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Hulk, Sancho Panza e internet: el concepto de cultura letrada en la era digital

Juan Felipe Cobián Esquivel

La escritura, quizá como nunca antes, nos inunda. Con mucha razón, el poeta José Emilio Pacheco escribió que años atrás no imaginamos hasta qué punto la cultura escrita dominaría nuestras vidas: correos electrónicos, SMS, aplicaciones de mensajería instantánea, publicaciones en redes sociales. En un mundo hiperconectado, donde leemos y producimos textos con tanta frecuencia, los paradigmas de lectura y los mecanismos de escritura han cambiado radicalmente.

Una de las transformaciones más notorias se relaciona con el término cultura. A pesar de las reticencias que puedan encontrarse entre los bibliófilos, va quedado atrás la idea vertical, restrictiva y hegemónica de cultura letrada, como lo demuestran Martos y Martos en De los clásicos a los superhéroes. Los jóvenes, entre la cibercultura y la cultura letrada (2010). Ahora es necesario entenderla como la confluencia de pensamientos, expresiones y discursos tremendamente diversos, trasmitidos y elaborados por medio de una gran variedad de agentes, materiales y soportes.

Lo queramos o no, la cultura letrada ya no se nutre exclusivamente de lo escrito que ha sido aprobado por las élites académicas: en la actualidad abreva de clásicos literarios y de cómics, pero también de manifestaciones propias de la era de internet como el hipertexto, las herramientas de la web 2.0, los blogs, los videojuegos, el diseño gráfico y la poesía visual. De esta manera, el concepto de cultura letrada ha de abarcar todo el patrimonio cultural heredado que le permite al ser humano construir una autoconciencia, formar una identidad propia y leer el mundo de forma crítica. Por esto, Hulk y Sancho Panza no deberían comer en mesas separadas.

Este panorama donde la lectura digital irrumpe en nuestras vidas y abre nuevos espacios de creación literaria, teatral y audiovisual, plantea retos de gran envergadura para el educador de todos los niveles escolares y, más que eso, está orillando a la enseñanza misma de la lectura, la escritura y al sistema educativo en general, a redefinir tanto sus recursos como sus metas. La combinación de fenómenos como la intertextualidad, la transdiscursividad y la participación colectiva en el ámbito digital ponen en serios aprietos las definiciones tradicionales de obra, autor o espectador en términos estéticos y legales.

Según Jordi Alberich Pascal en su artículo “Literatura, cine y cultura digital: pautas y propuestas de lectura crítica” (2008) de la misma manera en que el efecto Moebuis representa la dualidad de un mundo digital y real a la vez, en el contexto actual los roles tradicionales de emisor y receptor se someten a una dinámica mucho más lúdica, abierta y flexible.

Por su parte Nicholas Carr en el libro Superficiales, ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes? (2012) señala que la cultura “es más de lo que se puede traducir a código binario y subir a la red. Para seguir siendo fundamental, la cultura debe seguir renovándose en las mentes de los miembros de cada generación”. Pero, ¿cómo renovar la cultura dentro de los cerebros en la era digital? Para empezar, valdría la pena reconocer que ni la literatura ni la cultura ni la mente humana son lo que solían ser. El mismo Carr afirma que a causa de nuestra convivencia con las tecnologías informáticas nuestros procesos cognitivos son diferentes, pero no necesariamente mejores. Por esta razón, la escuela debe entrar al juego.

Este es un buen momento para discutir hasta qué punto el entorno escolar contribuye a la percepción crítica de la realidad dual a la que ahora nos enfrentamos, en la que estamos inmersos. Estoy convencido de que la formación escolar debería ayudarnos, por medio del impulso a la lectura libre, a entender la llamada realidad líquida para no ahogarnos en ella. Para ello, es necesario sumar al acervo cultural de los imprescindibles libros impresos elementos como personajes de los mangas, superhéroes del ciberespacio, sagas juveniles y muchas de las invenciones que se transmiten y transforman en celulares, computadoras portátiles o tabletas.

La escuela, en la clásica labor de transmisión de conocimientos, pierde la batalla contra los buscadores de internet. Sin embargo, su existencia puede justificarse, entre otros motivos, por el papel que puede desempeñar para ayudarnos, por medio del acercamiento crítico a los textos y otros productos culturales, a construir un yo auténtico, inusitada suma del yo que somos en el mundo real y el avatar con el que interactuamos en red; para distinguir y conciliar la tragicomedia propia de los ciberdramas en los que yo soy lector, espectador y autor: yo soy otro y, también, dos o más a la vez.

Hay algo que no cambia: la lectura por placer, esa que practicamos sólo porque se nos antoja en páginas o en pantallas, puede entretenernos e ilustrarnos, llevarnos a una ficción donde la realidad se comprende mejor. Eso sí: hay que asumir que esos mundos alternos pueden provenir de la mente de Gabriel García Márquez, la creatividad de Hayao Miyazaki o el ingenio de Stan Lee.

Con la ayuda de un proyecto educativo fundado en principios como la libertad, la actualidad, la pluralidad y el pensamiento crítico, la escritura que nos inunda a través de novelas y de cómics, en papel y en línea, refrescará la cultura en las mentes de las generaciones más jóvenes, como desea Carr. Es decir, nos sacará a flote, como lo sospechamos quienes hemos depositado en la lectura una esperanza de salvación.

Juan Felipe Cobián Esquivel María Dolores García Pérez Julio Alberto Valtierra Juan Castañeda Jiménez Juan Manuel Ortega Partida
Yésica Cecilia Núñez Berber
Juan Antonio Castañeda Arellano Luis Rico Chávez Juan Manuel Ortega Partida