El docente en transición; de representante social a profesional de los servicios educativos
La profesión docente es una actividad luminosa. El negro es la ausencia de luz. La identidad como docente en nuestros días fue construida a partir de los ideales del nacionalismo revolucionario, con abanderamiento anticolonialista, de apego a los nobles principios de Tierra y Libertad. La profesionalización de la docencia en México se abre paso a partir de 1882 con la fundación de las escuelas normales, las que otorgarían un reconocimiento a los hombres y mujeres dedicados a la tarea de enseñar.

En el México de finales del siglo XIX ser profesor resultaba un privilegio, dadas las condiciones de una sociedad agrícola; un iluminado, con un pobre acercamiento a los centros de producción científica, a lo sumo a los laboratorios para la réplica de la descripción de los saberes científicos; la técnica nos llega con el vapor y los primeros motores de combustión interna. En los primeros años del siglo XX, los profesores dedicarían sus horas de vida a combatir el analfabetismo, al tiempo que se expande la cultura burguesa del hombre light.

Los catedráticos se reducían a un puñado de ilustres cuya tarea sería la alfabetización y el desarrollo de ciertos atisbos técnico profesionales. La razón científica, bandera de la ciencia que se había impulsado en el siglo XIX con Gabino Barreda y Justo Sierra, discípulos de Comte, tendría que esperar el modelo desarrollista y la creación en 1950 de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Educación Superior (ANUIES) y las burocracias de la ciencia en 1970, que administra el Sistema Nacional de Investigadores (SNI). No es sino después de un siglo que la actividad profesional de ética científica fue trastocada como una actividad de tipo mercantilista, de obrar siguiendo el principio del costo-beneficio.

La docencia en México es una actividad profesional en crisis y sin sentido, excepto el que imprime la propia burocracia de las élites de la dirección escolar. El orden institucional y la lucha por el fortalecimiento sindical de los profesores marca la influencia que ha tenido en las aspiraciones y oportunidades de los maestros, quienes han visto cómo su labor profesional se ha reducido a ser meros empleados de la burocracia oficial y sindical que controla la educación.

El profesor como profesional desaparece, adquiere estatutos a partir de la exigencia de escolaridad, hoy es un docente, un licenciado, un master, un doctor en educación; pero su esencia sigue siendo la misma, es un promotor del conocimiento, un formador de la conciencia racional científica de un país en un sistema mudo. Es por una parte generador de conocimiento, de talento creado para la solución de los problemas nacionales, para elevar la producción, la competitividad, pero también y en forma contradictoria, es un ser consumidor y consumido por la cultura pequeño burguesa; una vez posicionado salarialmente en el tabulador salarial, se encumbra en un estado de confort propio de un sector de la burocracia beneficiada por su talento intelectual; es, en cierto sentido, portador de la herencia mítica de un apostolado altruista que cede ante la profesionalización de la actividad docente.


Deontología y la búsqueda del sentido de ser del docente

El deber de todo profesional de la educación es la formación de hombres libres, comprometidos con los valores por los que ha luchado a lo largo de la historia de la humanidad, esto es, desde el particular contexto del siglo XXI en México, puede significar, entre otras exigencias, que se garantice la productividad, el crecimiento económico, la generación de empleos y la capacidad de compra, en beneficio de elevar la calidad de vida.

La deontología o ética profesional es una reflexión obligada, permanente y constante, no es posible inducir prácticas sin este elemento de inspiración teleológica. El estudio, deon o deber, y logos, estudio, te presume que el estudio de las normas morales que guían las acciones hacia un fin superior es una demanda social a todos los que portan un desempeño profesional. El deber no es sólo lo que se debe cumplir para realizar un ideal universal, sino lo que se debe cumplir para realizar una forma de ser o ethos.

En la sociedad del conocimiento ser docente implica, entre otros aspectos, los siguientes elementos a considerar:

a) El conocimiento científico técnico establecido no tiene hoy la patente exclusiva en el saber profesional, mismo que se requiere y toma importancia creciente en el saber tomar decisiones ante situaciones complejas, y el asunto de complejidad no puede resolverse prácticamente mediante el saber científico técnico.

b) La subordinación del profesional al interés del cliente se mantiene, pero también se ve modificado por la creciente vinculación del profesional con la institución y organizaciones. Situación que redunda en una proletarización del oficio y en una estratificación social y laboral de la tarea docente.

c) En razón de la dinámica socioprofesional, la autonomía docente se autolimita. El docente actúa en función de la pertenencia a la institución educativa, misma que es quien lo contrata y le da sentido a su real actuación. El docente defiende su estatus laboral, presume los principios de la empresa o institución en la que presta sus servicios.

El rol de docente puede tener o revestir una buena cantidad de exigencias que resultan contradictorias si se consideran los niveles educativos en los que se desempeña o la orientación pedagógica que le es característica. El perfil de desarrollo de competencias apunta a que los docentes desarrollen un proyecto de vida centrada en la formación continua, el aprendizaje autogestivo, la innovación y el desarrollo de competencias relativas a la gestión del conocimiento y al desarrollo de planes de clase que propicien el aprendizaje. Así por ejemplo, el docente tiene que:

  • Saber más que no saber, pues se cae en descrédito y arruina la reputación de la institución.
  • Convivir con el estudiante, auxiliarlo en la tarea de su formación como su amigo leal, pero al mismo tiempo distante y por tanto abstinente.
  • Ser responsable y portador de los valores del respeto, la humildad, la búsqueda por la verdad, apasionado por la justicia y las buenas costumbres de la moralidad, pugna por la toma de decisiones en lo horizontal, pero al mismo tiempo establece una relación jerárquica, despótica, avasallante de poder y dominio.
  • Ser líder, un motivador, un demócrata que pugna por las decisiones colegiadas, por tanto jugar a cumplir lo designado por la mayoría.
  • Ser, finalmente, el responsable del éxito de la educación. Lograr, independientemente de las condiciones externas que afectan el trabajo educativo, la realización de ésta con una eficiencia ilimitada.

La elección de ser o dejar de hacer de estos elementos por parte del docente es una cuestión que depende directamente de las prácticas que realiza y de la identidad y sentido de compromiso y responsabilidad que asume en su tarea como sujeto docente, por tanto, estas opciones guardan estrecha relación con los elementos didácticos y las condiciones en las que realiza su práctica docente; nivel educativo, visión del mundo y de la vida, conciencia política, número de alumnos, recursos con los que dispone, limitaciones o elementos favorables de la institución, principalmente.

El distanciamiento moral o de las implicaciones que tiene su proceder como sujeto docente es un factor determinante de la actuación; sin embargo, la práctica curricular docente es una cuestión indudable que dificulta la valoración social, técnica, ideológica y ética, implicadas en la práctica docente.

Deberes con la sociedad
El buen docente, el profesional de la pedagogía, de la didáctica, en un ser humano circunscrito a una sociedad y un modo particular de relación con los demás, por lo que se caracterizan las siguientes atribuciones:
1. Promueve el trabajo en equipo, esto es, establece una relación de reciprocidad, no es un ser egoísta que busca sacar ventaja del conocimiento o de las limitaciones de sus compañeros de trabajo, por el contrario, es un compañero más que fomenta el trabajo en una cultura colaborativa.

2. No es pasivo, pero no mantiene una actitud acrítica; por el contrario, fomenta la creatividad, la innovación, la reflexión crítica de lo existente.

3. No genera una cultura de discriminación o xenofobia, participa en la generación de dispositivos que potencien el reconocimiento de las capacidades diferentes.

4. Educar para la convivencia es la búsqueda por la equidad, la justicia y el desarrollo de una vida plena.
El educador, el docente o pedagogo en general, tiene que ser consciente del valor y la dignidad que tiene todo ser humano, persiguiendo como objetivo en el ejercicio profesional, la búsqueda de la verdad, la actualización continua y permanente y la dedicación al desarrollo de la sana convivencia.

El reto a considerarse para el desarrollo del personal docente es el asegurar un sistema de indicadores que permitan validar y asegurar evidencias de que las competencias desarrolladas, realmente aseguran en los jóvenes estudiantes el desarrollo de las competencias exigidas por el nivel educativo en el que se desempeña, competencias resultado de una libre discusión académica, sino exigencias establecidas para afrontar las demandas productivas y de competitividad formuladas por el mercado mundial, al tiempo que se atienden las crisis social y ambiental que le son resultantes a la demanda de ese mercado.