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Degollado

María Dolores García Pérez

En tiempos de la facultad, los viernes los aprovechaba muy a mis anchas para caminar por el centro de Guadalajara y visitar algunos museos y edificios emblemáticos que me hacen sentirme orgullosa de ser jalisciense.

Cuando pasaba por el teatro Degollado siempre lo encontraba cerrado; a un costado está la taquilla y es donde podía pedir una visita guiada según horarios. Tímida, sola y con el tiempo medido para regresar a Tala al acostarse el sol, nunca me atreví a cruzar esas puertas de herrería, mientras admiraba sus 12 columnas a todo lo largo. Me prometí conocerlo y no sería por una visita guiada.

Con ahorros de estudiante, esperé con ansias la primera temporada la Orquesta Filarmónica de Jalisco. Un boleto dominical simbolizaba la entrada a dos mundos, lo mejor de la música en el sitio adecuado para ello. La musa de la música fue representada con las partituras.

La antesala del teatro me trasladó a otras épocas de galas y cortejos. Subo las escaleras precisas y redondeadas como la coraza de un caracol. Al entrar al palco señalado, mi cuerpo vibra como debió hacerlo Cortés al ver Tenochtitlán desde la cima del valle. Situada desde lo más alto del reciento, el águila en lo alto roba mi atención, me sorprendí deseando “no sueltes esa cadena, si no, este maravilloso lugar caerá con ella”. Al recorrer la bóveda admiro casi con la boca abierta el fresco hecho por Gerardo Suárez sobre la Divina Comedia. Una nota de violín me invitó a mirar el arribo de la orquesta, las personas abajo reían, mientras que yo con asombro de niña mostraba con respeto al lugar que tardó 150 años, iniciando su construcción en 1855 por José Santosolla Degollado y es hoy considerado como uno de los recintos mejor conservados en Hispanoamérica y sede de la orquesta que con ansias me preparo a vivir escuchado su música.


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