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Peripecia

El teatro para niños ha sido invadido

Jorge Fábregas

Estamos siendo demasiado serios con el teatro para niños, deseamos que los niños se conviertan en personas críticas no alienadas, y lo deseamos tanto que estamos creando textos teatrales serios y puestas graves, como si estuvieran dedicados a nosotros que no queremos ser colonizados y no a los niños que tienen el maravilloso don de jugar.

Una buena cantidad de hacedores de teatro se guían por las modas; y así, como si fueran modelitos de París o Milán, los teatreros corren a buscar lo que se supone que está in y eso es lo que representan en escena.

Una de las modas que ya se está convirtiendo en una especie de mandamiento, es la de hacer un teatro para niños donde las buenas lecciones están por encima de la trama, las actuaciones y la estética misma de la puesta.

Pareciera que lo moral y políticamente correcto es el requisito para que los editores y las instituciones de cultura publiquen libros para niños y jóvenes y apoyen el montaje de obras para niños y jóvenes.

El autismo, la muerte, los divorcios, la orfandad, el consumo de drogas, la pederastia y muchos otros temas se tratan en novelas, cuentos y dramas. No hay nada de malo en esos temas, hay que tratarlos, el problema está precisamente en la forma de abordarlos: hay una gran cantidad de trabajos que siguen esta moda de entrarle al drama a partir de la ética.

Estamos regresando a darle mayor importancia a la lección, a la moraleja, a la parábola.

A las autoridades que deciden los apoyos les conviene que aquello que apoyarán tenga una lección clara, explícita, porque no entienden que la creación artística, por sí misma, vale; además, le tienen miedo a lo que la fantasía puede provocar.

Para los funcionarios culturales lo ideal es que el arte se utilice como una mercancía intercambiable.

“Apoyamos el montaje de una obra de teatro, sí, discúlpenos por hacer eso, pero no se preocupen, el montaje va a ayudar a los niños a que se laven las manos antes de comer y después de ir al baño. Y aparecen personajes muy reales en la obra, nada de fantasías. Las heces son serias, es una obra con un tema serio. Soy un funcionario serio (como las heces) y responsable, estoy haciendo bien mi trabajo”.

Hay artistas que se aprovechan de este pensamiento, las obras de contenido social explícito serán apoyadas, y eso representa dinero.

La terapia y el salón de clases con el maestro moralista incluido están invadiendo los escenarios. Y lo que agrava esto es que cada vez hay menos artistas, productores y editores que entiendan lo que persigue la buena literatura o el buen teatro basados en la ficción.

Amoz Oz, escritor israelí, dice que “la buena literatura regala curiosidad, no metas sociales, la capacidad de imaginar lo que es vivir en la piel del otro. […] Los grandes méritos de la literatura no son sugerir una reforma social, ni hacer una crítica política. El patio trasero de la filosofía y la teología está lleno con los esqueletos de novelistas y poetas que quisieron competir con filósofos, teólogos, ideólogos y profetas. La mala literatura puede incluir mensajes morales muy importantes y positivos y aun así ser mala literatura.

”El rasgo determinante de la buena literatura y el arte es su capacidad de abrir un tercer ojo en nuestra frente, que nos haga ver viejas cosas lamentables de un modo totalmente nuevo. Incluso una mirada antigua en su momento de nacer. La mala literatura no abrirá un tercer ojo, repetirá simplemente lo que ya sabemos y lo que hemos visto ya”.

Cuando la lección, cuando la terapia, cuando la moral está por encima de la literatura o del arte de la escena, lograremos una obra didáctica; sí, hay grandes obras didácticas, pero entendamos que no es lo único que les podemos ofrecer a niños y jóvenes. Entendamos que una lección de comportamiento correcto no es superior al arte, como la psicología positivista pregona.

La escritora e investigadora Graciela Montes, en su libro El corral de la infancia, dice: “ En esta aparente oposición entre verdad y fantasía se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación /ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los niños”.

Mucho de lo que estamos haciendo con el teatro para niños no tiene que ver tanto con los niños sino con nuestra imagen ideal de la infancia.

Los pedagogos y psicólogos están felices con el teatro para niños que se hace hoy en día… ¡Al diablo con ellos! Están invadiendo un espacio que no es suyo.

Estamos en el camino de ser moralmente correctos. ¿Qué tienen que ver las lecciones explícitas y lo moralmente defendible con Shakespeare, con Cervantes, con Julio Verne, con Salgari, con Andersen, con Lewis Carroll, con Collodi, con Suzanne Lebeau?

¿Dónde está esa posibilidad de abrir un tercer ojo de la que habla Amoz Oz? ¿La posibilidad de despertar la curiosidad? ¿De ofrecer miradas nuevas?

Fantasía, ficción, poesía, curiosidad, son palabras que deberían aparecer siempre en el teatro y literatura para niños y jóvenes, como dice Graciela Montes: “En la literatura infantil, un campo aparentemente inocente y marginal donde, sin embargo, se libran algunos de los combates más duros y más reveladores de la cultura”.

Le tenemos miedo a la fantasía, porque la fantasía es el principio del cambio, el primer paso para escapar de la dominación.


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