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La tragedia del mar rojo

Jennifer Lepe López

Hay sangre, mucha sangre, un mar de sangre en el piso. Mi madre ha cerrado sus ojos, no los abre cuando la llamo, le hablo lo más fuerte y claro que puedo, le pido que abra los ojos, no reacciona, sigo hablando una y otra vez hasta que me doy cuenta de que estoy gritando. También estoy llena de sangre, el camisón se me ha manchado todo, pero no me importa… no me importa nada, sólo ella.

Todos visten de negro, incluso yo. Mi madre sigue dormida, ahora en una caja de madera. Todos mis familiares están aquí reunidos, admiran cómo mi madre duerme. Yo me acerco, sigo hablándole pero ella no reacciona, aún no reacciona. Siento el cálido abrazo de mi tía y las lágrimas que resbalan por sus mejillas. ¿Por qué llora? No me gusta que llore. “Ahora está en un mejor lugar, pequeña”, susurra mi tía aún sin desprenderme de su abrazo. “Ella va a despertar”, susurro para mí misma. Mi tía me aprieta más contra su cuerpo, siento que mis ojos también se llenan de lágrimas.

Sigo sin saber mucho, los hombres vestidos de azul y con placas doradas que relucen han venido a mi casa acompañando a un señor vestido con un traje, yo lo llamo “El hombre del traje” porque me resulta fácil decirle así, aunque me indica que puedo llamarlo detective Shelton. Me pide que le platique lo que vi aquel día… aquel día en que mi madre se quedó dormida a mitad del mar rojo, y yo sigo sin saber qué responder.

Escucho hablar a mi tía con el señor del traje antes de irse. Se supone que debería estar en mi cuarto, pero no quiero hacerlo, quiero saber si el señor del traje tiene una idea de cuándo despertará mi mamá. Mi tía me explicó algo relacionado con la vida y la muerte, me dijo que mi mamá se había marchado a un mejor lugar, pero mi mamá no me abandonaría, ella va a despertar, va a volver… Yo lo sé.

–Sólo tiene 6 años, no pueden forzarla a hablar, esto ha sido traumático para ella –dice mi tía, que está recargada en el marco de la chimenea.

El señor del traje sigue sentado en el sillón tomando una taza de café; a mi madre le molestará mucho si no hay café cuando ella vuelva.

–Es necesario saber lo que ocurrió ese día, señorita, es el único testigo. Puede que haya visto el rostro del asesino y si es así nos facilitaría un poco las cosas, no tenemos ninguna otra pista –dice el señor del traje, suspira y deja la taza de café sobre la mesa, se frota los ojos con ambas manos, cambia de posición y continúa hablando–. Debe entender que el caso es tremendamente complicado, el asesino es muy inteligente, pocas veces se dan casos como este, siempre se les escapa un detalle y eso está a nuestro favor, sin embargo, esta vez no hay nada, no ha dejado nada que nos pueda llevar a él… sólo Penny.

Los adultos se pasan el tiempo discutiendo con quién debería irme a vivir, no entienden que no quiero vivir en otro lugar. Mi tía Danny me dice que es temporal, claro, debe ser mientras despierta mi mamá, dormida no puede cuidarme, ¿cierto?

Estoy en casa de mi tía Abi. Viviré con ella un tiempo mientras mi madre vuelve. Ya no hablo con los adultos de esto, mi tía Danny simplemente me dice que no despertará, temo que me vuelta a decir eso de la muerte, porque me asusta, me hace creer que ella no va a volver, nadie nunca habla en mi presencia de ella, ellos creen que no regresará; si algo he aprendido es que los adultos son así, pero yo no voy a pensar en eso, mi mamá va a despertar y volveremos a estar juntas, yo lo sé.

Mi tía Abi es buena conmigo, me compra galletas con chispas; mamá y yo siempre las cocinábamos juntas, pero a tía Abi no se le da la cocina, así que salimos mucho a comer. Mi tía Danny me visita seguido, también mis abuelos y otros familiares. El hombre del traje viene a veces a la casa de la tía Abi, pero ella nunca lo deja entrar; he escuchado su voz y siempre dice cosas como: “La investigación tiene que proseguir” y “debe permitirme hablar con Penny”, “su testimonio es importante” y más cosas que no entiendo. Tía Abi siempre cierra la puerta, así cada vez que él viene, una o dos veces a la semana. Yo también quisiera hablar con él, si sabe cuándo despertará mamá, quizá pueda decírmelo.

El mar rojo ha vuelto a aparecer, provocando que tía Abi también durmiera. Está desplomada sobre la alfombra de la sala, que antes era blanca y ahora es roja; es un color más rojo de lo que lo recordaba. Tía Abi tiene ambas manos sujetas a un cuchillo hundido en su pecho, la sangre fluye de ahí cada vez en mayores cantidades, caigo en cuenta unos segundos después de que también fluye líquido rojo de mí, de mi brazo… es cuando veo una mano que se acerca al corazón de tía Abi y retira el cuchillo lentamente; volteo a verlo y el hombre sólo la mira.

La vestimenta negra ha regresado. Tía Abi sigue dormida, en una caja como mamá, todos lloran. ¿Por qué lloran? Ella va a despertar. Mamá va a despertar. Tía Danny ha repetido la misma frase desde que llegó, sólo susurra: “Mi niña…”, temo que no pueda decir nada más, y cada vez siento que me abraza con más fuerza y que no es capaz de dejarme libre. Hay alguien más junto a nosotras, es el hombre del traje, le da un apretón a mi tía en el hombro y ella voltea a verlo, parece cansada, como si todas sus fuerzas se le hubieran agotado al abrazarme; ambos se miran y él le dice: “Si me lo permite, después del funeral me gustaría hablar con usted, tenemos asuntos importantes que tratar”. Ella sólo asiente con la cabeza y las lágrimas vuelven a resbalar por su rostro.

La oficina del hombre del traje es acogedora. Me ha dejado sentarme en su silla que da vueltas, me dice que es muy especial y que en ella sólo se sientan personas especiales, como yo. Entra una mujer con un vestido azul; es bonita y me parece amistosa, se sienta y comienza a platicar conmigo, me pregunta muchas cosas, sobre la escuela, mi familia, y sobre el día que mi mamá se quedó dormida. Aún no sé qué responder, sólo puedo pensar en que va a despertar y que volveremos a estar juntas; entonces me pregunta sobre el día en que tía Abi se quedó dormida y sólo soy capaz de responder que es culpa del mar rojo. La señorita del vestido azul me mira confundida pero no explico más; es todo lo que sé, sigo sentada mientras ella garabatea en su cuaderno. Me gustaría tener uno igual, es muy bonito.

–Bien –sigue hablando y vuelvo a mirarla–. ¿Viste alguna persona cuando tu mami se quedó dormida en el mar rojo? –Niego con la cabeza–. La querías mucho, ¿verdad? –asiento, sigo sin saber qué decir.

–¿Y recuerdas –me dice el hombre del traje– haber visto a alguien cuando tu tía murió…? –al pronunciar la última palabra para de hablar súbitamente; mi tía no había mencionado esa palabra, morir es no despertar nunca, no quiero pensar en eso.

–Es decir… –continúa hablando– cuando se durmió en el mar rojo.

–Un hombre –digo casi en un susurro, el señor del traje voltea a verme, pero yo bajo la mirada, no quiero estar aquí, quiero irme.

–¿Puedes decirme cómo era? –dice, pero su voz me asusta, niego con la cabeza.

Salgo de la oficina para ir con mi tía, no sé qué decir, no quiero hablar, tengo miedo.

Los adultos siguen discutiendo, nadie quiere cuidarme, sólo quiero que mi mami despierte y vuelva conmigo, quiero que volvamos a estar juntas. Visitaré pronto a la señorita del vestido azul, me dijo que le gustaría que fuésemos amigas y que quiere seguirme viendo. Me cae bien, así que le prometí que regresaría.

Al final mi tía Danny decide llevarme a su casa, dice que ella cuidará de mí, me hace feliz saber que estaré con ella, pero preferiría que mi mami despertara… la extraño, la extraño mucho. Mami, ¿dónde estás?

La casa de la tía Danny es grande. Vive con otras dos personas, la primera es una chica morena con bonitos rizos, su nombre es Ana, me cae muy bien, dice que jugaremos juntas cuando tía Danny esté estudiando. Y la segunda persona es un hombre con barba y bigote, alto, con cejas grandes y una gran sonrisa. Se acerca a tía Danny y le da un beso en la mejilla susurrando algo que no alcanzo a escuchar. Ella se ríe, después se voltea conmigo y me dice: “Hola, bienvenida”; tardo tiempo en reconocerlo pero sé que es él, es el hombre que vi en casa de tía Abi cuando el mar rojo nos inundó.

Tengo miedo… el miedo no me deja sola, tengo mucho… mucho miedo y estoy muy confundida. ¿Él es el culpable de que mi mami y tía Abi estén durmiendo? ¿Sabe cuándo despertarán?


*

Han pasado unos días en los que el hombre de la barba no me ha dicho nada, quizá no sepa nada, aunque el miedo sigue presente.

No puede ser él, de otra manera se habría salvado del mar rojo, me cuesta ver lo que es capaz de hacer. Tía Danny, Ana y el hombre de la barba, que creo que se llama Santiago, han sido víctimas también del mar rojo, todos duermen en el más amplio mar que he visto, me doy cuenta de que yo también estuve a punto de estar dormida puesto que hay sangre que sale de uno de mis brazos, en un pequeño corte; no sé qué hacer, así que lloro… porque estoy triste y porque tengo miedo. Me gustaría saber lo que ocurrió.

No hay que vestir otra vez de negro. El hombre del traje me dice que no es correcto que siga estando rodeada de ese ambiente, aunque no sé a qué se refiere. Su celular suena y me dice que lo espere un momento; sale de la oficina y yo lo sigo.

–Sí… por supuesto… estoy de acuerdo, licenciado –tose y se mantiene atento a la llamada–. Creemos que el objetivo del asesino es la niña, y mata a todos los que se interponen en su camino primero… sí… ya había informado sobre eso al agente Robles… seguimos sin tener claro su siguiente paso, lo que resulta curioso y no he parado de comentar con su colega es el hecho de que de las tres veces que lo ha intentado, en ninguna pudo lograr su aparente objetivo… precisamente, no creo que se pueda ser tan inteligente como para no dejar pistas y a la vez tan torpe como para que en tres intentos… claro… no… eso lo hablaremos en mi oficina… estamos en contacto.

Me doy la vuelta y regreso a la oficina antes de que alguien me atrape, sigo sin entender muchas cosas.

El hombre del traje y la señorita del vestido azul, que hoy va vestida de morado, me acompañan a lo que será mi nueva casa. Me explicaron que será temporal y al parecer podré convivir con muchos niños y niñas. Me han explicado que es una casa hogar, un lugar donde me podré divertir mucho. Comparto mi habitación con otros niños, somos muchos y hay muchas camas, nunca he compartido habitación con nadie, todos son amistosos pero ninguno tiene muchos juguetes, así que decido compartir los que traje, espero sean suficientes y los niños acepten una Barbie.

Hay días en los que me siento bien y otros en los que me siento muy triste. La señorita del vestido azul me habló sobre algo muy feo, me explicó que mamá no va a volver, me dijo que sí estaba dormida, pero que de ese sueño nadie despierta. Me ataqué a llorar y salí de la habitación a esconderme en los jardines de la casa hogar. No es verdad, me está mintiendo y me está lastimando, mi mamá me prometió que siempre estaríamos juntas, que nunca me dejaría sola, ella no me mentiría, ella va a despertar y si no es así… yo dormiré como ella.

Parece que el mar rojo ha decidido rendirse, no ha vuelto a aparecer.

Los días siguen pasando y cada vez me cuesta más creer que mamá no volverá. Me duele mucho, tía Danny y tía Abi tampoco van a regresar, mucho menos la chica de los rizos ni el hombre con barba. Qué triste pensar que no regresarán.

Mis ojos no pueden soportar lo que veo, la señorita Gravi me está mirando muy asustada, casi como si no pudiera reconocerme, sale corriendo antes de que pueda decir algo. ¿Por qué huye? No entiendo. Y es cuando veo a mi alrededor, todos mis compañeros de habitación han sido víctimas del mar rojo. Adam, el chico que está enfrente de mí aún está vivo, aunque veo que no puede respirar y la sangre sigue saliendo de su pecho, me mira con miedo. ¿Por qué me tiene miedo? Llora y sigue llorando, sus manos están unidas a las mías y ambos sostenemos el mismo cuchillo afilado que está hundido en su pecho.


*

En esta oficina se respira un ambiente asfixiante, no sé si es debido a mis nervios; no sé qué pasará, no sé qué me dirán, no tengo la menor idea, sólo quiero conocer la verdad, no pido más que la verdad. Me armo de valor y tomo la perilla de la puerta, la abro y camino hacia el interior de la oficina donde está sentada una señorita con un traje azul.

–Buenos días –dice muy amablemente–, por favor tome asiento.

Yo obedezco sin decir palabra, al cabo de unos segundos continúa hablando.

–Usted es el padre de Penny, ¿no es así?

–Así es –es lo que me han dicho, pienso, porque a decir verdad es difícil enterarse que tu exmujer ha muerto, así como gran parte de su familia, y que tienes una hija de apenas 6 años que es la asesina.

–Lamento conocerlo en tales circunstancias, mi nombre es Karla Fuentes, licenciada en psicología de esta institución –dice mientras toma una carpeta de su escritorio y me la extiende–. Traté a Penny durante un tiempo –yo tomo la carpeta, en ella se encuentra el informe del tratamiento–; el objetivo de mi trabajo era lograr que ella comprendiera la tragedia por la que estaba pasando, así como ayudarla a superarla y que así pudiese cooperar con su testimonio para atrapar al asesino. Verá, los seres humanos, cuando vivimos una tragedia, en muchas ocasiones para evitar el sufrimiento nuestro cerebro bloquea el periodo de tiempo en que ocurrió y eso causa que no podamos recordarlo, pensé que eso era lo que ocurría con Penny, por eso no era capaz de recordar. Mi colega, la licenciada en psiquiatría Amanda Soto, se encargó de diagnosticarla después de lo ocurrido en la casa hogar.

–¿Cuál fue su diagnóstico? –pregunto con una voz que no reconozco.

–TID, mejor conocido como Trastorno de Personalidad Múltiple. Debe comprender que este no es un diagnóstico que sea muy común en los niños, de hecho es extremadamente raro. La mayoría de los estudios clínicos señalan a adultos involucrados que tuvieron infancias muy traumatizantes. Si esto es diagnosticado en un niño, significa que tendríamos que replantearnos las causas, significaría que tuvo un periodo en su niñez demasiado traumático –se pone de pie, como si no soportara más estar sentada, camina hacia la ventada y luego voltea a mirarme–; hemos realizado investigaciones, y ya que desgraciadamente sus hermanas fallecieron, tuvimos que recurrir a otras personas y descubrimos algo muy grave, que suponemos podría ser la principal causa de que Penny desarrollara este trastorno.

–Esto es demasiado difícil de comprender.

–Enfrentarnos a la verdad no siempre es fácil, pero es mejor que vivir con una venda en los ojos, ¿no es así? Me gustaría decirle que las respuestas que a continuación vienen no son agradables, sin embargo, es mejor que sea honesta –vuelve a tomar asiento, aparentemente le parece imposible mantenerse en un solo sitio; la comprendo, no es fácil de escuchar, mucho menos de contar–. La cuestión es, ¿por qué Penny desarrolló este trastorno? Las investigaciones nos llevaron a dar con la señora Montero, quien se encargó de cuidarla desde que cumplió su primer año hasta que entró a preescolar, mientras su madre trabajaba. Su hijo fue acusado y declarado culpable por una serie de asesinatos en serie que se desarrollaron en un periodo de 10 meses –continuó la psicóloga–; desgraciadamente para él, le gustaba conservar los cadáveres y el olor tan putrefacto que se desprendía de la casa fue lo que alertó a los vecinos; disfrutaba torturar a sus víctimas y las asesinaba enterrándoles un cuchillo en el pecho, haciendo que lo tomaran con sus propias manos para así no dejar sus huellas, mismo método que la segunda personalidad de Penny utilizó. Creemos que ella pudo haber presenciado uno o varios de esos asesinatos; la señora Montero negó estar enterada de lo que ocurría con su hijo y admitió haberla dejado sola algunas veces con él. Lo que nos lleva a pensar que a partir de eso desarrolló una segunda personalidad que disfruta de la sangre, el dolor y la muerte. Al final, cuando iba a ser trasladado a prisión el muchacho se suicidó… al igual que lo hizo Penny. Lo que más nos pesa a todos –siguió diciendo la licenciada– es que estuvimos a punto de conocer la verdad cuando Santiago Reyes, quien era la pareja de Daniela Márquez, vio gran parte de lo ocurrido en el asesinato de la señorita Abi Márquez e intentó ayudarla, sin embargo sólo daba largas con respecto a su declaración y cuando decidió hacerla fue demasiado tarde para todos.

Las lágrimas desbordan mis ojos y se derraman por mi rostro, el dolor y la rabia se mezclan en mi interior, no soy capaz de seguir escuchando, a final de cuentas, ¿quién lo haría? ¿Quién podría ser capaz de soportar tanto dolor? Siento que la psicóloga me toma una de las manos sobre el escritorio en señal de compasión.

–No puedo decirle que lo comprendo –me dice con sinceridad–, tampoco que sé lo que está sintiendo, mucho menos que todo pasará y estará bien, porque no quiero mentirle, pero sí puedo decirle cuánto lamento lo que ocurrió.

Levanto la vista y veo su mano sobre la mía, no me había percatado de que tiene dos profundas cicatrices en las muñecas, resultado de cortes horizontales; un aparente intento de suicidio.

–Al final de cuentas –añade–, sólo los que fuimos víctimas de una tragedia comprendemos aún más lo que es estar a punto de ahogarnos en, como lo llamaba Penny, “el mar rojo”.


*

Es cierto que hubo dolor en mi vida, pero ahora que estoy a un lado de mamá no hay ni rastro de él, estamos juntas y caminamos junto a un mar de un hermoso color azul… un mar azul que en algún momento del pasado fue rojo.

Penny


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