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Maité, la historia de una injusticia

Luis Rico Chávez

En eso quedó la justicia para el político que fue denunciado como
el prototipo una clase política corrupta a grados superlativos.
El gobernante que supuestamente desfalcó al erario veracruzano con
más de 60 mil millones de pesos, que armó una red de empresas
fantasma para desviar dinero y que incluso inyectó agua en lugar
de medicina a niños enfermos de cáncer, estará de nuevo en la
calle en el año 2022, y probablemente emigrado a Londres con su
familia para disfrutar del resto de su fortuna malhabida. Por
supuesto que eso no es justicia, es un tráfico de favores entre
políticos, lo que confirma el pacto de impunidad que la mafia de
la clase política brinda a los suyos. Duarte, además, queda
intocado por los delitos más graves que cometió: hacer de Veracruz
un estado donde se impuso la desaparición forzada, las ejecuciones
extrajudiciales y la proliferación de centros de exterminio y fosas
clandestinas. Nada de eso le imputó la PGR, lo que confirma la
simulación de justicia en su caso.
Rubén Martín

Nos conocimos hace un cuarto de siglo, aproximadamente, con toda nuestra juventud a cuestas y todas las esperanzas intactas. No puedo asegurar que compartiéramos los mismos sueños, pero la profesión nos trepó al mismo tren y nos convertimos en compañeros del mismo viaje, yo profesor de español, Maité docente de inglés.

Coincidíamos prácticamente todos los días, y en los recesos, en las horas de comida y en otros momentos en que nuestra labor docente lo permitía, intercambiábamos experiencias, opiniones e incluso lamentos por la apatía, el desinterés y la pereza de algunos estudiantes.

Con el paso de los años, con los cambios naturales de las generaciones, nuestra perspectiva fue modificándose (para mal), derivado de la percepción de que en los años que corren, con mayores distractores y mayor desatención por parte de los padres y del entorno social, nuestros estudiantes dispersan su atención con mayor facilidad, lo que dificulta aún más nuestros esfuerzos por cumplir con nuestro deber académico.

Su temperamento de aquellos tiempos juveniles se acentuó con los años, y fue sin duda la causa del triste y deplorable final de su carrera docente. Poseía una ingenuidad de adolescente, una inocencia inconsciente que la dotaba de un carácter afable, tirando a la depresión, del que nacían sus comentarios un tanto amargos y poco optimistas del resultado de sus afanes, por la ya descrita actitud de un buen número de sus alumnos.

Enfrentaba, además (producto de tal temperamento), dificultades emocionales, derivadas de relaciones no muy positivas y de problemas familiares de los que apenas entreveíamos las causas. Hablar al respecto le permitía desahogarse, encontrar apoyo emocional en algunos compañeros, y se convertía, por otra parte, en una manera de abrir su corazón y hacernos entender que junto con esa inocencia albergaba una mentalidad sin dobleces, un discurso genuino de honestidad.

Pero estas son meras cuestiones subjetivas, argumentos que al momento de juzgar son irrelevantes ante lo que se cree la contundencia de los hechos, los cuales, vistos superficialmente, sólo perjudican al supuesto culpable, y lo vuelven blanco del peor de los castigos, en el chivo expiatorio de males mayores que se pretenden ocultar con lo que no es sino una mera simulación de justicia. Eso fue lo que pasó con Maité.

*

Esa mañana, para variar, llegué a la Prepa 7 en el instante previo a que me registraran la falta en la clase de las nueve (el tráfico de la zona metropolitana está para acabar con la paciencia del mismísimo Job). Por las prisas, no me percaté del ambiente denso que reinaba en mi entorno. Fue hasta el siguiente receso que, al entrar a sala de maestros, percibí algo anormal.

La relajación propia de esos minutos (las pequeñas pausas que nos damos entre clase y clase), el ruido sordo e ininteligible de las conversaciones estaban ausentes. Andar furtivo, miradas suspicaces, tensión era lo que percibía en mis compañeros. El primer grupo al que me incorporé hablaba del tema. No entendí nada, así que pedí aclaraciones.

“Ayer [lunes] corrieron a Maité”. La causa habría de descubrirla al paso de los días, enlazando versiones de diferentes fuentes. En resumen, se trató de una de esas frases inocentes que solía espetar en todo momento, publicada en su Facebook. Mencionaba algo sobre lo injusto que resulta ayudar (regalar calificación) a cierta clase de alumnos sólo por el hecho de ser diferentes.

Por desgracia, esta inocencia cobró otras dimensiones en el contexto de los tiempos que corren. El discurso de la equidad, de la inclusión, de la diversidad, le pasó factura. En un juicio sumario, en el que al parecer no contó con ninguna defensa (ni siquiera de su parte; tal vez no entendió a cabalidad la dimensión de su frase; de cualquier forma, la defensa de nada hubiera servido: estaba condenada desde el principio), se destruyeron más de veinte años de trabajo responsable, de dedicación, de esfuerzo y de un interés genuino por apoyar a sus estudiantes. Porque pese a sus quejas (fundadas) por la dejadez de algunos estudiantes, se empeñaba por cumplir con sus responsabilidades. De eso fui testigo en todos estos años que, como menciono al comienzo de esta nota, compartí un espacio laboral con ella.

*

“¿En qué situación quedamos? ¿Qué seguridad tenemos de conservar nuestro trabajo?” fueron preguntas que escuché de labios de un compañero. Tácitamente, se habla del peso de la institución, de la manera como su percepción en la sociedad puede resultar en nuestra contra en ciertas circunstancias, pues su respetabilidad está por encima de nuestros intereses y, en su nombre, se cometen abusos. De la indiferencia de nuestro sindicato, que en situaciones como la presente permite que, sin mayores indagatorias, sin ir al fondo de la cuestión, seamos víctimas de injusticias. (Desde luego, no meto las manos al fuego por otra clase de profesores —que igualmente conozco— que sí son culpables de ciertos actos penados por la ley, unos pocos castigados, muchos de ellos aún impunes.)

Otro profesor relataba que, ignorante de lo que ocurría, por hacer el favor y cumplir un mandato de las autoridades escolares, ayudó a sacar los objetos personales de Maité, mientras se dirigían a la salida de la escuela, ella ahogada en un mar de llanto, impotente de revertir su situación y dolida sin duda por la pérdida de una parte de su vida y la conclusión de tantos años de servicio.

Insisto: expongo nada más mi punto de vista, lo que compartí con Maité en la Preparatoria 7, lo que escuché en boca de algunos profesores y el juicio que me hago del asunto. Simplemente el testimonio de lo que ocurrió, pensamientos que me rondan la cabeza en el contexto de las circunstancias que vivimos día a día.

Y mientras aquellos que en realidad son culpables de delitos incalificables siguen impunes, libres y causando graves daños, otros cuyo único delito consiste en hablar de más o en el momento o la circunstancia inadecuados, son víctimas de un sistema injusto que, ante las exigencias de la sociedad, finge imparcialidad y simula imponer castigos ejemplares para limpiar su conciencia. De cualquier manera, estas palabras no son simples divagaciones, argumentos infundados. El epígrafe que encabeza esta nota, los datos que aporta Rubén Martín sobre el caso de Javier Duarte, exgobernador de Veracruz, es un botón de muestra de lo pervertido que está el sistema de justicia mexicano, y que ha permeado todos los niveles, ámbitos e instituciones de nuestro país.


Referencia

Martín, Rubén (2018, 29 de septiembre). “Duarte y la simulación de la justicia”. El Informador. Guadalajara. Disponible en https://www.informador.mx/ideas/Duarte-y-la-simulacion-de-la-justicia-20180929-0005.html.


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