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La odisea de las TIC en una prepa de medio pelo

Luis Rico Chávez

Para mis clases, no acostumbro solicitar laptops, proyectores ni chismes por el estilo en nuestro Benemérito Departamento de Recursos de Apoyo de Noséqué (BDRAN) porque nunca funciona nada. Además de que es una suerte encontrar al responsable. Pero aquel día estaba como niño con PlayStation nueva, porque luego de semanas de desvelos, dos amagos de divorcio y de pensar en mis alumnos (a quienes a final de cuentas ni les importa) había actualizado mi página (www.luisricochavez.com por si a alguien le interesa) y quería hacer la presentación con bombo y platillos.

Y ahí estoy en el primer grupo, con mi superlap y un cable que tuve que conseguir para descubrir que mi equipo era tan moderno que no era compatible con los vejestorios que nos donara un egregio alcalde en épocas ya olvidadas. Tuve que hacer mi presentación a capella. Nadie me peló (igual no me hubieran pelado aunque hubieran visto los monitos).

En la siguiente hora repito mi odisea al BDRAN para solicitar equipo. El encargado (en esta vida existen los milagros) toma una lap, la observa y diagnostica: “Esta no sirve”. Toma otra con el mismo resultado. Evalúa una tercera y me la entrega. “Esta es la buena”. A punto estoy de irme cuando me demanda: “Mi profe, lléneme el libro porno”. Una maestra que aguarda se pone colorada. El encargado no puede contener la risa y explica: “Aquí se registran los profes que se llevan equipo por no dar clase”.

En el salón mi control remoto (el alumno más pelagartón) enciende el proyector. Trato de abrir el archivo y recibo un mensaje: “Lo sentimos, pero el navegador bloqueó su documento porque lo elaboró con la versión más actualizada y apenas reconocemos la versión -0.0001”. No hay remedio, otra clase perdida. Pero como ahora me tocan dos horas, les digo a los chamacos que en la siguiente no se escapan.

Y comienza mi deambular por los rincones más inhóspitos e insospechados de la escuela, a ver a dónde llega la señal de internet. Trato de instalar un navegador decente, pero este armatoste tiene miles de candados que debo sortear con mis más sofisticados recursos de hacker. “No que no”, me digo satisfecho y relamiéndome los bigotes mientras me lanzo a mi tercer intento, que ahora sí es el vencido.

Termino y apago la compu. Cuando la enciendo en el siguiente grupo, descubro que el cacharro está programado para eliminar todo lo que se le instala. ¿No sería mejor que estos cerebritos de informática la cargaran programas actualizados y de mayor utilidad en nuestro trabajo en clase?

Al final, de los cinco grupos en los que intenté hacer la presentación, en dos de ellos no funcionó el proyector. De nada sirvieron los veintisiete minutos y 41 segundos perdidos apachurrando interruptores, meneando y retorciendo cables y poniendo patas arriba todo lo que pudiera echarlo a andar.

Todo se confabula en esta Benemérita Institución para que no aprovechemos las inefables maravillas de las TIC. Nos perdemos de estar en la avanzada del progreso, en la ruta de la posmodernidad que nos colocaría en la vanguardia de la educación.

Hace años que desistí de subirme al tren del progreso educativo de las TIC. En mi cabeza bullían mil proyectos de blogs, juegos educativos virtuales, videos, animaciones y no sé qué tantos sueños guajiros más para que mis alumnos aprovecharan el montón de horas que pierden en internet, pero nadie hizo eco de mis aspiraciones. Como siempre, tuve que rascarme con mis uñas y tomar cientos de horas de cursos de programación web, html, css, javascipt, motion graphics, animación y quién sabe cuántas materias abstrusas más, para ofrecer a mis alumnos otras alternativas que al final ni aprovechan ni les interesan.

Aunque debo reconocer que no toda la culpa es de ellos. Contribuye el entorno, donde en realidad la educación no es prioridad, aunque digan lo contrario en sus discursos los jefazos de altos vuelos, a quienes lo burro y su eterno conflicto con el conocimiento se les escurre por las orejas y se les derrama por la bocota cada que la abren espontáneamente y por iniciativa propia.

La familia y la escuela ponen su granote de arena. Más vale mocoso pegado a su celular y a su tablet (en los que nunca buscará contenidos educativos) que hijo exigiéndoles el cumplimiento de sus obligaciones de padres.

Mis experiencias en la escuela son más traumáticas. Llego hace algunos lustros a esta B. Prepa y como Pedro por su casa solicito al responsable de cómputo un espacio para hacer una práctica en internet. “Los salones y las computadoras son para el uso exclusivo de los profes de informática y sus alumnos”. Tengo que rediseñar mi plan de clase y eliminar las actividades en las que se incluyen las TIC.

En otro momento se me ocurre llegar al salón y proponerles a mis alumnos que hagan las actividades en su casa o en un cíber. “No tengo internet en mi casa”, “no tengo compu”, “no hay cíber por mi barrio”, “no tengo dinero”, “no me da la gana trabajar”, son las respuestas que recibo.

“Pues soy el profe y se amuelan”, digo en plan de que ya me harté de que se opongan tantos obstáculos para ser moderno. Y se me ocurre diseñar un curso en Moodle. Acudo a SEMS para que me habiliten la plataforma. “Vaya con su director”, me dicen, “y pídale que gire un oficio haciendo la petición correspondiente”. Voy con mi director y me dice que mañana me tiene el documento. Termina su administración y yo, como novia de rancho, sigo esperando. Llega otro director y le hago la misma petición. Me dice que sí, pero que regrese otro día. La historia se repite con cuatro beneméritos jefazos. Desesperado, llevo mi petición hasta el mismísimo rector. Él ni siquiera me pide que regrese otro día. Me doy por vencido y yo mismo contrato mi propio servidor e instalo la plataforma. A las pocas semanas truena. Y ahora resulta que ni pagando funciona.

En resumen: que no podemos ingresar a la modernidad en educación por medio de las TIC porque las escuelas no cuentan con equipo actualizado, funcional y accesible para los estudiantes. Los estudiantes no pueden desarrollar esta clase actividades porque no disponen de equipo, recursos o medios (o ganas) para tal fin.

Y más grave: su educación en el área de las TIC es patética. Pretendo trabajar con alumnos de sexto semestre y resulta que no tienen ni la más mínima idea del manejo básico de procesadores de texto u hojas de cálculo, qué decir de software más sofisticado. No son capaces de habilitar un correo electrónico y sudan la gota gorda si pretendo que se den de alta en la plataforma Moodle.

Esta situación no debería sorprenderme, pues conozco a sus maestros de tecnologías de la información: no asisten a clases por irresponsables o porque los alcahuetean los jefazos (o por ambas razones); no les interesa que los estudiantes aprendan, y cuando me encuentro con un profe que trata medianamente de cumplir con sus obligaciones, me confiesa que las computadoras son insuficientes para que todos sus alumnos trabajen; y cuando tienen la suerte de acceder a una compu, se les deja a su aire para que desarrollen la práctica como puedan.

Es frecuente que al pasar por un salón me los encuentre en plena fiesta: algunos bailan reguetón mientras otros juegan baraja de prenda y otros más practican el popular deporte del bullying. Los miro en plan profe castigador, y cuando por fin se dan cuenta de mi presencia se disculpan: “Es que tenemos clase de cómputo”. Ahora pongo cara de profe que exige una respuesta más amplia: “Es que no cabemos en el salón y el profe nos divide en dos: una parte va hoy a la práctica y a nosotros nos toca mañana”. Me dirijo a mi grupo y por ahí me encuentro a los compañeros de esos que acabo de dejar con su música y su baraja y su vida. “¿Qué no deberían estar en el salón de cómputo?”, les pregunto. “Sí, pero el profe ni nombra lista y nos dice que lo que le interesa es que hagamos la práctica”. “¿Y ustedes ya la hicieron?”, sigo en plan remolón. “No, pero al rato la hacemos en el cíber o en la casa”. Y después el profe me dirá que la mayoría no hizo nada.

En fin, que esta es la realidad que vivimos todos los días cuando pretendemos echar mano de la avanzada de la educación.


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