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Poemas

Rubén Hernández Hernández

Hogar
Amor que la costumbre ha fatigado
una pura excusa de mitos literarios.
Una insulsa viñeta de libros medievales.
Amor crecido de fantasmas
que habitan armarios pertenecientes a otros
aun más huérfanos que tú y yo
de bosques, de cielos despejados.

Cielo abierto
Ojalá el cielo se despeje
un momento, un instante siquiera,
y protegernos de esta terrible lluvia
de presagios.

Fallido humor teológicamente negro
Y el verbo se hizo hombre
y el hombre se hizo verbo:
y en último caso
(extremo, pero no menos cierto)
el verbo se hizo hambre.

Porque a cada mañana
aún con el sabor
de relojes atrasados
nos disfrazamos,
con extraños signos,
ajenas palabras y postergamos
el principio del reencuentro.

Sendero del jardín
¿Dónde habitas sin mí,
en qué aciago momento
decidiste abandonarme?
Tú que afinabas mi alma.
Eras mi insondable mar,
ritual de turgencias
para mi asombrada lengua
muchacha precoz, trigo dorado.
Mi historia verdadera
nace de ti para ti.
Me dejaste arrumbado
en la misma banca
de este parque silencioso,
comiendo vidrios filosos
de amarguísima nostalgia.
Los árboles ennegrecen.
Ahora existo por pensarte.
Desprovistas de ti
mis torpes manos tiemblan.
¿Quién soy yo para olvidarte?
Eres incandescente sol
en mi umbría memoria.

En este valle desolado
Nuestra ciudad muere
Nadie dice nunca nada

España María José Mures Salvador Enríquez Eva María Medina

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