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El rucio en El Quijote

Andrea Avelar Barragán

En El Quijote nada es de manera definitiva, sino que
todo está en movimiento, en una fluctuación constante,
como lo somos los seres humanos
Margit Frenk

La mayor obra de lengua española y de la narrativa universal, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, es tan vasta que recopila en su interior una gran cantidad de temas universales, aplicados a la historia particular de Alonso Quijano y todos los que se cruzan en sus aventuras, contenidos en estupendos y agudos giros narrativos que convierten este libro en la primera novela moderna. Ahí radica la genialidad de Miguel de Cervantes Saavedra. Aun alejados del contexto histórico donde se produjo este texto, la lucidez de su narración y el tratamiento de los tópicos conmueven profundamente a los lectores del siglo XXI (siempre y cuando tengan un diccionario a la mano y estén armados de paciencia).

Si la naturaleza de cualquier texto literario reclama el intercambio entre el autor y el lector, Cervantes se encarga de complicar hasta el colmo este trueque atemporal con múltiples narradores (cada uno a un nivel distinto) y con personajes conscientes de su condición. El intercambio que tanto en el hombre como en los personajes da pie a la evolución se materializa en los conceptos de quijotización y sanchificación acuñados por Madariaga.

El desarrollo de los personajes a lo largo de las dos partes de la novela (principalmente de la segunda) está basado bonitamente en la convivencia de ambos. Resumiendo: “El Quijote es la historia de dos amigos que se comunican su mundo interior, pasando por encima de las fronteras sociales establecidas por el sistema feudal” (Vevia, 2016, p. 123).

Quijote y Sancho están construidos para ser antónimos: uno está cuerdo y consciente del mundo material, del otro no podemos decir lo mismo pues se desvive por los valores de una literatura añeja y ya muy menospreciada. Su posición social, su concepción ante la vida (uno materialista y otro anhelante del comunismo primitivo) y hasta su complexión fisonómica son antagónicas en su totalidad: aquellas concordancias que pudieran darse van a ser construidas poco a poco y gracias a estas diferencias que los hacen encajar como si de piezas de un rompecabezas se tratara.

Quijote y Sancho son distintos desde el animal que montan: el Rucio y Rocinante son un marcador del estrato social al que pertenece cada uno. Recordemos que Quijote (a pesar de sus carencias y del caballo tan maltrecho y flaco) es un hidalgo y Sancho un simple labrador.

Existen en el rucio aspectos simbólicos que coinciden con las cualidades que Cervantes le atribuye al escudero. Para Chevalier (1986) la figura del asno tiene múltiples acepciones: representa la ignorancia, la pereza, la estupidez, la incompetencia, la testarudez, una obediencia un poco tonta. El rucio es pues un refuerzo a esa imagen que tenemos de Sancho como labrador crédulo que se pone a merced de un amo al que claramente le bota la canica. Sin embargo y como bien sabemos, Cervantes no mantiene esta idea tan negativa sobre el escudero. Estos rasgos también se vuelven a su favor: son la forma perfecta de incluir humor en la narración.

En el capítulo VII Sancho es descrito de la siguiente manera: “En ese tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título se puede dar al que es pobre—1 pero de muy poca sal en la mollera” (Cervantes, 2005, p. 72).

“Él dijo que sí y que asimismo pensaba llevar a un asno que tenía muy bueno […] en lo del asno reparó un poco don Quijote imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas, con todo esto, determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. […] Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca […] y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido” (id., 73).

El rucio es el primer patrón de los libros de caballería que don Quijote accede a romper. La imagen que nos da Cervantes tiene dos partes, la primera de completa concordancia de un labrador montado en su jumento, pero plagada de ironía por la iconicidad del burro y las altísimas aspiraciones del jinete.

La imagen bíblica del borrico (relacionada con la humildad) también me remite a esto: “Jesús encontró un borrico y se montó en él, según dice la escritura: no temas, ciudad de Sion, mira que viene tu rey montado en un burrito” (Juan, 11:14-16). Con temor de rozar descaradamente en la sobreinterpretación, relaciono este pasaje con otros que han levantado discusión por contenido de supuesta crítica a la iglesia.2 ¿Coincidencia o parodia?

A pesar de los ideales burgueses y modernos que dominan en la ideología de Sancho, después de dejar su cargo en la ínsula de Barataria, él regresa al rucio con especial cariño, pues representa una zona de confort, lo que verdaderamente le corresponde según su destino.

“Se fue a la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban y llegándose al rucio le abrazó y le dio un beso de paz en la frente y no sin lágrimas en los ojos le dijo: ‘Venid vos acá, compañero mío y amigo mío y conllevador de mis trabajos y miserias’ ” (Cervantes, 2005, p. 956)

Creo que el trato que el rucio empieza a recibir de Sancho a partir de este momento reivindica su simbolismo. En un inicio representaba esas cargas negativas sobre la incapacidad o falta de discreción, en el sentido de la época: “sinceridad, realidad en lo que se dice o hace”.3 Pero al demostrar Sancho su capacidad de juicio y al dejar por voluntad propia el gobierno y regresar a su origen, se demuestra su nobleza y buena calidad.

Considero que el hecho de que a lo largo de toda la narración Sancho no cambia su jumento nos da un indicio de que no hay manera de que se vuelva un gobernador genuino, porque eso implicaría separarse de su esencia. Y pasa exactamente así: él prefiere regresar. Si cambiara por un caballo, como bien pretendía su amo, significaría evolución que poco tiene de verosímil según el contexto tanto histórico como novelesco.

La relación estrecha del rucio con Rocinante es una apología de la amistad del caballero con su escudero, estrategia empleada por el narrador para darnos certeza del lazo de su amistad:

“Cuya amistad de él [el rucio] y de Rocinante fue tan única y tan trabada que hay fama […] digo que dicen que no dejó el autor escrito que los había comparado con la amistad que tuvieron Niso y Euralo y Pílades y Orestes y si esto es así, se podía echar de ver, para la universal admiración cuán firme debió ser la amistad de estos dos pacíficos animales” (Cervantes, 2005, p. 633).

Niso y Euralo son los modelos clásicos de la amistad, creo que Cervantes atiende más a sus influencias italianas y a los estilos dominantes de la época (que buscaban recuperar la tradición grecolatina) que a alguna necesidad de expresar homosexualidad como bien lo explica Fernando Vevia en La sexualidad en las obras de Cervantes. Es decir, no pensemos mal.

Si se ha ignorado la función del rucio dentro de la obra muchas veces, podría ser porque se limita su figura a la ejemplificación más recurrente de las inconsistencias narrativas que encontramos en esta novela cumbre de Cervantes (el mismo Cervantes considero de suma importancia enmendar el error y le dedicó una explicación en la segunda parte del libro).

Vale la pena ahondar más en la imagen del rucio; es un personaje tan importante como Rocinante y su nombre, aunque Cervantes o Cide Hamete Benengeli o el traductor o el editor, escriban su nombre con minúscula al principio, lo podemos poner junto a Babieca, Pegaso y los otros grandes de la literatura.


Notas

1 “Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una abuela mía, que son el tener y el no tener” (Cervantes, 2005, p. 705).

2 El más popular sería ese que dice: “Con la iglesia hemos topado, Sancho” (Cervantes, 2005, p. 610).

3 Diccionario de autoridades, 1734.


Bibliografía

Bravo, A. D. (2008). Los trabajos cervantinos de Salvador de Madariaga. España: Centro de Estudios Cervantinos.

Cervantes Saavedra, M. (2005). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. España: Alfaguara.

Chevalier, J. (1986). “Asno”. En Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder.

Frenk, M. (2013). “El prólogo de 1605 y sus malabarismos”. En Cuatro ensayos sobre el Quijote. México: Fondo de Cultura Económica.

Vevia Romero, F. C. (2016). “La sexualidad en la obra de Cervantes”. En Cervantes y el mar. México: Pollo Blanco.


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