Los sentidos al aire, de Agustín Yáñez

Adriana Patricia Torres Jaramillo, Luis Rico Chávez,
María del Socorro Mora Navarro, Rosa Irma Narváez Nieto

 

El lenguaje, el léxico, configuran la idiosincrasia de los personajes, como individuos y como colectividad, y corresponden a una forma de hablar propia del campo, de la provincia.

Los olores son importantes, lo cual también es algo que ya se perdió en la actualidad; la Guadalajara provincial envuelta en olores de azahares, jazmines o pino ya no existe. O es algo remoto y confinado a ciertos barrios o temporadas.

Las fiestas religiosas son tan sui generis como las conocemos incluso en la actualidad: no pierden su dosis de paganismo. Durante la tradicional visita a los siete templos, en semana santa, el protagonista de “Esto es mala suerte”, un niño-adolescente, se preocupa más por encontrar a la niña de sus sueños que por cumplir con el ritual al que lo obligan su madre y la tradición. En otro momento (“Pasión y convalecencia”), al referirse a las fiestas patronales de San Juan (en Teules), se enfatiza no el fervor, sino los ríos de alcohol que corren y las riñas y las muertes que se dan al abrigo de las fiestas y la muchedumbre.

De igual forma, en “Aserrín de muñecos”, que describe la pasada grandeza de un pueblo minero, el espacio corresponde prácticamente al de un pueblo fantasma, que sólo recupera parte de su vida durante las fiestas patronales.

Entreveradas con la vida están las costumbres, condicionadas por la religión, la cual dicta el calendario, las fiestas, el comportamiento de los fieles (y aun los infieles; no apegarse a tales dictados implica la censura general, el repudio), la cotidianidad. Pero por encima de este condicionamiento (meramente superficial) bulle la intensidad de las pasiones, que se rebelan a tales imposiciones.

Y, por supuesto, como un elemento inseparable están los prejuicios y las falsas ideas que condicionan nuestro comportamiento y nos impiden disfrutar la vida o nos obligan a infringir constantemente las normas familiares, sociales o religiosas (o todas a la vez).

Claroscuros de la vida
El título del primer cuento (“Niña Esperanza”) subraya otro de los temas del libro, los contrastes: se trata de una historia en la que no hay esperanza, y la inocencia a la que alude el concepto “Niña” no existe, y cuanto aparece, está condenada a desaparecer.

Otro contraste recurrente se da entre la edad y la precocidad de los niños. Se habla por ejemplo de pretendientes “de trece años”, del reto constante entre los niños “a ver quién es más hombre” y se alude a “los donjuancillos que visten todavía a la rodilla, pero ya fuman y dicen malas palabras”. Al protagonista del cuento “Esto es mala suerte” la jovencita de quien está enamorado le echa en cara que aún usa pantalón corto: “Estoy muy chica”, se excusa para rechazar su propuesta de noviazgo. “No vaya a decir algo mi confesor. Hasta usted anda todavía de rabón”.

Como lector, llama la atención una curiosa paradoja entre los aires de provincia de la ciudad y la corrupción implícita en el estilo de vida urbano, porque en ciertos momentos se exalta la pureza, la inocencia de la gente del pueblo y la afectación y la hipocresía de la gente de la ciudad. Salta la pregunta: ¿por qué, si el sustrato de la ciudad tiene su origen en los migrantes que abandonan las empobrecidas zonas rurales, alcanza estos grados de corrupción? La respuesta: lo puro se corrompe al entrar en contacto con las costumbres de la capital. Viene a la mente uno de los títulos del propio Yáñez: Ojerosa y pintada, que el jalisciense toma de un verso de La suave patria, de Ramón López Velarde, en el que la ciudad se compara con una prostituta.

Destaca, entre los claroscuros de la vida, la ilusión del primer amor (acompañado de la correspondiente zozobra) que después se convierte en la decepción del engaño.

Los contrastes también se subrayan por medio de realidades múltiples, sobre todo externas, que reviven tradiciones (domingo de ramos, semana santa, la fiesta de la Inmaculada, en la que niñas vestidas de blanco ofrecen flores en las iglesias, la escuela de aquella época), en ocasiones en contraste con la percepción de los personajes: el dolor que ocasiona la muerte de la persona amada, la deshonra pública, el primer amor… La realidad se configura según la perspectiva del observador: una muerte afecta intensamente a alguien y deja indiferente al resto del mundo; la deshonra pública, el repudio general se sustenta en chismes y distorsiones de los hechos, y el afectado vive con el dolor que le provoca, además del suceso, la injusticia y el encarnizamiento de los acusadores.

Personajes y narradores
El monólogo interior es el recurso más utilizado por Yáñez para introducirnos en la conciencia de los personajes; ésta, muchas veces, se transforma en instrumento acusador. Paquita, protagonista de “Laude pascual”, tras un intenso monólogo en que revisa su pasado y considera su situación actual, termina considerándose un objeto (p. 82), y lamenta que su madre haya muerto de tristeza por su causa; deplora también la pérdida del camino bueno que seguía mientras acudía al colegio de monjas. A tal grado la lleva la autoacusación que, al pensar en ello, no se considera digna siquiera de evocar este lado bueno (ya perdido) de su vida.

Tales estados de conciencia son recurrentes en la mayor parte de los personajes, como el niño narrador de “Niña Esperanza”, el rector de “Las avispas”, el niño de “Esta es mala suerte”…

Los narradores, por lo general introspectivos, muchas veces en primera persona (aun cuando se trate de un narrador externo, éste “presta” su percepción al personaje, de tal forma que el lector puede bucear en el fondo de sus emociones) se asombran (y se llenan de decepción) ante el contraste de su condición (de sufrimiento, amargura, decepción) con el transcurrir de la vida: los otros siguen en sus asuntos indiferentes a su sufrimiento.
En este punto habrá que incluir una nota discordante. Los tonos, las estrategias narrativas, las perspectivas de los narradores de las diferentes historias no siempre son tan eficaces para la configuración de la atmósfera o para la coherencia de las acciones. Así por ejemplo, si se pretende ser polifónico, la narración se vuelve confusa; cuando se alternan los tiempos y los espacios, el lector se topa con un sinnúmero de incoherencias; no se establecen hilos narrativos o temáticos que enlacen las secuencias.

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