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Ciudadanía y formación moral para la mundialización

Juan Manuel Ortega Partida | Yésica Cecilia Núñez Berber

La modernidad mató dos pájaros con la sola piedra
de la racionalidad: logró reconstruir como inferiores
y destinar a la fatalidad aquellas formas de vida
que no ataron su dolor a la carroza de la Razón;
además, obtuvo un salvoconducto para los dolores
que estaban a punto de infligirse.

Bauman

Resumen

La reflexión ética es una forma de acercamiento a la discusión sobre la moralización, realización y deber ser al que aspira todo individuo en una sociedad comprometida con la libertad, la igualdad, la equidad, la democracia y la felicidad como forma de vida. Formarse en la revisión de los fundamentos morales de la actuación humano-social implica reconocer el desarrollo moral y la realización ético-moral como una constante en todas las esferas de la actuación humana.

La formación del ciudadano mundial pone en debate los fundamentos de la moral a partir del contexto histórico-social en el que se sitúa. La modernización revoluciona el sentido de la moralización del individuo, sin embargo, el sentido de frustración que resulta ante la promesa incumplida por un beneficio material, racional y ético que abanderaba propicia el desarrollo del posmodernismo como tendencia que invita a la revisión de la moralización en correspondencia con los otros y con un alto sentido de responsabilidad.

Palabras clave: Ciudadanía, modernidad, posmodernidad, deber, responsabilidad, agenda moral.

La moralidad en la era de globalización

La idea del presente ensayo es la de forjar un punto de partida para la comprensión de la moralidad existente en nuestros días y la ética que corresponde a esta época. La modernidad nos acuña una forma de pensar en donde todo cambiara rumbo a la mejora de un mundo marginal; la moralidad se sustenta en aceptar el cambio, en tener conciencia de que la mundialización de la economía y del orden internacional es bueno y deseable. Si se mejora la economía, se mejora la vida material de las personas. La ética como compromiso por la industrialización es el punto de partida de esta forma de modernidad que imprime sentido a las acciones e idea de futuro.

La moralidad para algunos es cuestión de libertad para emprender, para salir de la pobreza, para el arribo al bienestar; la reflexión de la modernidad como presunción ética, implica la idea de utilidad, de éxito, de soñar con una idea para luego concretarla, el progreso es confort, la forma de lograrlo es a partir de las relaciones económicas y de poder; es, en resumen, de replanteamiento del modelo de vida al que todos aspiran. La idea de que nuestra conducta o los actos humanos que permanecen constantes en una sociedad reciben la calidad de buenos o malos, permite que éstos se esquematicen o estructuren de acuerdo al sentido de la moralidad que caracteriza nuestra forma de pensar y de actuar. En un mundo integrado, el compromiso ético implica el reto de dar sentido a la vida misma como proyecto en construcción.

La agenda moral en la globalización conjuga tanto la visión tradicional de la búsqueda por el sentido de vivir de las relaciones de pareja, de la negociación y acuerdo a partir del sentido de unión, de amor, de fidelidad, respeto, comprensión, cuidado mutuo, reproducción y formación de los hijos, así como la idea de consumo y calidad de vida, de las discusiones respecto de la lealtad, de la pertenencia, de la identidad, de la conservación y cuidado del medio ambiente por la justa distribución de la riqueza, por la elección libre de la preferencia sexual, por la dignificación de las especies y el trato con equidad, por las relaciones de amistad, por la búsqueda de la felicidad, por el manejo responsable de la tecnología, por la biotecnología, la robótica, sobre el uso racional de los recursos naturales y la conservación de la biodiversidad.

La formación ciudadana, por tanto, implica un modo de actuación de los sujetos en la conquista de un mundo mejor y de la necesidad de asegurar el sentido moral de esa actuación. La visión racional de la modernidad como capacidad de explicación del progreso cede a la idea de una razón posmoderna, de una relación entre sujetos sin vínculos, sin atributos, flexible e indiferente. La constante es el cambio, nada permanece, las relaciones son dinámicas, sin forma, líquidas, siempre dispuestas a ser dispersas. La solidez es una cuestión del pasado, lo concreto cosificado es una realidad excéntrica, fuera de orden y de realidad.

La revolución posmoderna y el reclamo de visión estética dentro de la ética

La ética se denigra o se constituye en una restricción a la nueva forma de modernidad cuyas cadenas finalmente han sido rotas por la necesidad histórica de la ciudadanía mundial. La fuerza de unión que antes se constituía en pilar de los cambios ahora muestra signos de debilidad, la visión de la autoridad moral es tirada al basurero, es sólo una idea, una ilusión que aprisiona sólo a ciertos seres humanos. La reflexión ética es tan sólo un tema académico de debate, la revolución posmoderna radica precisamente en esa liberación al vacío, de lo incierto, de lo efímero, del replanteamiento del deber y el aseguramiento de la libertad como condición existencial de la responsabilidad humana.

La visión posdeóntica, o de los deberes de los sujetos para con la sociedad, su patria, familia o incluso consigo mismo, se ve enfrentada a la idea de opresión, de limitación, de obligatoriedad. En nuestra sociedad no cabe la idea de autosacrificio; las personas ya no se sienten perseguidas ni están dispuestas a hacer un esfuerzo por alcanzar ideas morales ni defender valores ni creencias, nadie está dispuesto a pagar una dosis de sacrificio por las ideas morales. En política, ya no se lucha por ideales, se trabaja por lo útil, por el resultado, las utopías fracasan ante lo pragmático. Vivimos en la era de la individualidad, de la búsqueda de la buena vida, limitada solamente por la exigencia de tolerancia percibida como indiferencia, la que se expresa siempre y cuando vaya acompañada de un reconocimiento personal, autocelebratorio y sin escrúpulos.

La ética del deber ha sucumbido ante la posmodernidad, arribamos al ocaso o al renacimiento de la moralidad, nos colocamos frente a la absolución moral de todo cuanto acontece, la conciencia moral es simplemente la capacidad de relatar un hecho a partir del cambio de paradigma, pero también es una forma lúcida, brillante de acercarnos a los debates que nos aseguran una postura crítica ante esta moralidad minimalista, recuperando el sentido de la vida a partir de proyectos y de la búsqueda filosófica de universales que dan sustento a proyectos deseables y realizables. El debate y trabajo de discusión filosófica de la ética es, en este momento, el de asegurar un ángulo de lectura distinto sobre la forma de cómo se han abordado los grandes problemas éticos, pues de acuerdo a la agenda moral instituida no han perdido vigencia, lo que es necesario es trabajarlos, percibirlos, conceptualizarlos de manera distinta.

La modernidad nos modeló una cierta forma de pensar sobre la formación ciudadana y lo moralmente “correcto” y lo “incorrecto”, esto es lo que nos legó como la gran novedad la modernidad. En la visión místico tradicional no se podía ni cuestionar sobre las formas de vida existentes, ni mucho menos cuestionar el porqué de ellas; el poder, la belleza, la verdad, la pobreza, la propiedad, entre otras, eran correctas. Toda la vida práctica y sus expresiones intelectuales eran validadas por los poderes que ni la mente ni el capricho humano podían cuestionar, la vida era producto de la creación divina y estaba vigilada por la divina providencia; el libre albedrío, si es que existía, sólo podía significar la libertad de elegir el mal sobre el bien, esto es, infringir los mandamientos impuestos por Dios a los hombres, la vida moral consistía en adoptar el recto modo de vivir, el que el supremo creador había ordenado, cualquier acto por menos visible que pareciera que se alejara de esta costumbre sería considerada una infracción que se pagaría a un alto costo.

Lo correcto no es una elección, sino evitar la elección misma y seguir la vida en forma habitual. Este planteamiento cambia con la modernidad. La obligación es opción, la revolución se genera a partir del reconocimiento de la existencia de los seres humanos como individuos con identidad y pertenencia. La libertad es una condición de ser y existir para el ser humano, buscar el progreso es la aspiración de los seres humanos, la fidelidad, la justicia social, el equilibrio entre cooperación pacífica y la autoafirmación, así como el reconocimiento y defensa de los derechos humanos, es parte de la revolución y defensa de la moralidad a partir de la modernidad.

Pero el legado de la modernidad de los siglos XVIII y XIX entra en crisis a partir de la segunda mitad del siglo pasado y no es sino a partir de los años 70 del siglo XX que cobra expresión la idea del fracaso o sentimiento de frustración acerca de la expectativa de la modernidad por la conquista de un mundo mejor. La posmodernidad desde la tradición crítica de la filosofía inicia la revisión del concepto de progreso y del desarrollo que se enmarca en todos los órdenes de la vida social, científica, artística y cultural.

El sueño o idea de la razón da lugar a la irracionalidad, la posmodernidad, la diversidad, la ruptura con el pasado, al reencuentro, balance y enjuiciamiento de las ideas de paz, orden, progreso, libertad, sustentabilidad, amor, justicia y fraternidad entre los seres humanos. La moralidad es entonces el reencuentro con el placer, con la cultura del placer, con la fluidez de dejar de ser a cada momento, de la inevitable y atractiva racionalidad del consumo, de la sociedad red del conocimiento interplanetaria, del ranking, de la técnica como esquema de operacionalización de la calidad de vida. Pero es también de desencanto al progreso, a la inevitable destrucción de nuestra reserva planetaria, de la crisis de la biodiversidad, de la renuncia a la comunicación, a la utopía, y a la esperanza por un mundo mejor.

La expansión y unificación territorial

La geopolítica es una forma de acercamiento a la discusión sobre el impacto de las políticas económicas en la vida de las personas. La formación ciudadana implica reconocer la dimensión económica como fundamental en todas las esferas de la actividad humana. En la era de la información el impacto es inevitable, todo cuanto acontece en la sociedad es difundido en los medios informativos, de transporte y de comunicación masiva. La formación moral para la ciudadanía participativa es reconocida y aceptada como garante de una sociedad incluyente e interconectada.

La territorialidad como esquema a partir del cual se piensa está cambiando, ahora de lo que se trata es de armar un nuevo patrón organizador de la vida cultural y social. Las distancias geográficas se han reducido notablemente. La era de la información asume la tarea de conciencia moral de la mundialización. Se desmorona el concepto de lo local, regional, nacional e internacional (1). La geopolítica como la explicación de la zona de influencia del poder sobre el territorio cobra un nuevo sentido.

La globalización (2) de la economía implica la innovación tecnológica y el acceso a la información. En la sociedad red o de la información, la economía se fundamenta en el capital humano reforzado por las nuevas tecnologías. El debate en torno a la forma de cómo estudiar la formación ciudadana implica el reconocimiento de las condiciones de vida de la sociedad moderna, del acercamiento, uso y valoración de las estructuras sociales de moralización ciudadana como una forma de aproximación al sistema mundo y a la acción social en el marco de la significación de lo local y lo global, como intersección de ambas, lo globa-local.

Educar en y para la globa-localización, la paz, la sustentabilidad, la libertad, la salud, la buena vida, nos coloca de frente a una visión del mundo en crisis, a la realidad convulsionada con nuestro sistema ético, a las prácticas y estilos de vida de alto consumo. La formación ciudadana del hombre implica, desde el ángulo de la economía mundo, la conjunción de una mirada simple, consistente en generar las condiciones de comercio que permitan solventar los requerimientos que implican la vida moderna, en tanto producción y consumo de mercancías en beneficio para todos. Pero la formación ciudadana implica también la construcción de una mirada autocrítica de defensa, resistencia y propuesta de un mundo intercultural, sustentable e incluyente.

Formación ciudadana en el entorno de la mundialización

En el arribo del espacio educativo la modernización se presenta como cambio estructural en la formación ciudadana, se instalan la necesidad de un modelo por competencias acorde con la idea de un mundo global, por lo que aparece el problema del mundo moderno, de la modernidad como escenario histórico de una sociedad individual con exigencia de pertenencia social, por una parte, y donde el deber ético como compromiso parece ser sustituido por la percepción estética, por la necesidad de vernos bien, por la otra.

La idea de una ética incluyente, intercultural en defensa de la sustentabilidad, de los proyectos de felicidad a partir del conformismo y del consumo, se presume como pérdida de sentido, como efecto emocional posmoderno; nos disponemos y apresuramos para asegurar por lo menos en el mundo de las ideas, en los esquemas conceptuales llenos de ausencias, algunos referentes discursivos que llenan nuestras teorías si es que las tenemos, de la existencia de proyectos, de buena voluntad, de belleza, pues los recursos se agotan, el planeta se calienta, las enfermedades reaparecen, las pandemias son reales, la violencia se combate con violencia, la inteligencia y la memoria pasaron a ser parte de la obligatoria reflexión del mundo que queremos como responsabilidad del riesgo.

Las principales corrientes filosóficas y morales de la actualidad han incorporado en su debate el diagnóstico de las notas características que le son propias a la modernidad (3), destacando los atributos positivos que posibilitan una forma de entender el progreso moral, cívico y ciudadano, así como las consecuencias nocivas que llevan a la enajenación y la intensificación de las desigualdades sociales.

Con el afán de resolver la contracción de conciencia ética en la mundialización, aparece el deber de reconocer la responsabilidad del uso de la tecnología, de la desesperanza e incertidumbre y la generación de opciones formativas que despierten el reconocimiento del riesgo como miedo para asegurar la sobrevivencia, pues el éxito depende de la rentabilidad económica y no del sentido liberador para justificar la desigualdad social, o bien, la búsqueda de sentido en la armoniosa necesidad de meditación como abandono y negación de la razón instrumental como indicador no de producción y competitividad, sino como encuentro con el bien mayor de la felicidad, referido a la búsqueda en el corazón, en el yo interior, en dar al otro las palabras para su viaje y reencuentro consigo mismo.

Por su parte, en el currículum del Bachillerato General por Competencias, la unidad de aprendizaje Reflexión ética se propone educar o promover competencias morales a partir de responder a nuestra idea de responsabilidad, es decir, contribuir a que el joven estudiante asuma en el actuar de su vida diaria mayores cuotas o niveles de responsabilidad frente a los demás, para con la sociedad, la naturaleza o consigo mismo. Esto implica necesariamente estrategias para el desarrollo moral, para pensar y actuar autónomamente desde parámetros de justicia y equidad.

La sociedad industrial de finales del siglo XX se sustentaba en el uso, disfrute, consumo y renovación de mano de obra calificada, en tanto que en la presente sociedad de la comunicación, de la velocidad de la información, la economía se fundamenta en el capital humano, en el reconocimiento de las fuerzas productivas reforzadas por las nuevas tecnologías, en la libre estratificación social regulada a partir del desarrollo de talentos y del desarrollo de competencias para la vida.

La educación moral entendida como desarrollo de la capacidad de juicio implica también desarrollar la empatía, la capacidad para ponerse en el lugar de otros y de los demás. En esta perspectiva la responsabilidad moral se inicia cuando se toma conciencia de la actuación del otro a partir de la posibilidad de acción más que del deber, el compromiso, de su llamada, de su palabra, de su rostro como un mandato inapelable y destinado a cumplir con el fin trazado, con la responsabilidad resultante de cumplir con los resultados conscientes e inesperados, pero sobre todo de una actuación que no pone en riesgo a otros o a generaciones futuras en un contexto global y local.

Lo realizado por los individuos de una comunidad no debe poner en riesgo la supervivencia. El riesgo ahora es global, una comunidad no debe afectar la integridad de otra. La comunidad vive vinculada, el territorio no puede ser obstáculo para estar abierto a otras comunidades en una ciudadanía mundial. El ciudadano no suele entenderse como aquel individuo que goza de derechos civiles (libertades individuales) ni por derechos políticos (libre asociación y participación política) ni derechos sociales (trabajo, educación, salud, vivienda), el ciudadano no es, por tanto, sólo un sujeto receptor de derechos, es también actor, sujeto de deberes. La promoción y defensa de los intereses de la comunidad es también un deber que atañe a todos los miembros de la misma.

En otras palabras, los cambios tecnológicos y económicos son acompañados de cambios sociales tan importantes como la transformación de la familia, la sexualidad, la personalidad, las identidades y los fundamentos religiosos como una fuerza formidable para la movilización colectiva. La participación, siendo un derecho, debe traducirse en praxis, es decir, en ejercicios. Se habla, por tanto, de una ciudadanía de alta intensidad o maximizada, la que requiere de un grado de entrenamiento explícito de los principios democráticos, valores y procedimientos por parte del ciudadano junto con las disposiciones y capacidades requeridas para la participación en la ciudadanía democrática.

Los organismos internacionales ocupan un lugar fundamental en el funcionamiento de la organización internacional de globalización, conocer su evolución y sus características es un paso obligado para el análisis de la conformación ciudadana mundial. La sociedad se construye en esta etapa del desarrollo humano a partir del bien común, no de la buena voluntad, el deber o sentido de la obtención del máximo beneficio, del espíritu emprendedor y libertario, la formación de la ciudadanía obliga a la sociedad civil al reencuentro, recuperación de los problemas tradicionales de moralidad con la emergente búsqueda de sentido por la humanización del ser humano.

Conclusiones

La moralidad no es universal, es relativa al contexto histórico y social. La modernidad inaugura una visión racional de la moral, otorgándole al individuo el valor de ser persona, individual y con sentido de pertenencia en un mundo integrado a la satisfacción de sus aspiraciones personales de consumo. Es evidente, el cambio representado en la moralidad no es aceptable, no se busca sólo satisfacer la necesidad económica, sino de garantizar la subsistencia misma del hombre, el cambio moral es un cambio de paradigma en el consumo.

La posmodernidad es entonces una revisión de los supuestos de progreso y libertad de la modernidad, la idea de que la vida de consumo como conquista de la felicidad es válida desde el punto de vista económico y de mi libertad de acción implica una formación moral bajo el principio de libertad concebido como conciencia de la necesidad y posibilidad de actuación para la subsistencia misma, entonces el planteamiento de la formación ciudadana para la mundialización y la reflexión ética debe girar en razón del otro, en la empatía con los seres humanos, en un espacio de encuentro con los otros y de la responsabilidad por un mundo mejor.

En la perspectiva de la modernidad y la formación ciudadana todo es opcional, en este marco tenemos que se presenta un rechazo a la visión mercantil de que todo tiene un valor. En la posmodernidad tenemos que la agenda moral es trastocada por una serie de criterios que no eran concebidos años atrás, la opción racional cae en el sinsentido; la relación de pareja, de determinación y aceptación de la preferencia sexual, del amor como eje central de la unión entre individuos, de la responsabilidad en todos los órdenes de la vida, de la identidad cultural, del sentido de la moral, de la ausencia y pérdida del concepto de deber y de la decadencia de la responsabilidad moral presumen la fragilidad de un mundo líquido, sin forma.

La formación ciudadana implica el desarrollo de competencias para la participación y el desarrollo de proyectos sociales de colaboración en acompañamiento con los otros, la refuncionalización de la estructura social como parte del orden de la sociedad civil, así como de la necesidad de crear o transformar dicho orden social a partir de la cooperación ciudadana como condición necesaria de la participación abierta y comprometida con el desarrollo sustentable.

La vida moral, por su parte, consiste en ensanchar nuestro sentido de pertenencia con los otros y en el engrosamiento de nuestra responsabilidad, entendida como una agenda personal e inalienable, el más preciado de los retos humanos que no puede ser trasferido o dejado en custodia para otros, es la sustentabilidad, los que sabemos quiénes son, pero que comparten el principio de identidad a partir de la dimensión ambiental por un mundo mejor son convocados por la ciudadanía mundial para que atiendan el compromiso por la vida como proyecto de realización en y para la gestión del cambio de paradigma fincado no en el consumo sino en la cohabitación solidaria con el planeta como razón de ser de la existencia misma del hombre. Los hombres no estamos, somos la tierra misma.

Notas:

1. De acuerdo con lo planteado por Manuel Castells en su libro La era de la información, una revolución tecnológica, basada en las innovaciones de la información, está modificando la base material de la sociedad a un ritmo acelerado. Ahora las economías del mundo son independientemente a escala global. Lo que introduce nuevas relaciones entre economía empresarial, la relación capital trabajo, la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo, la intervención del Estado para desregular los mercados de forma selectiva, desmantelar el estado de bienestar y la intensificación de la competencia económica es global. Véase Capítulo 5, "El estado impotente", pp. 271-298.
2. El concepto de globalización se construye a partir de metáforas, una de ellas, la más influyente, es la de “aldea global” ideada por Marshall McLuhan, según la cual todo se encuentra interconectado, esto es, en el que todos intercambiamos información continuamente. Véase en Teoría de la globalización de Octavio Ianni, capítulo I, "Metáforas de la globalización", pp. 3 -12.
3. Para el filósofo y sociólogo inglés Anthony Giddens, los estudios de la modernidad deben ser comprendidos a partir de las dimensiones propias de la consolidación del régimen capitalista. La estructuración de la modernidad en sentido sociológico, esto es, en el que se puede considerar modernidad radicalizada y sociedad reflexiva, en la que los pedagogos de las organizaciones de la sociedad civil son parte fundamental. Véase “La mundialización de la modernidad”, en Consecuencias de la modernidad. Alianza Editorial, 1990.

Bibliografía

Bauman, Zygmunt (2006). Ética posmoderna. México: Siglo XXI.
---- (2000). Modernidad líquida [versión electrónica]. Recuperado el 12 de octubre de
    2014. http://catedraepistemologia.files.wordpress.com/2009/05/
    modernidad-liquida.pdf
Castells, Manuel (2009). La era de la información. El poder de la identidad. Volumen 2.
    México: Siglo XXI.
Guiddens, Anthony (1990). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Editorial.
Ianni, Octavio (1999). Teorías de la globalización. México: Siglo XXI.

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