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La ausencia de Leonard Cohen

Raúl Caballero García

Escribir un apunte necrológico siempre es un esfuerzo complejo en el que se combinan la pena y la ternura que en esos casos emana de la memoria. La muerte de Leonard Cohen para uno, por la complejidad de la relación escucha-trovador, marcada por la distancia guardada en su trato, no fue nunca —el poeta músico— alguien a quien me le acercaba con frecuencia, había un recogimiento cuando ocurría y sus composiciones casi siempre fueron elegidas al azar.

Ayer, después de que se supo de su muerte, leí que en lo que otros componen una canción en lo que tardan en echarse un par de cervezas, Cohen más bien era como un amanuense medieval (esos escribientes que consagran su tiempo, sus años, a la escritura); se subrayó que el canadiense se adentraba en su alma para encontrar en las profundidades la canción que buscaba —acaso de ahí sus resplandores iluminando oscuridades— tardándose años en la composición de algunas canciones para luego cantarlas en susurros aderezados con su voz grave y sus chispazos sarcásticos y sus brillos poéticos y sus diáfanas referencias religiosas.

Pues nomás hay que agregar que su ausencia para uno es relativa porque seguirá en esta relación ambivalente, esta particularidad de emociones encontradas o más bien prolongadas entre el hallazgo y su aplazamiento, entre el largo silencio —aislado en el ruido contemporáneo— y el momento de acceder de nuevo al encuentro muchas veces inesperado.

Legendario e íntimo, Leonard Cohen murió aún no sé cómo ni de qué, pero todos sabemos que murió. Nos quedamos con sus grabaciones. He estado escuchando repetidamente “You Want It Darker”: Quieres más oscuridad / aquí estoy, aquí estoy / mi Señor. Se despidió.


Jumb39

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