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Rosemary: el instrumento del mal

Paulina García González

El sueño de la razón produce monstruos.
Francisco de Goya

El cuento es, para Julio Cortázar, el lugar perfecto en donde se alberga lo fantástico; es una casa para este. Es en el cuento en donde se produce un paréntesis de la realidad y se puede encontrar una sensibilidad para percibir algo diferente, ajeno a nosotros. A través de él experimentamos un cambio de lógica, el cual representa una de las principales características de la novela negra.

El género negro, tan polisémico y metafórico, es el tema central de este ensayo, en el cual abordaré el tema de la visión de la mujer como instrumento para hacer o recibir el mal, dentro de varios textos analizados, enfocando principalmente el tema en una novela, La semilla del diablo, de Ira Levin.

La imagen de la mujer en muchas obras de este género corresponde al de la llamada femme fatale. Este prototipo se percibe en cuentos de Poe, Hoffmann, Gautier, Quiroga… En el texto La muerta enamorada encontramos un fragmento que da cuenta de lo anterior: “Un minuto después volví a abrir los ojos, pues a través de mis párpados la veía relucir con los colores del prisma en una penumbra púrpura, como cuando se ha mirado al sol. ¡Ah, qué hermosa era! Cuando los más grandes pintores, persiguiendo en el cielo la belleza ideal, trajeron a la tierra el divino retrato de la Madonna, ni siquiera vislumbraron esta fabulosa realidad”.1

Este prototipo vincula a la mujer con un tema prohibido, indecente, ligado a un concepto del mal porque guarda el misterio de la vida misma. En la antigüedad se hablaba de ella como de un tema sagrado, misterioso.

En las lecturas de este género, la presencia del vampiro se remonta al medievo, época en la que se consideraba que se trataba de un ser que existiría más allá de los tiempos terrenales gracias a su asociación con Satanás; es decir, tendría la vida eterna sin necesitar a Dios: “El vampirismo es uno de los símbolos tradicionales que el hombre ha construido para explicar su ansia de inmortalidad. Ser inmortal no significa resucitar de entre los muertos el día del Juicio Final; aliarse con el diablo significa adelantar ese momento. Acudir a Satán para liberarse de la muerte es también liberarse de las ataduras que Dios le impone al hombre”.2

Y es en este punto donde el texto de Ira Levin hace ruido, quiere entrar en el tema porque es preciso. Para hablar de la figura del vampiro y su relación con el demonio se debe conocer al demonio mismo, ese que nos presenta Ira Levin en La semilla del diablo.

En su libro, Levin nos presenta a una pareja de enamorados que acaban de firmar un contrato para rentar un apartamento en Nueva York; sin embargo, luego de recibir una llamada deciden anular dicho contrato y rentar el apartamento de la casa Bramford.

Rosemary y Guy Woodhouse se mudan a la casa Bramford a pesar de las advertencias que los conocidos de ella les han hecho, debido a que en el lugar han ocurrido una serie de misteriosos accidentes mortales. Uno de ellos es la muerte de un bebé encontrado en el piso de lavandería de los apartamentos: “Hutch, cosa sorprendente, trató de disuadirlos, basándose en que la casa Bramford era ‘zona de peligro’ ”.3

Cabe destacar que dicho argumento no aparece en la película que fue llevada al cine años después por el director Roman Polanski. La trama del largometraje comienza desde el momento en que Rosemary y Guy se encuentran buscando apartamento y luego se mudan a la casa Bramford.

Capítulo a capítulo, el autor recrea el contexto del cual parte cada personaje. Rosemary es una chica pueblerina que se ha ido a vivir a la gran ciudad en donde conoce a Guy, un actor de teatro. Ellos se enamoran y se casan.

Este tipo de detalles no son presentados a lo largo de la película; sin embargo, se puede observar que el tema del misterio y la tensión van avanzando conforme se presentan las siguientes, los personajes y las muertes que no cesan a lo largo de la trama.

En esta historia, Rosemary es una mujer dulce, tierna, educada. Víctima perfecta para engendrar al hijo del diablo. Rosemary ha sido elegida por unos cuantos, quizá una secta —como se maneja en la trama— para ser ella quien dé a luz a ese ser oscuro.

Rosemary

Conforme avanza la historia del libro, la imagen de Rosemary también se modifica. De ser una tranquila y dulce mujer, se convierte en una mujer extraña, ojerosa, nerviosa y de cabello corto. La imagen de Rose se degrada hasta quedar vulnerable, la cuna perfecta para contener ese ente maligno: “Con el cese del dolor vino el sueño, se pasaba durmiendo hasta diez horas sin tener pesadillas; y con el sueño vino el hambre. Al cabo de unos días el rostro cadavérico de Rosemary había perdido sus perfiles”.4

Su imagen contrasta con la imagen de la mujer dentro de la novela negra. Considero que esta literatura se etiqueta como de horror porque conforme avanza la trama todo se revela, infiltrándose un horror y un terror psicológico latente y del cual somos testigos ya sea al verlo o al leerlo. Somos testigos de la maldad que invade a Rosemary a través de sus ojos y de sus entrañas.

En una especie de ritual, Rosemary es conducida a una habitación oscura ocupada por varias personas, hombres y mujeres desnudos que observan cómo ella mantiene relaciones sexuales con su esposo, Guy, mientras una especie de demonio ronda la habitación. Rosemary se encuentra drogada, sedada, semidormida… “Ella abrió sus ojos y vio ojos amarillos como hornos, olió a azufre y raíz de tanis, sintió un aliento húmedo en su boca, escuchó gruñidos de lujuria y la respiración de los espectadores”.5

Al día siguiente Rosemary recuerda poco lo sucedido, piensa que fue un sueño pero al mismo tiempo se siente extraña. Comienza a indagar sobre las sectas y la familia que vivió en ese apartamento tiempo atrás. Comienza a buscar respuestas sobre la historia de los señores Castevet, quienes representan el inicio de la maldad en la historia. Es el señor Castevet una especie de demonio omnipotente y en el libro se describe de la siguiente manera: “Yo soy de aquí de Nueva York, aunque he estado ahí, he estado en todas partes. En todos los continentes, en todos los países. Cite cualquier lugar y yo he estado ahí”.6

Es tarde. Rosemary está embarazada y se encuentra muy feliz. Sin embargo, poco a poco se da cuenta que el ser que lleva en sus entrañas no es un bebé normal. Le resta energía, fuerza, y la hace sentir extraña. Rosemary se da cuenta, al paso del tiempo, que engendra a un ser maligno.

Casi al final del relato le hacen creer que el bebé ha muerto. Pero la verdad es que vive en el departamento de al lado, el de los señores Castevet. Rosemary entra al lugar, da unos pasos y encuentra a todos celebrando el nacimiento del niño. Llega hasta su cuna color negro. Rosemary lo toma entre sus brazos y comienza a jugar con él, su nombre: Adrián; Andrew John Woodhouse.

En la novela observamos que el ente demoniaco se presenta de una manera muy diferente a la de otros textos de horror clásico. En esta ocasión, el ente maligno es externo y se encarna en una superficie bondadosa para alimentarse de ella: el cuerpo de Rosemary.

Rosemary, una mujer tierna y pueblerina es la mujer que albergará al hijo del diablo. Es la cuna perfecta para engendrar el mal. Ha sido elegida, tal como sucede en otros textos de literatura negra, como el instrumento para albergar o hacer el mal, por el simple hecho de ser mujer.

Notas

1 En Antología de novela negra. “La muerta enamorada” de Théophile Gautier, p. 48.

2 Op. cit., “La metamorfosis del vampiro” de Margo Glantz, p. 26.

3 En La semilla del diablo de Ira Levin.

4 Id.

5 Id.

6 Id.


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