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Muros y puentes

La clarividente memoria

Raúl Caballero García caballeror52@gmail.com

I know the dream, that you’re dreamin’ on
I know the word that you long to hear
“The Spy”, Jim Morrison

DALLAS. El pasado siempre está presente. En algún otro párrafo apunté que el pasado siempre vuelve, pero el pasado —ese tiempo vivido ubicado en el antes— si no se olvida permanece presente. Podemos jugar con las interpretaciones del tiempo a través del lenguaje que pasa a ser su espejo… en ese espejo lleno de sensaciones habita un latente déjà vu. El olvido existe cuando el pasado duerme.

En el capítulo 21 de Rayuela, de Julio Cortázar, Horacio Oliveira y Crevel van caminando por las calles de París, hablando sobre la relación entre Horacio y la Maga. Oliveira va recordando detalladamente los momentos que pasaba con ella: “Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente”.

En una carta a un amigo que vive en Houston recuerdo que de pronto, al avanzar en un párrafo me pareció que ya había escrito antes lo que en ese momento apuntaba: ¿o lo había leído?, ¿o ya lo había visto acaso en la escena de una película?, ¿o ya lo había escuchado tal vez en una canción? Recuerdo perfectamente que escuchaba —como pudo ser en este justo momento— “The Spy” (Morrison Hotel). Pero no era una carta en absoluto, soy muy dado a no desprenderme de ese concepto en desuso, en todo caso era una “carta” a intervalos con mensajes a través de Whatsapp, es decir que de pronto nos desentendíamos de los mensajes para cambiar el disco (conservamos los viejos amados discos de vinilo) o para retomar la relectura de la infinita novela, o por un instante indefinido ver un sueño de Anaïs Nin atisbándose a sí misma en un espejo de cuerpo entero dentro de otro espejo dentro de otro más… espiando entre los espejos en A Spy in the House of Love o la concentrada distracción se daba para preparar otra taza de café y entonces uno se quedaba —como siempre— distraído (que es una forma de estar atento) escuchando el disco, acaso percibiendo la energía emanada de los dedos de Manzarek o en el devaneo con el aroma de la infusión recordando lo ya vivido.

Recuerdo que recordaba que la tarde anterior habíamos visto una vez más esa de Bertolucci, The Dreamers… por eso puse esa otra tarde Morrison Hotel, porque en las pistas de esa película se incluye “The Spy” (para la cual Jim se inspiró en el libro de la Nïn) y así se van hilvanando los invisibles eslabones cotidianos… Aquellas líneas decían más o menos eso y lo siguiente: ¿Has tenido días en los que hayas considerado que todo acto cotidiano es como el eco de algo? Horas en las que percibes que todo lo que hemos hecho pasará de nuevo, una vez más aquí o allá, y muy posiblemente que lo que harás enseguida o que lo que vivirás mañana ya sucedió en otra parte. Es la maquinaria de tu memoria, su cuarto oscuro revelando la realidad, detectando la vivencia, deteniendo tu sentimiento. Es el espionaje de tu memoria después de pasar por el subconsciente o de flotar por el mundo de los sueños… antes de cabalgar en el hipocampo que se adentra en el espacio sin límite donde se almacenan los recuerdos.

Hablamos de la esencia de la nostalgia —esa emoción en la que se entromete la melancolía y ciertos suspiros inciertos—, lo que llevó a mi buen amigo a recordar Las Mitras antes del caos, esa especie de monografía de nostalgias en la que dejo establecido que quienes crecimos en esa colonia regiomontana recuperamos una gama de vivencias a través de la nostalgia, pero de una nostalgia despojada de aquella tristeza vaga o profunda, como quieras vestirla… o si prefieres, mejor, de una nostalgia contemporánea.

Y es que repasamos que la nostalgia es prima hermana de la angustia puesto que, así como se identifica la angustia existencial, existe la nostalgia existencial… por aquello de que denota pena o dolor… o sea ataviada con las negras galas de la melancolía, pero lo que enfoco en esas páginas en todo caso es una nostalgia absolutamente distinta. Todos revivimos nuestros recuerdos con satisfacción y embeleso. Luego entonces volteamos a nuestro pasado de una manera singular, personal, autobiográfica, aunque también podemos decir que exploramos una especie de nostalgia histórica, ¿estarías tú de acuerdo en ese concepto?

Nos adentramos —cada cual— a esa nostalgia histórica nutrida de experiencias individuales, cada uno buscó recuperar el entorno familiar y cultural de su juventud… y una característica de ello es la manera como se reiteran —específicamente: lo que nos acontecía en— esos años juveniles pues las vivencias se transmitían de generación en generación (acuérdate que se consideró que entre generación y generación sucedían de dos a cuatro años), los hermanos mayores le pasaban a los menores la materia de su nostalgia, así eran los vasos comunicantes de una generación a la otra, de la raza grande a la raza chica.

Tu charla, dijimos, tu lenguaje, tus palabras, tus recuerdos y reflexiones son los pronunciamientos de la memoria, de la lúcida memoria —no importa si ebria o sobria, según tus momentos, la época, tu tiempo… siempre lúcida. Tu memorioso discurso nos expone un pasado que siempre vuelve porque en realidad no lo queremos olvidar, pues nos provoca, cada vez, un grato sentimiento. O sea: al no olvidar al pasado, le damos forma a nuestra nostalgia: la hacemos crecer, la alimentamos con las anécdotas de lo que hicimos, le olemos sus entrañables aromas, la coloreamos y la recreamos con imágenes que recuperamos en la charla, en la escritura, en los discos. Toda añoranza nace (renace) cuando cualquiera de esas conversaciones se abre con la consabida pregunta: ¿te acuerdas cuándo? Entonces respiras el pasado.

Pero es una nueva nostalgia —contemporánea— porque la coloreamos de gusto, placer o alegría… en ese tenor la nostalgia no es una pena por la distancia en el tiempo ni algo doloroso por aquella pérdida o por alguna ausencia… lo querido se reencuentra porque nunca se ha perdido, lo lejano se acaricia. La templanza de la memoria nos ilumina. La nueva nostalgia ya no es más melancolía —como dictan los diccionarios— en el estricto sentido del término, la melancolía hoy, así, se transforma en algo emocionante o enternecedor dado el hecho que nos conmueve aquí dentro.

Anhelamos —disfrutamos— el sabor del pasado porque nos llena de un sentimiento deleitable. Además, como han dicho los historiadores: para no perder la perspectiva de lo que somos, requerimos recuperar de dónde venimos… o como lo dijimos nosotros: el pasado es insomne, se la pasa en la duermevela o mejor: en la vigilia de la clarividente memoria ante el perseguido horizonte del tiempo.


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