insiste en esa falta de agua: “Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más. No llueve”, leemos en “Nos han dado la tierra”. Y en “Luvina”: “Sí, llueve poco. Tan poco o casi nada, tanto que la tierra, además de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras”.

Esta pobreza —esterilidad— del espacio enfatiza el vínculo que el hombre establece con su medio: ambos se complementan, existe una simbiosis muy clara entre ellos. Y la dependencia del hombre con respecto a su medio físico es tal que si este es pobre, el hombre también lo es. Y este rasgo define a los personajes de El Llano en llamas. No solo se trata de una pobreza física, sino también de una pobreza moral, anímica, espiritual.

Esta pobreza presenta otro rasgo fundamental y complementario: la aceptación ciega, la resignación ante lo que, muchas veces, se considera como un elemento natural de la vida del individuo, e incluso como parte de la voluntad de Dios. La pobreza arrastra, inevitablemente, a otros rasgos: el egoísmo, la mezquindad, la indiferencia. Ello pudiera resumirse en una frase del narrador de “La herencia de Matilde Arcángel”: “Chaparra es ahí la gente y hasta su condición”.

Existe una conciencia plena de esa pobreza (miseria), pero, insistimos, esta se acepta sin quejas. El profesor, protagonista de “Luvina”, trata de hacer despertar de su condición a los habitantes del pueblo, de obligarlos a abandonar el lugar en busca de una tierra más propicia. Le responden: “Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar hambres sin necesidad —me dijeron—. Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos?”

La pobreza, además, implica ciertas consecuencias que afectan la vida de los personajes. Entre los muchos males por la crecida del río en el cuento “Es que somos muy pobres”, se cuenta la muerte de la Serpentina, la vaca que el papá del narrador había comprado con muchos sacrificios, y con la esperanza de que sirviera como dote para que Tacha, su hermana de doce años, “no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes”.

Y así como dicen que “dinero llama dinero”, parece que “pobreza llama pobreza”, y es sobre quienes la padecen que se carga más la mano por parte de quienes ejercen el poder. Eso lo vemos con mucha claridad en “Nos han dado la tierra”, que describe tanto el Llano Grande como las tierras junto al río, para marcar el contraste entre los páramos infértiles y la tierra buena para la siembra, es decir, la que permitiría la subsistencia de los habitantes de la región. El tema alude, sin mencionarlo, a lo que se llama el reparto agrario, en que el gobierno “obsequia” tierras a los campesinos, pero estos lamentas que en ellas será imposible cosechar algo.

“Paso del Norte” aborda un tema que, aun en nuestros días, afecta a un alto porcentaje de mexicanos, no solo del campo sino incluso de las zonas urbanas, y tanto a las personas de escasos recursos como a los profesionistas: la necesidad de emigrar a Estados Unidos, en busca de trabajo que les permita subsistir y salir de su crítica condición económica. Además de exponer las causas de la migración —la pobreza, la escasez de oportunidades de trabajo—, también habla de los padecimientos que sufren los migrantes: la dificultad de llegar a las ciudades fronterizas, el viacrucis que representa el cruce fronterizo; en particular, aquí se refiere un ataque por parte de oficiales migratorios, y la muerte de uno de los compañeros del narrador mientras intentaban cruzar el río.

Se narran dos situaciones análogas en los cuentos “Acuérdate” y “La herencia de Matilde Arcángel”, de personajes que quedan en la miseria. En el primero, se habla de una mujer, por mal nombre conocida como la Berenjena; le decían así “porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían de recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre músicas y coros de monaguillos”.

Por último, señalemos que de “La herencia de Matilde Arcángel” llama la atención el odio que Euremio Cedillo padre siente contra Euremio Cedillo hijo, ya que aquel lo culpa de la muerte de su esposa Matilde, quien al tratar de salvar al hijo muere al caer de un caballo desbocado. Y es tal el odio que, con el fin de dejar en el completo desamparo a su hijo, es capaz de quedar en la miseria: “Euremio grande tenía un rancho apodado Las Ánimas, venido a menos por muchos trastornos, aunque el mayor de todos fue el descuido. Y es que nunca quiso dejarle esa herencia al hijo que, como ya les dije, era mi ahijado. Se la bebió entera a tragos de ‘bingarrote’, que conseguía vendiendo pedazo tras pedazo de rancho y con el único fin de que el muchacho no encontrara cuando creciera de dónde agarrarse para vivir”.


La sexualidad

La sexualidad representa sin duda uno de los motores principales de la existencia de los personajes que pueblan el universo de Rulfo, y siempre aparece vinculada con otros temas, como la violencia, la religión o la pobreza.

Aunque se podría decir que la encontramos en casi todos los cuentos, destacan “Es que somos muy pobres”, “En la madrugada”, “Macario”, “El Llano en llamas”, “Acuérdate”, “La herencia de Matilde Arcángel” y “Anacleto Morones”.

Ya se adelantó un poco lo que se menciona sobre este tema en “Es que somos muy pobres”: la pobreza, considera el narrador, reproduciendo el punto de vista de sus padres, orilla a sus hermanas mayores a prostituirse. Añadamos aquí, sobre este punto, el estigma social no tanto contra lo sexual —que sin embargo está implícito—, sino contra la promiscuidad y todo lo que implica ese oficio. A las hermanas esto las vuelve desvergonzadas. “Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas”.

La sexualidad aparece de muchas maneras. “En la madrugada” describe un incesto: Justo Brambila mantiene relaciones con Margarita, su sobrina, prácticamente una niña. Piensa él mientras arregla la cama en que pasó la noche con ella: “Si el señor cura autorizara esto, yo me casaría con ella; pero estoy seguro de que armará un escándalo si se lo pido. Dirá que es un incesto y nos excomulgará a los dos. Más vale dejar las cosas en secreto”.

La clandestinidad es otro ingrediente de lo sexual, por obvias razones. Aunque hay que decir que, muchas veces, simplemente los implicados, o sus familiares o sus amigos, o los habitantes del pueblo, saben de las relaciones pero se hacen “de la vista gorda”. En este caso particular, la madre de Margarita, hermana de Justo, lo sabe, y le recrimina su comportamiento: “Su made le había dicho después de mucho sermonearla que era una prostituta”.

En “Macario”, como en muchos otros cuentos, las alusiones a lo sexual no son más que eso, alusiones, lo que transforma las descripciones en referencias eróticas muy sutiles que pueden hacer creer al lector que aquello solo transcurre en su cabeza. Sin embargo, ello se debe a los prejuicios que los personajes tienen sobre el tema. Ocurre, además, que en ocasiones solo uno de los participantes actúa con “malas” intenciones. El monólogo de Macario es el de un retrasado mental —el tonto del pueblo—, y así relata sus encuentros nocturnos con Felipa, otro de los personajes del cuento: “Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua… Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, solo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacía cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada”.

“El Llano en llamas” relata las andanzas de Pedro Zamora, cabecilla de un grupo de bandoleros nacido tras el caos producido por la Revolución mexicana. Entre las muchas implicaciones de este río revuelto, junto con el saqueo de los poblados, está el “robo” y consiguiente violación de las mujeres. Aquí, como es natural, lo sexual se vincula con la violencia. Pero hay un ingrediente adicional: la aceptación por parte de las mujeres de este estado de cosas. Es decir, luego que son arrebatadas del seno de su hogar, se someten a su nueva situación y se consideran pertenencia de su nuevo dueño. Cuando el Pichón, narrador de la historia, evoca el momento en que sale de la cárcel, explica: “Me agarraron […] por la mala costumbre que yo tenía de robar muchachas. Ahora vive conmigo una de ellas, quizá la mejor y más buena de todas las mujeres que hay en el mundo”.

“Acuérdate” reitera un tema que ya se mencionó al hablar de “Es que somos muy pobres”, el de la promiscuidad, referido únicamente a las mujeres, lo cual se explica por la cultura machista a la que corresponden estos cuentos: también los hombres son promiscuos —véase el ejemplo de el Pichón, citado en “El Llano en llamas”— pero ello se ve con tal naturalidad que no vale la pena mencionarlo. Aquí, además del caso de la Berenjena, ya citado al hablar de la pobreza, se habla de dos mujeres “muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya”. Esta Arremangada deja claro el por qué de su sobrenombre: Urbano Gómez, uno de los personajes del cuento, fue hallado en la escuela “con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco”.

Sobre “La herencia de Matilde Arcángel”, al que ya hicimos referencia, añadamos la descripción que se da de la belleza de la protagonista, y de cómo esta atrae a los arrieros del rumbo a la fonda de su madre. “Cuanto arriero recorría esos rumbos alcanzó a saber de ella y pudo saborearse los ojos mirándola”. Agrega el narrador: “Pero el día menos pensado, y sin que nos diéramos cuenta de qué modo, se convirtió en mujer. Le brotó una mirada de semisueño que escarbaba clavándose dentro de uno como un clavo que cuesta trabajo desclavar. Y luego se le reventó la boca como si se la hubieran desflorado a besos. Se puso bonita la muchacha, lo que sea de cada quien”.

Será la belleza de Matilde la que doblegue a Euremio padre, y lo lleve a arrebatársela a Tranquilino Herrera, narrador de la historia y después compadre de aquel. Eurimio “era un hombrón así de grande, que hasta daba coraje estar junto a él y sopesar su fuerza, aunque fuera con la mirada. Al verlo uno se sentía como si a uno lo hubieran hecho de mala gana o con desperdicios”. Enfatizamos la descripción porque, como se ve, Matilde y Euremio parecen hechos el uno para el otro, ya que sobresalen del común de los habitantes de Corazón de María —donde transcurre la historia— y sus alrededores. También es importante subrayar el aspecto físico de ambos porque en este se basa su amor, y las implicaciones de lo que ocurre después: el hecho de que Matilde muera luego del bautizo de su hijo, por lo que Euremio considera que no disfrutó de la vida conyugal, culpa al niño por ello y vierte en él su odio. Por si este enredo no fuera suficiente, Tranquilino confiesa que nunca dejó de amar a Matilde, y acepta apadrinar al niño solo para estar cerca de ella.

En “Anacleto Morones” se da una turbia relación entre la sexualidad y la religión. Se trata de un caso típico de un timador que se aprovecha de la ingenuidad y de la credulidad de la gente, a quienes el protagonista, Anacleto, les hace creer que es un santo, un enviado del cielo. En este, más que en cualquier otro cuento, el tema de la sexualidad presenta un sinnúmero de matices: el incesto —del propio “santo” Anacleto con su hija—, la promiscuidad —la hija de Anacleto, Lucas Lucatero, el narrador, y varios de los personajes femeninos—, la intolerancia y la hipocresía de la gente…

Anacleto se vale de su aura de santo, entre otras cosas, para satisfacer sus apetitos sexuales. Con el pretexto de que necesitaba doncellas puras que velaran su sueño “dejó sin vírgenes esta parte del mundo”, asegura Lucas Lucatero. Y añade: “A él le gustaban tiernas; que se les quebraran los güesitos; oír que tronaran como si fueran cáscaras de cacahuate”. Además, como se ve, resulta pedófilo.

El cuento narra la llegada de un grupo de mujeres santurronas a casa del narrador, asistente de Anacleto, con el fin de que testimonie a favor del supuesto santo, para que la iglesia reconozca sus milagros y lo canonice. Lucas no quiere prestarse a la farsa —más que nada porque lo implicaría en la estafa que resultó la vida de Anacleto— y se burla con dureza de ellas, por lo que una a una abandonan su deseo de llevarlo a Amula para que dé su testimonio. Por último se queda una de ellas, y pasa la noche con él. En la madrugada le confiesa: “Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién si era cariñoso con una? […] El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor”.

El tema de lo sexual implica, entre otros muchos aspectos, el de la precocidad, o el despertar de la libido; el del engaño, el del estigma de los hijos naturales; además de los ya citados de la pobreza, la violencia y la religión.

Nos parece que las referencias a lo sexual tienen dos aspectos: por una parte, se presenta como una pura satisfacción de un instinto natural, como el simple desahogo de un apetito físico, y por otro, aunque este no es el tema dominante, implica ciertas cuestiones afectivas, vinculadas con la belleza o el amor. De cualquier manera, es indudable que estas alusiones al tema de la sexualidad, como parte integral de la existencia de los personajes, más de una ocasión enfatiza su condición de miseria moral y física en que están hundidos.


La violencia y el crimen

Una peculiaridad no solo de la violencia, sino incluso de los asesinatos, es que se inserta de manera natural en la vida de los pueblos que se mencionan. Muchos de los personajes son asesinos que confiesan su delito como si se tratara de un suceso irrelevante, en el que participaron porque ello formaba parte de su comportamiento cotidiano.

El tema aparece en “La Cuesta de las Comadres”, “El hombre”, “En la madrugada”, “Talpa”, “El Llano en llamas”, “¡Diles que no me maten!”, “La noche que lo dejaron solo”, “Paso del Norte”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros” y “La herencia de Matilde Arcángel”.

Señalemos, en primer lugar, que este tema enfatiza, como el de la sexualidad, la intensidad de las pasiones que dominan a los personajes. Si bien podemos hablar de irracionalidad, de conformismo, de indiferencia, también debemos subrayar la vitalidad que se deriva de las acciones y de la existencia de estos personajes. Se percibe una gran fuerza en la manera como estos se aferran a la vida, a tal grado que son capaces de matar para subsistir. Nos parece que en ningún momento se menciona el tema del suicidio. Es importante hacer énfasis en el rasgo de violencia como parte del carácter de los personajes, y como expondremos a continuación, la manera como, en más de una ocasión, se convierten en criminales incluso de forma inconsciente, y aun después de reconocerse como asesinos, su vida continúa como si nada hubiera ocurrido.

La anterior afirmación es la más obvia de “La Cuesta de las Comadres”. Se mencionan tres personajes: los hermanos Torrico y el narrador, con un rasgo común: seres marginales, a quienes los habitantes del pueblo rehúyen por su carácter violento y porque no se tientan el corazón para matar a quien se les ponga enfrente por la razón más insignificante. Hay una diferencia: el narrador no se mete con nadie, lleva una existencia solitaria y al margen de lo que ocurre a su alrededor. Pero, precisamente por su carácter, tras la muerte de uno de los hermanos en circunstancias poco claras, el sobreviviente va a reclamarle por un crimen que no cometió. La acción principal del cuento transcurre en una noche difusa, bañada por la luz de la luna, lo cual desde luego no es casual. De nuevo se enfatiza la simbiosis que existe entre los hombres y la naturaleza: el ambiente que se describe, las sombras del lugar, apenas sugeridas, van muy a tono con la descripción que se hace del crimen. “A Remigio Torrico yo lo maté”, reconoce el narrador sin titubeos. Y describe el suceso con las siguientes palabras: “Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arriba del ombligo y metérsela más arriba, allí donde pensé que tendría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se quedó quieto”.

“El hombre” es una de las narraciones más difíciles del libro, pero queda claro que se trata de una persecución, de alguien que sigue las huellas de un criminal —el hombre— para cobrar la muerte de una familia completa. Se subraya, sobre todo, la venganza, la sangre fría para asesinar y los remordimientos. Reflexiona en algún momento el hombre: “No debí matarlos a todos. No valía la pena echarme ese tercio tan pesado en mi espalda. Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno”. Al parecer, el hombre va en busca —por venganza— de otro, a quien sorprende en su casa, por la noche, y a causa de la oscuridad decide matar a todos los habitantes, para no equivocarse; a su vez, mientras este huye, un asesino a sueldo —o alguien que a su vez desea vengarse— lo persigue hasta matarlo, y la historia concluye con la descripción del hombre tirado de bruces en un río, con “la sangre coagulada que le salía por la boca y la nuca repleta de agujeros como si lo hubieran taladrado”.

“En la madrugada” subraya la inconsciencia de nuestros actos, y el poco valor que en ciertos contextos se les da. En una tierra violenta, la muerte forma parte de la vida de sus habitantes. Así evoca el viejo Esteban uno de los sucesos que ocupan la historia: “Y ahora ya ve usted, me tienen detenido en la cárcel y que me van a juzgar la semana que entra porque criminé a don Justo. Yo no me acuerdo; pero bien pudo ser. Quizá los dos estábamos ciegos y no nos dimos cuenta de que nos matábamos uno al otro”.

“Talpa” —que debimos haber incluido en el tema de la sexualidad— expone un crimen del que, legalmente, no se puede acusar a quienes lo cometieron. Pero a los protagonistas, Natalia y el narrador, su propia conciencia los acusa, y eso es suficiente. El narrador, hermano del difunto Tanilo Santos, lleva a este con la Virgen de Talpa, para que le haga el milagro de curarle las llagas que van matándolo poco a poco. Los acompaña Natalia, esposa de Tanilo y después amante de su propio cuñado. Ambos insisten, a pesar de la resistencia que en algún momento opone el enfermo, en llegar hasta el final del trayecto, en un largo y difícil camino, complicado por la enfermedad de Tanilo. Cuando este insiste en regresar, reconoce el narrador: “Pero Natalia y yo no quisimos. Había algo dentro de nosotros que no nos dejaba sentir ninguna lástima por ningún Tanilo. Queríamos llegar con él a Talpa, porque a esas alturas, así como estaba, todavía le sobraba vida”. Y llegan hasta el templo de la Virgen, donde, desde luego, Tanilo muere. Qué forma tan sutil de violencia.

“El Llano en llamas”, del que ya hablamos un poco, reproduce sucesos bastante conocidos sobre nuestra historia, y de los que no cuesta mucho traer a la memoria: el enfrentamiento entre grupos antagónicos, en este caso de un grupo de delincuentes contra el gobierno. Este grupo nace, como ya señalamos, durante la Revolución, y como en otros enfrentamientos de nuestra historia, la violencia se manifiesta de diferentes maneras: saqueos, robos, asesinatos, violaciones, enfrentamientos entre las diferentes facciones… En particular, se destaca el momento en que Pedro Zamora y su gente prenden fuego al Llano Grande, lo que obliga a las autoridades a perseguirlos de manera encarnizada, hasta que los dispersan y el Pichón, narrador de la historia, termina en la cárcel, “pero no por andar con Pedro Zamora”. Notemos que la impunidad es un rasgo de los crímenes que se cometen.

Un tema similar se desarrolla en el cuento “La noche que lo dejaron solo” —se habla, al parecer, de un grupo de cristeros; como en el caso anterior, no se especifica de qué conflicto se trata—, aunque en este caso el título alude a la buena suerte del protagonista, ya que mientras su grupo huye se queda dormido. Sus compañeros se le adelantan y ello ocasiona que los aprehendan y los ahorquen; se quedó dormido y salvó la vida: cuando por fin alcanza a sus compañeros los ve colgados y puede escapar mientras escucha a los soldados que están esperándolo, y que si no llega, atraparán al primero que pase para completar la cuota de los que huían.

“¡Diles que no me maten!” presenta la otra cara de la impunidad: quien clama por su vida es un anciano que cometió un crimen en su juventud, y que ahora enfrenta el paredón porque el hijo del difunto, al paso de los años, se convirtió en militar y tiene el poder para hacerle pagar aquel delito.

El resto de los cuentos en los que este tema se coloca en un primer plano —“Paso del Norte”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros” y “La herencia de Matilde Arcángel”— enfatizan, de una u otra manera, los aspectos que hemos subrayado en este apartado: la inconsciencia o la indiferencia ante la violencia y el crimen, la venganza, y la manera como todo ello se integra a la existencia de los personajes.


La religión

Una de las herencias que recibimos de los españoles cuando llegaron a América es la religión. Al cabo de quinientos años, esta forma parte inseparable de cada momento de nuestra existencia y, a la vez, se inserta como una rutina que pierde su valor y su significado iniciales. A tal grado, que muchas veces se transforma en pretexto para justificar las violaciones o los asesinatos.

Aunque solo cabría mencionar tres cuentos en los que este tema aparece en un plano relevante —“Talpa”, “La herencia de Matilde Arcángel” y “Anacleto Morones”— todos los personajes son católicos y sus actos y su lenguaje están imbuidos con las alusiones a Dios, la Virgen y los santos. La topografía es una referencia constante en este sentido: “En la madrugada” transcurre en el pueblo de San Gabriel; San Juan Luvina es comparado con el purgatorio; Talpa, sabemos los jaliscienses, es un lugar importante de peregrinaje por la virgen del lugar, con fama de milagrosa… Cuántas implicaciones podemos derivar de los principios de la religión y los actos de los creyentes: ¿cómo pueden considerar como guía de su vida las leyes cristianas y comportarse de forma violenta, convertirse en violadores, en asesinos, en abusadores…?


El abuso de los poderosos

La contraparte de la pobreza la encontramos en el comportamiento de quienes ostentan el poder. Como la religión, se trata de un tema al parecer ubicado en un segundo plano —son pocos los cuentos que podemos citar en que este es mencionado de manera directa—, pero sabemos que se trata de un elemento fundamental en la vida de los personajes, que condiciona las relaciones que se establecen entre ellos.

Ya mencionamos la relación entre “El día del derrumbe” y “Luvina”; hay que destacar ahora “Nos han dado la tierra”, “¡Diles que no me maten!” y “La herencia de Matilde Arcángel”. De pasada, señalemos que este tema es fundamental en Pedro Páramo.


El lenguaje

El estilo de Juan Rulfo es muy especial. Al término de la lectura de sus cuentos queda una sensación muy particular en el ánimo. Cuando se piensa al respecto nos damos cuenta que el tipo de oraciones, los diálogos, las repeticiones crean una atmósfera determinada, relacionada con el estilo de vida que se pretende recuperar: la de la vida rural no solo de Jalisco, sino de México. Una vida que transcurre sin prisa, vinculada con la naturaleza y su ambiente: el ritmo de la lluvia, de la salida y la puesta del sol, del viento entre los árboles, de los ríos que fluyen por sus cauces, del canto de las aves y el rumor de los animales salvajes…

Es, nada más, el lenguaje como un recurso para poner el acento en el hombre, en la vida, en la naturaleza. El uso del lenguaje más allá del que se nos enseña en la escuela. No el de las palabras que estudiamos en español, el de los sustantivos, los verbos, los artículos, de las partes de la oración… Nada que ver con conceptos como gramática, sintaxis, ortografía, semántica. No: el lenguaje como parte de la vida, la vida como algo permanente, fundamental: el lenguaje como un instrumento del arte.

Porque eso son los cuentos de Juan Rulfo: pequeñas piezas de arte no solo por la historia que se nos cuenta y la manera como se organiza, por el carácter de sus personajes, por el drama de las situaciones que se exponen; pequeñas piezas de arte porque en ellas el lenguaje ocupa un lugar de privilegio: la vida y los hombres solo trascienden si el artista es capaz de emocionar a sus lectores por la manera en que sabe llegar a ellos. Y Rulfo es un genio para penetrar, palabra a palabra, hasta lo más íntimo del corazón de esos lectores.


La universalidad de Juan Rulfo

Desde otro enfoque, podrían recuperarse temas diferentes, subrayar otros aspectos de la obra de Rulfo. Pero con la exposición hecha a lo largo de estas páginas, creemos, podemos hablar de la universalidad de la obra de Juan Rulfo.

¿Existirán pueblos, culturas, épocas en que la pobreza, la sexualidad, la violencia y el crimen, la religión, el abuso de los poderosos no formen parte de la existencia y la vida cotidiana del hombre?

Desde las obras de la antigüedad, hasta los textos que en estos días se exhiben en los aparadores de las librerías como novedades, encontramos sin dificultad estos temas. La Biblia abunda en ejemplos al respecto, lo mismo que Edipo rey y Hamlet; México bárbaro reproduce, de muchas maneras, ejemplos de ello en el México de los últimos años del porfiriato. Y basta de ejemplos, pues es historia de nunca acabar. De cualquier manera, insistimos, además de la genialidad, no podemos negar el rasgo de universalidad de las obras de Juan Rulfo.


Jumb11

Flores perdidas

Tere Acosta


Jumb2

Heterónimo

Adriano de San Martín Costa Rica


Jumb3

Arcanos

Andrés Guzmán Díaz


Jumb4

Adobe

Ana Romano Argentina


Jumb5

Meditación sobre una piedra

Israel Bonilla


Jumb6

Sargento Pimienta

Raúl Caballero García


Jumb7

El oficio de juglar

Gabriel Cerda Vidal


Jumb8

Los locos no van al cielo

Martha Eugenia Colunga