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Álvaro Leonor Ochoa, poeta olvidado

Sara Velasco


Agustín Yáñez llama “filósofo desconcertante” a Álvaro Leonor Ochoa, calificativo que reafirma Emmanuel Carballo. También fue poeta. Lo más seguro es que sea considerado como poeta-filósofo porque la mayoría de sus textos corresponden a la prosa poética y se refieren a reflexiones sobre el destino, la muerte, el infinito, la religiosidad y la vida. Lo cierto es que se trata de un autor polémico con algunos detractores y escasos simpatizantes.

Sus textos se editan en Guadalajara, entre 1918 y 1942. Vivió por el rumbo del Santuario y fue compañero, en el Liceo de Varones, de José Guadalupe Zuno, quien lo describe como muy inteligente y estudioso cuya conversación era la de un erudito viejo.

Con la intención de tener, aunque fuera una mínima cantidad de datos biográficos, acudí al panteón de Mezquitán a localizar su tumba y corroborar la fecha de su muerte: 11 de febrero de 1953. Con esta referencia consigo su acta de defunción, por la que puede saberse que su cuerpo presentaba estado de putrefacción avanzada, puesto que estuvo aislado durante largo tiempo sin dejarse ver por nadie. Su acta de nacimiento, en el Fondo Reservado del Archivo Histórico de Ciudad Guzmán, marca como principio de su vida el 7 de agosto de 1888 y su nombre José Álvaro. Fue hijo de Dominga Cuéllar y J. Leonor Ochoa, próspero comerciante y, como sus ancestros, personajes prominentes en dicha región. Para honrar la memoria de su padre, quien murió cuando Álvaro era niño, suprime su primer nombre y agrega el de su padre en cada libro que publicó.

Los libros de Ochoa son únicos, no sólo por su temática metafísica, sino por lo raro, diferente y original de las portadas, pues las hizo de yute, tablillas de madera de cedro, tela de rebozo, petate de carrizo, palma tejida, paja prensada, raíces vegetales, manta con chaquira, etc. Además, los publicaba a su costa y en tirajes que fue reduciendo poco a poco hasta llegar a unos 20 ejemplares de los últimos títulos.

La obra de Álvaro seguramente dio motivo a discusiones y controversias entre los lectores de las primeras décadas del siglo XX en Guadalajara. También es seguro que fue criticada, incomprendida y menospreciada en su tiempo, lo cual se debió quizá a que los temas que trataba eran atrevidos para aquella sociedad conservadora. Sin embargo, fue leído y elogiado por Agustín Basave, defendido de las críticas por José Cornejo Franco y uno de sus poemas seleccionado por Alfonso Gutiérrez Hermosillo para mejorarlo y hacerlo propio como lo analiza Adalberto Navarro Sánchez en 1950, pues hace el comparativo del poema “El himno entre la luz” y la versión de Gutiérrez Hermosillo y comenta que el poema de Ochoa ofrece un hermoso y trascendental mensaje.

Además, se carteaba con Miguel de Unamuno. Esta correspondencia fue solicitada por Alfonso Reyes en 1951 para el epistolario que preparaba del ilustre filósofo español. La Secretaría de Relaciones Exteriores envió cartas a Ochoa por conducto de Guillermo Jiménez, director general de información en la Secretaría de Gobernación, y de José María González de Mendoza, sin obtener respuesta.

No abunda el estudio de su obra completa, pero se cuenta con varias cartas de su amigo Alberto M. Brambila en las que, de manera sintetizada, expresa las características de su escritura.

En tres bibliotecas públicas y en una privada localicé cincuenta y cuatro libros de su autoría.


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