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Vida inteligente

Luis Rico Chávez


Cristóbal miró con desgano el tablero de controles. Luego de más de 37 semanas de viaje en busca de vida inteligente la rutina ahogaba cualquier sensación de novedad: todo en orden, no podía ser de otra manera. Observó la oscuridad que se extendía, salpicada por fugaces puntillos luminosos, delante de sus ojos, y se perdía en el lejano infinito. El paisaje eterno, pero ahora estaba seguro, en alguno de esos puntos (muchos de ellos planetas) se concretaría la tan anhelada aspiración de la humanidad: encontrar a sus iguales, una civilización remota que corroboraría y complementaría tantos siglos de filosofía, ciencia y tecnología que nos había llevado a tan altos niveles de conocimiento. De cualquier manera se sentía cansado, aburrido. Pensó si no fue un error que, a partir de la contingencia de aquella remota primavera del 2020, los científicos de la MASA (Mexican Asociation of Space and Astrology) obligaran a todos los aspirantes a astronautas a recluirse durante el mayor tiempo posible, con el fin de descubrir cuánto tiempo podría estar cualquiera de ellos, perdido en el espacio, completamente solo (lo cual ahorraba una cantidad considerable de recursos). Sí que me aburro, pensó al darse cuenta de todo lo que divagaba. Algo en el tablero de controles llamó su atención. ¿Será posible…? Su estado de ánimo cambió drásticamente. Aunque ya había imaginado toda su vida ese momento, supo que aún no estaba preparado: en efecto, el momento había llegado. Cristóbal sería el primer terrícola en hacer contacto con un extraterrestre. Y ahí estaba: un ser que, más que la figura estereotipada que siempre le vendió el mal cine de Jallywood, le recordaba la imagen de una célula, evocación de sus años escolares, con algo que parecían ojos y rodeado de decenas de patitas que se movían intermitentes y de forma aleatoria, poniendo nervioso a cualquiera que las mirara. Supo en ese momento que sus mentes se conectarían, que en un lenguaje universal habrían de intercambiar sus primeras impresiones sin necesidad de hablar.

—¡Cristóbaaal! ¿A qué hora piensas bajar a cenar? ¡Es la última vez que te hablo, ya no te voy a esperar!

¡Madres…! ¿Por qué tienen esa virtud de arruinar los mejores momentos de la vida? Miró el teclado de la computadora, luego la pantalla y le dio cerrar al videojuego. Total, ya se había hartado de no poder pasar de nivel.

Se decidió por fin a bajar. Iba a cruzar el umbral de la puerta cuando sintió que una decena de patitas lo sujetaban por todas partes. Primero, el asombro le impidió reaccionar; después, cuando supo que aquel ser parecido a una célula gigantesca comenzaba a engullirlo trató de gritar, de huir, pero un apéndice le aplastó la boca, se sintió invadido por completo y todo a su alrededor se hundió en una densa oscuridad.


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