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Carlos Prospero:

una poesía cotidiana, personal y melancólica

Nari Rico


Carlos Prospero es un poeta jalisciense cuya trayectoria se remonta a los años setenta del siglo pasado. Como él mismo se define, se trata de un autor a contracorriente de sus contemporáneos (y los de generaciones posteriores). Declara que la poesía ha muerto, y se inclina por una estética anclada en lo cotidiano, en las experiencias personales y en la melancolía.

En entrevista, comparte un poco de lo que la poesía ha significado para él. Habla, también, de la evolución de este género en Jalisco, así como sobre la manera en que sus distintos trabajos independientes de la creación han influido en su obra.

Lo primero que compartió fue una pequeña anécdota acerca de su primer libro.

A principios de los ochenta se reunía con relativa frecuencia con Arturo Rivas Sainz, para comer. Entre la charla y la sobremesa se planteó la cuestión de si tenía algún libro concluido. Como respuesta, Prospero le entregó los textos que había escrito hasta entonces. Y fue todo. La historia pareció terminar ahí. Se olvidó del asunto hasta que, al año siguiente, recibió una llamada del maestro Francisco Ayón Zéster, informándole que tenía unos libros suyos en la Unidad Editorial del gobierno de Jalisco. Recibió la noticia con sorpresa, pues no recordaba haberle prestado libros. Pero su sorpresa fue mayor cuando, al ir a recoger los libros, se enteró que se trataba de la edición de los textos que le había entregado a Rivas Sainz, y así tuvo en sus manos, en 1982, la edición de Tambor de un solo palo.

Le pregunto sobre las características de su poesía, y sus semejanzas o diferencias con las de sus contemporáneos. Responde sin titubear: lo más destacable son sus modelos que ayudaron a formar su canon estético.

Comenzó escribiendo poemas sueltos, que se publicaron en las revistas de la sociedad de alumnos de la antigua Facultad de Filosofía y Letras; al integrarlos pensados como libro, observó ciertas diferencias entre su escritura y la de sus contemporáneos. “Ellos”, señala, “se habían inclinado hacia las tendencias de los franceses: Baudelaire, Rimbaud, los poetas malditos, y yo por los gringos”. Sus modelos fueron Ezra Pound, Walt Whitman, T. S. Eliot, William Carlos Williams, entre otros; pero el que a él le encantaba era Carl Sandburg. Tuvo que leerlos en inglés. Para su fortuna, señala, era amigo de la directora de la biblioteca Benjamin Franklin, a la que estaba inscrito, lo cual le permitió mantenerse informado y acceder a las obras de los poetas contemporáneos estadounidenses. Esta inclinación lo llevo a desarrollar, como él menciona, “una escritura más cotidiana”, aunque también con “un tinte vallejiano: triste, de la pesadumbre”; la define como “cotidiana, pesimista y maldecidora, pero muy combatible”.

Algo que lo llevó a decantarse por estos autores fue el hecho de no lograr conectar con los franceses, con el estilo de vida fomentado por los malditos (fumadores, bebedores, más libres sexualmente, visitantes asiduos de los prostíbulos), no congeniaba con ellos, buscaba algo distinto. Para su fortuna, Ricardo Yáñez le mostró un poema de Ernesto Cardenal, “Coplas por la muerte de Merton”, donde el escritor nicaragüense combina la poesía de Jorge Manrique y El cantar del Mío Cid con problemas existenciales actuales, lo cual le agradó sobremanera.

Otro autor fundamental para Prospero fue José Coronel Urtecho, paisano de Cardenal, y quien consiguió, en poesía, lo mismo que Whitman, pero para la América Latina de esos años. La lectura de Coronel (pese a la imposibilidad de encontrar su obra) fue el hilo conductor hacia los poetas latinoamericanos contemporáneos, configurando su canon personal, distanciándolo del resto de los poetas de su generación.

Su poesía, reitera, es “cotidiana, descriptiva, bastante descriptiva y melancólica”, con referencias a su pueblo natal, Tapachula, Chiapas, mencionando ríos, árboles y aves por su nombre. “Es una poesía puntual que limita su rango de acción poética”.

La evolución de la poesía en Jalisco fue otro de los temas abordados. Comenzó rememorando cuando fue promotor de poetas jóvenes, aunque el ambiente no fue de su agrado y se retiró. Sin embargo, siguió leyendo a cada uno de los poetas; aunque no todos han sido de su agrado, eso no fue impedimento para continuar su lectura.

En 1981 Elías Nandino le pide su apoyo para uno de sus talleres. Se dio cuenta de que los jóvenes poetas eran “burguesitos, itesitos, de ciencias de la comunicación”, amantes de una poesía “refinada, europeísta”, con una fuerte influencia de Paul Valéry y su “Cementerio marino”. “Valéry se convirtió en el faro, sobre todo en aspectos teóricos. Evolucionó (la poesía) a esta cosa más exquisita que se denomina del arte por el arte, la poesía pura, pero ahí se quedó, no evolucionó a más”.

Más tarde llegan los lingüistas, estableciendo un canon poético fundamentado en el decir: “No importa lo que quieras decir, lo que importa es cómo lo dices y se acabó”, explica. A partir de entonces percibe un discurso lingüístico, no poesía.

Para él se trata de “textos poemáticos”, cuyo propósito es hacer poesía a la vez se aspira a ser automáticos. Entonces, de la poesía pura se pasa a la poesía lingüística, en la que resalta que “ya no hay contenidos emocionales, ya no encontramos la experiencia del poeta, porque hubo un momento en que el poeta fue cambiado por un yo poético. Esto permite que la gente invente con base en situaciones lingüísticas, no vivenciales”.

La aparición de Derrida, la deconstrucción y la verdad de la verdad crea un juego de elementos que son más malabares que poesía. Asevera: “La poesía se murió desde hace mucho tiempo… quizá no mucho, pero sí ya hace algún tiempo. Es mi opinión personal”.

Desde su perspectiva, el surrealismo es una corriente fundamental, porque permitió liberarse de muchas cosas. Considerado desde un punto de vista social, derivó en un cierto temor de los poetas porque, a partir de un análisis psicoanalítico de la obra literaria, implicaba el descubrirse ante los lectores. Este enfoque pretende hurgar en la ideología del autor, de la sociedad, la visión del mundo, así como en el descubrimiento de las neurosis y miedos del escritor. No sólo eso, sino que a partir de esta corriente psicológica se diagnostica a todos los grandes autores como neuróticos. De ahí el recelo de los poetas, el miedo de ser descubiertos, de desnudarse en su poesía.

Todo lo anterior comienza a dar más peso al yo poético, a las voces narrativas, lo cual sin embargo no es más que una cortina de huma para evitar el conocimiento del hombre. Este punto lo ejemplifica con la obra de Dostoievski, quien nos descubre que el alma del hombre no posee los rasgos divinos que el mismo individuo le atribuye; hay una parte biológica, y el hombre teme, cada vez más, ser descubierto, enfatiza. Entonces se comienza a escribir con este miedo, dejando entrever algo, pero no con tanta intensidad. Comienza el “encubrimiento”.

Un factor importante que ha influido en la poesía es lo extraliterario, en particular el mundo editorial. A mediados del siglo anterior aparece el realismo mágico, en el que hallamos nombres de escritores de izquierda o que simpatizan con esta ideología, lo cual no agrada a la industria editorial, por lo que comienza a definirse la forma correcta de escribir. “El papel de las editoriales ya no es buscar al genio, sino detener al genio”.

Los poetas de dedican “a escribir bonito para gustar. Los intereses cambian: escribo para que me admires”.

A principios de este siglo se implementaron dos reglas para escribir poesía: al estilo de Paul Celan, sin ningún objetivo y con textos fragmentados, de tal manera que no se entienda nada; y la otra, al estilo de Nicanor Parra: escribir de cinco a siete versos con un tema, el que tú quieras, y dos o tres versos finales que no digan nada y que no tengan relación con los anteriores; si cumples estas reglas, entonces serás un buen poeta.

Otra cuestión sobre la poesía actual es que se acepta cualquier cosa como poesía. “No porque algo tenga forma de poema es poesía”. Refiriéndose a la prosa poética, señala que aquí se incluye todo lo que no se puede escribir en un poema, al igual que el verso libre. No se trata más que de una justificación de la falta de habilidad del poeta cuando de escribir poesía se trata. Hace hincapié en que el verso libre no consiste en “escribir como uno quiera; hay que ir los poemas de Whitman” (quien escribía en versículos), y cita a Pound cuando señala: “Nunca pongas en verso lo que se puede decir mejor en prosa”, reforzando su argumento de que la prosa poética no es poesía. “Se debe tener conocimiento de los pies métricos para escribir en verso libre y no confundirlo con el blanco”. Para él, se perdió el rigor en la poesía, no se sabe de versificación y se comienza a escribir sin estos conocimientos y sin ritmo, “y sin ritmo no hay poesía”.

En otro momento de la charla nos compartió un poco de su experiencia en otras áreas fuera de la creación, y la manera como influyeron en su poesía, específicamente en lo relacionado con lo que él denomina lo “combatible”

Habló de su rutina, como una confirmación de lo que es la vida para él: “una lucha continua”. Lo mismo en el trabajo. Se dio cuenta de cómo se manejaba el sistema burocrático, lo que implicaba un aprendizaje para saber moverse en el mundo. Todo esto es para él la lucha de la vida, que refleja en su poesía “cotidiana, triste y combatible”, insiste.

Entre sus trabajos se desempeñó en la Procuraduría de Justicia del Estado, y a pesar de las historias que llegó a escuchar nunca consideró incluir estos elementos en su obra. Cree que esas historias quedan mejor para relatos y él se especializó en poesía; llegó a escribir relatos, pero nunca le gustaron.

Finalmente, regaló un consejo para los jóvenes escritores, o para aquellas personas que desean incursionar en el mundo de la creación literaria:

“Escribe, no leas. Lee cosas que te enseñen: ciencia, psicología, antropología, lee cosas que no sean cuentos ni novelas, ni poemas, y escribe sobre tu experiencia. Creo que eso es lo más importante, porque tú tienes una vida única. Yo digo que somo iguales un 85% y un 15% diferentes; si llegas a ese 15% serás un buen escritor, un buen poeta, pero si te quedas en el 85% serás un escritor mediocre. Cuando no tienes miedo de que se descubra, con lo que dices, quién realmente eres, hazlo, porque en realidad el que escribe de su experiencia es como un modelo para otros, es un modelo que está ahí como un espejo para muchos. Y eso se da con ese el 15%. Los cinco temas de la literatura siempre se tratan, pero cada quien tiene su visión, que no se parece a la de nadie más. Eso es muy importante. Y esto incomoda a varios, porque la consigna es leer. Lo valioso es la vivencia personal, esto no se aprende en los libros. No leas para escribir. Pensemos en Silvia Plath, en Virginia Woolf, eran mujeres que contaban su verdad, su realidad. Ponían patas arriba muchas cosas. Los escritores no somos lo exquisito que dicen que somos, somos lo que hoy llamarían emociones negativas. Cuando escribes vas descubriendo tu visión del mundo”.

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