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Cantos para Eliluna Fragmento

Armando Ortiz Valencia

Canto la sonora sinfonía de matices claros
con un silencio musical
y una lírica palabra: Eliluna.

Canto desde afuera de la tumba
mirando el sereno neblinaje.
Observo su nacimiento,
respiran sus entrañas:           Eliluna.

Un silbido, un gimoteo constante,
una palma azul, un ciclo incumplido,
una calcinante llama interna,
una mañana mórbida
¿enferma?

toco mi semblante a ciegas.
En las penumbras me acojo;
me desnudan las paredes:
fríos muros del cerco cotidiano
entre los cuales he vertido
un puñado de secretos:
recónditos lugares
          señores de la memoria,
sigilosos, indecibles, asfixiantes,
vástagos de una insana corte
acechando mis temores congelados:
     desangelados;

me miro, me reconozco, me sé,
ego, monólogo murmullo,
reanudo suave mi canto
y caigo
te recobro desde el olvido,
te rescato intacta y te deshago, te rehago,
te reconstruyo y mi semblante palidece.

Escucho horrorizado pasos imposibles
marchas lentas en mi cabeza:
un vientre hinchado,
huevo duro de luz
centellando
escucho mimetizado
¿dónde se pierden las tinieblas,
dónde nace la ciega luz,
dónde la llama acusadora, dónde la voz destruida?

Un punto no contemplado por el Armagedón
que acaso arrasara conmigo ayer.
Silencio corrosivo... tiempos que se van
y yo que sigo aquí
observando un solo destino:           Eliluna

camino de tu mano, dependo.
Muéstrame el sendero, la calle,
el 525 del que pronto hablaste:
rítmica confesión no calculada,
enmudecida, silenciada…          se    lla    da
concluida en un simple 176.

Ahora no soy más yo, soy otro,
un huracán portador de aromas infinitos;
una montaña, un grillo desvelado;
una palabra sin forma, recaída;

soy intrépido partícipe de tu silueta,
acósame, deja en mí tu sigilo,
atropella el gélido pasado
y fuerte cual tropel de caballos,
recorre uno a uno estos muros ciegos,
estas palabras inscritas con agua de ojos;
agua,
abismo en que me resisto a mí mismo
dentro del límite incierto de este cerco maldito:
¿bendito?

mas el beso no conquistado se aleja
sin remedio alguno     hasta distancias
inciertas,
lugares atestados de páramos horrendos:

     agoto recursos, retoñan sinsabores,
     renace un filtro de felices prisas
     en el punto donde cruzan mis puños
     ese palo destrozado por mi niñez;
me descubro:
     las penumbras me cercan,
     y un roce inhibido de mis piernas
     provoca el lance de toda la furia
     que se hubo asentado en los hombros
     durante esta larga espera fallida:

y canto desde mi voz sin voz,
canto al frío y al frío canto,
canto a las señas de tus pupilas;
te tomo, te entierro en mis entrañas;
     agotado, un sentimiento escapa,
     se posa en tu oído a mí cercano:
          Eliluna

Eliluna:
     horizonte de clara luz,
vientre universal,
     místico alumbramiento
     en cada anochecer,
     en cada caída de los astros;
     guerrera en nombre de la vida;
un atardecer en época otoñal;
     ráfagas de abismo luchando batallas celestes,
          ciclos intensos naturales
          en la cima vacua de latitudes mortales.

Renacimiento en un vaso de agua filtrada,
semillero de vitalidad en que me observo,
cenizas de un ritual precolombino.
Sin represalias me recrudezco, soy infante,
soy un destino: merezco un final;
soy caminante: en cada letra veo senderos.

Por la brisa ausente rememoro
los llantos de adolescente amorfo,
     bruscos chubascos deprimiendo esta coraza
     nacidos solo para hacer notar la presencia
     de un mal tiempo moribundo y pantanoso,
     etapa reptil de una vida desahuciada;
una muerte     “un nacimiento”      una muerte
     continuidad de ciclos atemporales
     donde la constante siempre erigida
     e impronunciada fuiste tú.


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