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016, ejercicio fallido para mujeres

Fulgencio M. Lax España

martinezlaxfulgencio@gmail.com

Esta obra1 se estrenó el 25 de noviembre de 2014 en el Centro Párraga de Murcia con el siguiente reparto:
Ella: Blanca Moyá
Él: Morgan Blasco

Sonido: Sodoma & Modorra
Entrenamiento físico e iluminación: Alicia Bernal
Escenografía: Teatro Al Vent y Teatro de la Pesambre
Vestuario: Teatro Al Vent y Teatro de la Pesambre
Dirección: Fulgencio M. Lax
          Nuestro agradecimiento a Lili González y a Isabel Guijarro, de Muaré, Estudio fotográfico, y a Sonido 2000 por su desinteresada colaboración.
          La actriz Blanca Moyá fue sustituida en las últimas cuatro funciones por Laura Miralles, a la que agradecemos su profesionalidad y la entrega a este proyecto.
          El texto original es de Fulgencio M. Lax, pero las aportaciones en el proceso de ensayos, cuyo origen está en el trabajo de todo el equipo (actores y técnicos) han enriquecido la obra.

1 016 es el número de teléfono que la policía tiene al servicio exclusivamente para que la mujer pueda denunciar los malos tratos a los que está sometida. Si se representa en otro lugar en el que el número es diferente, puede cambiarse esta referencia.

Personajes
          Él
          Ella

Ambos se encuentran sentados juntos, pero alejados, ausentes el uno del otro.

1

Ella. (Se levanta y se dirige al público.) Él y Ella se miran y da la impresión de que no se conocen, pero llevan juntos mucho tiempo. Muchos años. Él a un lado, Ella al otro extremo. Él fumando, Ella leyendo un periódico. Ella soñando, Él no. Él en silencio. Ella también.

Ella. (Leyendo. Comienza a leer en voz alta.) La policía acaba de coger a una banda que sólo atracaba en casa de ancianos.

Él. Vaya.

Ella. Y lo hacían siempre con mucha violencia. Esto es terrible.

Él. Sí. Es terrible.

Ella. Son unos cobardes. Los más débiles siempre son los que más expuestos están. Yo crearía un cuerpo especial de la policía solo para atender a los ancianos. (Pausa y silencio.) Es increíble que abusen así de personas que no pueden defenderse. (Pausa y silencio.) ¿Quieres que te lea el horóscopo?

Él. No.

Pausa y silencio.

Ella. En el mío dice que esta semana triunfaré en el amor, pero tendré que llevar cuidado con mis finanzas y con mi salud. (Pausa y silencio.) Mira lo que dice aquí: “España es el país en el que menos sexo se practica”. (Él hace un gesto de indiferencia. Pausa y silencio.) No sé de dónde sacarán estas noticias. Seguro que todos pensamos que en nuestro país es donde menos sexo se practica. Los franceses, los alemanes… Seguro que todos dicen lo mismo. (Pausa.) Si quieres preparo algo para tomar un aperitivo. (Él guarda silencio. Indiferente.) Podemos salir a tomar algo por ahí. Antes solíamos salir a dar una vuelta, al cine, a cenar…

Él. Ayer estuvo toda la noche lloviendo.

Ella. Ha refrescado el ambiente. Menos mal porque con este calor…

Él. Pero durará poco. Volverá a hacer calor.

Ella. Bueno, pero mientras tanto… El tiempo va pasando… Unas veces hace calor, otras hace frío, otras ni una cosa ni otra. (Pausa.) Lo bonito se va convirtiendo en rutina y luego… Llevamos ya casi doce años casados. Esto es casi toda una vida. En la boda tuvimos muchos invitados, ¿recuerdas? La mayoría eran todos amigos. Tú y yo tenemos poca familia. Fue todo muy bonito. Elegir aquel campo, que parecía una alfombra de hierba, para hacer la celebración en vez de un restaurante fue una buena idea. Enseguida íbamos todos descalzos. (Pausa. Suenan doce campanadas en un violín.) Entonces también sonó un reloj.

2

Ella. (Al público.) Ella, en una penumbra angustiosa, lleva una pequeña maleta de viaje donde apenas cabe alguna prenda de ropa interior, un vestido y algo de abrigo. También lleva una pala. Él, enfurecido, descontrolado, como si la sangre se le fuera a salir por la boca, deja ver al monstruo que lleva dentro.

Obra 1
Escena de 016, ejercicio fallido para mujeres

Él. (Al público.) Cuando cruce por esa puerta le voy a dar una hostia que no le van a quedar ganas de joderme más la vida. Le voy a cambiar el nombre a base de puñetazos. Le voy a meter uno en toda la boca que va a tener que buscarse los dientes en el paladar. No es la primera vez que coge la maleta y se marcha y luego, en menos de una hora, está de regreso. A mí no me engaña, todo esto es para hacerme chantaje emocional. Es para joderme y si se cree que me preocupa, está muy equivocada. Se puede ir a donde le salga del coño. Yo siempre he sido un hombre tranquilo, mis amigos me conocen como un tipo alegre y, en cambio ahora… Ahora siempre tengo una mala leche encima que no me aguanto. Lo peor que he hecho en mi vida ha sido casarme con ella y bien que se está aprovechando. Yo trabajo todo el día para darle de comer y que tenga para sus caprichos y, encima, no está contenta. Está siempre mosqueada, incluso cuando le hago algún regalo. Estoy hasta los mismísimos cojones de su puta cara. No le he puesto la mano encima y no puede decir que la maltrato, pero una buena hostia la ponía en su sitio. Un día de estos se va a enterar. Voy a perder la paciencia del todo y le voy a estar dando de sol a sol. No tiene ni un puto detalle conmigo. En el momento en que me pilló y me tuvo seguro, se acabaron las buenas palabras y el buen rollo. El mes pasado fue nuestro aniversario y le regalé una plancha. ¿Se alegró? Ni puto caso. “¿Y esto para qué?”, me contestó con una mala hostia que me dejó helado. Como me la esté jugando con otro se va a enterar. Le voy a meter una patada en el coño que la voy a dejar embarazada de mi zapato. Solo piensa en cómo hacerme la vida imposible y joderme cuanto más mejor. Por ejemplo, ella sabe que la tortilla de patatas me la como siempre con cebolla, pues nunca me la hace bien hecha, solo cuando se le olvida. Lo hace todo para joderme. Se la tiré a la cara para que la próxima vez lo tuviera en cuenta. Estoy hasta los huevos de decírselo y ni puto caso. Solo con pensar que al regresar a casa me la voy a encontrar, me entra una mala hostia que no me puedo aguantar. Esta casa es mía. ¡Mía! Y aquí mando yo por mis huevos. Mi madre, nada más verla la primera vez me lo dijo: “Esta es una lagarta y te va a amargar la vida porque le gusta organizar”. Qué razón tenía. No le hice caso y aquí me tienes. El verano pasado le regalé un viaje de la hostia que me costó más de 2000 euros. Un viaje a las playas de Cancún, a un hotel de esos en los que te colocan una pulserita y te puedes poner hasta el culo de todo. ¿Qué hizo? Me obligó a devolver el viaje porque a ella la playa no le gusta mucho. Un viaje de puta madre y va ella y me dice que no le gusta la playa. Nunca piensa en mí y eso me cabrea. Se comporta como una hija de puta y me faltan palabras para definirla. En todos sus muertos. Estoy hecho un cabrón y aguantando a esta puta de mierda que no sirve ni para echar un polvo. Una muñeca hinchable tiene más alegría follando que ella. No me está amargando la vida, me está puteando todas las horas que tiene el día. En el momento en que asome por la puerta, le voy a estar dando hostias hasta que no le queden huesos que romper. La próxima vez que me monte este numerito se lo va a pensar dos veces de la ensalada de hostias que le voy a meter.

Una pausa en la que él se enciende otro cigarrillo.

Ella. (Repitiendo las palabras de Él.) Estoy hecho un cabrón y aguantando a esta puta de mierda que no sirve ni para echar un polvo. Una muñeca hinchable tiene más alegría follando que ella. Esta casa es mía y aquí mando yo. Solo con pensar que al regresar a casa me la voy a encontrar, me entra una mala hostia que no me puedo aguantar.

3

Ella. (Al público.) En medio de un extenso y oscuro callejón dos figuras se dibujan en las sombras. Una de ellas, con una pequeña maleta y una pala, busca ocultarse en los rincones más oscuros. La otra es un depredador que ha perdido a su víctima.

Él. Si sigue lloviendo de esta forma pronto el agua nos alcanzará los tobillos.

Ella. ¿Llueve?

Él. En esta época del año hay que estar muy atento porque la meteorología de esta zona es muy traicionera. Cambia tan rápido que apenas se da uno cuenta.

Ella. ¿Usted conoce el lugar?

Él. Nací aquí y lo conozco bien. Es muy peligroso que una mujer joven, como usted, camine sola a estas horas.

Ella. Bueno, ahora no estoy caminando. Miro hacia un lado, miro hacia otro, pero no camino hacia ningún sitio. Estoy aquí, parada.

Él. Ya, pero es cuestión de tiempo. En un momento o en otro tendrá que caminar y entonces se agudizará el peligro porque, por esta zona, es muy peligroso que las mujeres caminen solas.

Ella. Para las mujeres siempre es peligroso caminar solas, estemos donde estemos.

Él. Y más si no tienen a nadie que las defienda.

Ella. A la hora de la verdad siempre estamos solas.

Él. Las mujeres siempre dicen lo mismo.

Ella. A la hora de la verdad siempre estamos solas.

Él. Una buena compañía no tiene precio, por eso no me gusta estar solo. Yo soy buena compañía, me lo dice todo el mundo.

Ella. A la hora de la verdad, las mujeres siempre estamos solas. (Pausa.) Traje una maleta.

Él. ¿Va de viaje?

Ella. Y una pala.

Él. ¿Para qué una pala? ¿Va a cavar un agujero?

Ella. No. No tendría fuerzas para hacerlo. Mis brazos apenas pueden mantener el peso de esta maleta.

Él. Entonces, ¿por qué cargar con una pala? Es un instrumento innecesario si no se va a cavar un hoyo. Es como llevar un traje de agua en pleno desierto.

Ella. Estoy acostumbrada a cargar con cosas innecesarias, pero esta pala puede ser de mucha utilidad.

Él. ¿Una pala? No lo entiendo. ¿Para qué puede servir una pala si no es para cavar un hoyo, una zanja o trabajar en una hormigonera? Puede tener muchas utilidades pero aquí, a esta hora, no sé para qué puede querer usted una pala.

Ella. Para poder golpearle en la cara hasta que quede totalmente desfigurado y no pueda mirar a nadie. Y luego cavar. Cavar muy hondo. Pero primero para que no pueda mirar a nadie.

Él. ¿A nadie?

Ella. Ni recordarme a nadie, ni pueda parecerse a nadie.

Él. ¿Se refiere usted a mí?

Ella. Voy buscando a un hombre, pero no sé si es usted.

Él. Yo vengo mucho por aquí. Vivo muy cerca.

4

Ella. (Al público.) No sé qué es lo que pasó, pero de un día para otro comencé a tener miedo de mi marido. Llegó el momento en que no sabía qué es lo que pensaba. Se me quedaba mirando fijamente durante un rato y algunas veces he tenido la sensación de que me iba a golpear porque en la cara le asomaba una rabia que yo no había visto nunca. Nada más casarme perdí mi trabajo y, así, sin ingresos, perdí también mi independencia, aunque de esto no fui consciente hasta unos meses después. Me he pasado días y días pensando qué es lo que estaba haciendo mal para que estuviera siempre enfadado conmigo. Y así pasó un año y otro y otro, hasta doce. Lo conocí muy joven, con 17 años, pero comenzamos a salir cuando yo tenía 20, y tres años más tarde nos casamos. Los primeros meses fui muy feliz, seguramente como todo el mundo, pero a mí se me acabó muy pronto. Demasiado pronto. Menos mal que no llegamos a tener hijos, aunque es algo que yo he deseado tener desde siempre, pero luego me dio mucho miedo compartirlo con él. Es algo que se queda aquí, aquí dentro de mí. Antes, al principio, cuando le oía llegar y abrir la puerta de casa salía corriendo para comérmelo a besos. Me pasaba el día esperándolo. Luego, al poco tiempo de estar juntos, cada vez que oía la puerta me entraba un terror por todo el cuerpo que me dejaba paralizada. Bien sabe Dios que hice todos los esfuerzos posibles para sobreponerme e intentar verlo de otra manera, pero todo llegó a un final. No pude encontrar los motivos de un cambio de esa naturaleza. Enseguida se acabaron las caricias y, en la cama, me utilizaba como un urinario. Terminaba y enseguida se daba la vuelta. Si le abrazaba, me quitaba los brazos de encima. Si le hablaba, me gruñía. Se quedaba durmiendo sin decir ni una palabra. El verano pasado me llamó desde su oficina para decirme que me había comprado un regalo. Nunca me ha regalado nada, bueno, sí, una vez me compró una lavadora y hace poco llegó a casa con una plancha, pero un regalo de verdad nunca lo había hecho. Ni un perfume, ni un libro, ni un detalle, por eso me quedé un poco perpleja entre la sorpresa, el miedo y la preocupación, porque él podía venir con cualquier cosa. Y apareció con un viaje a Cancún. ¡Dios mío! Yo soy alérgica al sol y él lo sabe. Lo sabe muy bien. Basta con que me exponga unos minutos para que me salgan unas enormes ronchas que si no las medico terminan sangrando. Los días de sol, solo para salir a la calle, tengo que ponerme la máxima protección. Y va él y llega con un viaje a las playas de Cancún para tomar el sol y, encima, se enfada porque le digo que hagamos un viaje a otro sitio, que yo no puedo ir a la playa. Estuvo a punto de darme un puñetazo. Me llamó puta reprimida, frígida, me dijo de todo y se fue. Estuvo a punto de golpearme y no le aparté la cara. No le bajé la vista, pero fui incapaz de desafiarlo, creo que me rendí a lo que me pudiera suceder.

Obra 1
Escena de 016, ejercicio fallido para mujeres

5

Ella. (Al público.) Ella intenta golpearle con la pala sin llegar a conseguirlo. El miedo es mucho más fuerte. La sensación de terror la invade por completo.

Ella. Apenas te has dado cuenta de nada. Ahora busco desesperadamente el silencio. Busco borrar tu imagen de mi memoria. El túnel es ya demasiado largo. Busco recorrer las agujas del reloj en sentido inverso. Cambiar el significado del tiempo. No es venganza. Levantar un puente de minutos que me aleje de ti. Solo huyo intentando no dejar huellas en mi camino. Las arenas del desierto pueden delatar mi rastro. No quiero que veas mis pisadas. Te dejaré ciego. La arena del desierto te dejará ciego. Romperé todas tus fotografías. No me cabe más miedo en el alma.

6

Repite el texto anterior, pero totalmente rendida. Comienzan a asomar las señales de los golpes.

Ella. Apenas te has dado cuenta de nada. Ahora busco desesperadamente el silencio. Busco borrar tu imagen de mi memoria. El túnel es ya demasiado largo. Busco recorrer las agujas del reloj en sentido inverso. Cambiar el significado del tiempo. No es venganza. Levantar un puente de minutos que me aleje de ti. Solo huyo intentando no dejar huellas en mi camino. Las arenas del desierto pueden delatar mi rastro. No quiero que veas mis pisadas. Te dejaré ciego. La arena del desierto te dejará ciego. Romperé todas tus fotografías. No me cabe más miedo en el alma.

7

Ella. ¿Un poco de champagne?

Él. ¿Está frío?

Ella. Sí. Puse hielo alrededor de la botella y se enfrió rápidamente.

Él. Prefiero una cerveza. ¿Hay frías?

Ella. Sí (Le da una cerveza.) ¿Brindamos?

Él. (Acabando la cerveza de tan solo un trago.) Ya hemos brindado muchas veces.

Ella. (Bebiendo y mirando en otra dirección.) Si tú lo dices.

8

Ella. (Al público.) Cada uno busca un rincón en la memoria donde esconderse de las patadas en el pecho que te hacen vomitar. La calle se pierde en un horizonte que no se distingue muy bien.

Él. Todos dicen que me parezco a alguien porque tengo un rostro muy corriente.

Ella. Todos tenemos el rostro que los demás tienen de nosotros en su memoria.

Él. La memoria es muy corta, así es que eso no me preocupa.

Ella. Yo voy eliminado trozo a trozo cada uno de los rincones de mi memoria que me recuerdan las cosas que no quiero recordar.

Él. Eso son las cosas que usted quiere borrar de su memoria.

Ella. Son las cosas que quiero olvidar.

Él. Apenas la conozco y hablo con usted con una confianza que me deja extrañado. Yo suelo ser muy desconfiado.

Ella. No se preocupe. Su cara me suena y es posible que nos conozcamos.

Él. Sí, es posible.

Ella. A veces el mundo es más pequeño de lo que parece.

Él. Esta calle es larga, casi infinita. Y muy recta. Como una regla. Por eso no hay rincones para ocultarse.

Ella. Si no hay rincones para ocultarse no te puedes esconder tan fácilmente. Al juego del escondite solo puedes jugar cuando eres pequeño.

Él. ¿Usted ha jugado al escondite?

Ella. Solo cuando era una niña pequeña. Ahora es imposible, siempre me encuentran y me toca pagar prenda.

Él. ¡Bah! Eso son chiquilladas.

Ella. Sí, cosas de niñas.

Él. Los niños jugábamos a otras cosas.

Ella. Como las niñas, a cosas de niños.

Él. Sí. Yo, cuando me fui haciendo mayor, aún me seguía gustando jugar al pilla-pilla, al churro media manga mangotero, al pañuelo, a la estatua, pero ya había crecido demasiado y, entonces, me limitaba a ver a los niños que aún jugaban como niños a todo eso. Luego lo olvidé todo y ahora ya ni me acuerdo.

Ella. Esa anécdota me es familiar, es posible que hayamos vivido en el mismo barrio.

Él. ¿Por qué dice usted eso?

Ella. Porque los niños de mi barrio jugaban a esos juegos y luego, cuando se hicieron mayores, los olvidaron y ya no los recuerdan. Ahora las únicas que jugamos al escondite somos nosotras.

Él. Bueno, yo siempre estoy trabajando, no puedo andar por ahí jugando así como así. Tengo una responsabilidad.

Ella. Y cuando no trabaja, ¿qué hace?

Él. Estoy con los amigos.

Ella. ¿Tiene muchos?

Él. Sí.

Ella. ¿Y cuando no está con los amigos?

Él. Estoy con los compañeros de trabajo.

Ella. ¿Tiene muchos compañeros de trabajo?

Él. Sí, tengo muchos.

Ella. ¿Cómo son sus compañeros de trabajo?

Él. Bueno, son como los amigos. Hacemos muchas cenas, vemos partidos de futbol juntos, salimos a tomar alguna copa y lo pasamos muy bien.

Ella. ¿Y cuando no está con los compañeros de trabajo?

Él. Estoy trabajando.

Ella. ¿Y Ella?

Él. ¿Ella?

Ella. Sí, su mujer.

Él. ¿Cómo sabe que estoy casado?

Ella. Me lo dijo usted.

Él. ¿Yo? Creo que no. No suelo hablar de mi vida privada, aunque es posible que… Pero estoy seguro de que no he hablado de mi mujer.

Ella. ¿Está casado?

Él. Sí, llevo casado doce años. Celebramos la boda en medio del campo. No quise hacerlo en un restaurante como todo el mundo. Vinieron muchos amigos míos y compañeros de trabajo.

Ella. ¿Y dónde está su mujer cuando usted está trabajando?

Él. Mi mujer está en casa.

Ella. ¿Y cuando no está trabajando?

Él. ¿Dónde va a estar? En casa.

Ella. ¿Ella no trabaja?

Él. No. Cuando nos casamos dejó el trabajo.

Ella. ¿No sale a pasear?

Él. Algunas veces sale con sus amigas. A mí no me importa que tenga amigas. Es bueno que salga y que no esté todo el tiempo en casa.

Ella. ¿Y con usted no sale?

Él. Claro, cuando ella quiere venirse con mis amigos lo hace. Yo soy muy liberal y me gusta que se relacione.

Ella. Qué suerte tiene su mujer al tener un marido tan liberal.

Él. Es curioso, eso mismo es lo que le dice todo el mundo.

Ella. ¿De verdad? Cada vez es más de noche y todo empieza a estar muy oscuro.

Él. ¿Nos conocemos?

Ella. Ahora no vengo mucho por aquí.

Él. ¿Pero antes venía?

Ella. Es posible que antes viniera, pero no lo recuerdo muy bien. Este callejón ha cambiado tanto y, a la vez, todo me parece tan familiar. No sabría qué decirle.

9

Él. ¿Creías que te ibas a salir con la tuya? ¿Pensabas que ya te habías deshecho de mí? Habla ahora, si tantas cosas tienes que decir. Ahora ya puedes gritar. ¿Gritas? ¡Qué! No te oigo. ¿Gritas? ¡Más fuerte! Lo que tú pienses no le importa ni a las piedras. Tienes un cerebro más pequeño que el de un mosquito. Reza todo lo que sepas. El pelo por encima de los hombros enreda mis pensamientos. Yo trabajo, tú limpias. Si tú no lo entiendes yo lo repito. Yo trabajo, tú limpias. Un perchero funciona mejor que tú en la cama. Soy yo el que pone las reglas. Estorbas en la casa más que un paragüero en el pasillo. Eres fea. ¡Fea! ¡Fea! ¡Me cago en la puta madre que te parió! Háblame ahora de la memoria. La memoria, la memoria. Te voy a dar tantas hostias que se te va a volver del revés el cerebro de mierda que tienes. ¡Pedazo de puta! ¡Puta! ¡Puta!

10

Ella. (Al público.) Entonces me vi sola. Metida en un laberinto del que no podía salir porque se repetía una y otra vez. Terminaba con el día y volvía a empezar al día siguiente, y al otro y al otro, y yo me perdía cada vez más. Muchas veces he cogido mi maleta y me he marchado, pero siempre he regresado. Apenas unas horas fuera y, cuando se enfrían los ánimos, siempre pienso que yo también soy responsable de esta situación. Estaba convencida de que si yo tuviera un poco más de paciencia las cosas serían diferentes. Pensaba que si lograba averiguar por qué está tan enfadado conmigo, saber qué es lo que yo estaba haciendo mal, lo podría solucionar y todo cambiaría. Todo volvería a ser como los primeros meses después de nuestra boda. Me grita por cualquier cosa. Nunca hago nada a su gusto y siempre se enfada conmigo, pero con una furia y una rabia que aún hoy me dan auténtico miedo. Recuerdo el primer día en el que noté ese cambio. Llegó a casa y ni tan siquiera me dirigió una mirada, ni una palabra. Entró por la puerta, se puso ropa más cómoda y fue directo a la cocina. Yo estaba expectante por si decía algo. Oí el frigorífico. A partir de entonces todo fue cuesta abajo. Comenzaron las desilusiones, los gritos y las amenazas. Así de simple empezó todo. Siempre termina todas las discusiones rompiendo las cosas que tiene a su alcance. (Pausa.) Cuando no me grita, guarda silencio y me trata como si fuera transparente. No recuerdo una sola conversación sobre nada en concreto. Apenas algún comentario sobre sus amigos, las mujeres de sus amigos que le siguen pareciendo estupendas. Mucho más estupendas que yo. Me repito una y otra vez que no voy a volver. Pero algo que parece tan sencillo se convierte en algo muy complicado. No sé qué imán genera en mí que hace que me cueste tanto trabajo marcharme. Solo pensarlo me produce una tremenda angustia y mucho miedo.

11

Ella. (Al público.) Ella intenta abrir una puerta tras otra. Él no. Ella corre las cortinas para dejar que entre un poco de aire fresco. Él no.

Ella. ¿Estás en silencio o estás callado?

Él. ¿No es lo mismo?

Ella. No, no es lo mismo. Uno puede estar en silencio porque es el espacio en el que se descansa, se oye música, escuchas una conversación. Y estar callado es simplemente no tener nada que decir o no querer decir nada.

Él. Pues estoy callado y en silencio. ¿Te vale?

Ella. Como tú digas.

Obra 1
Escena de 016, ejercicio fallido para mujeres

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Ella. (Al público.) El abecedario es un conjunto de veintiocho letras que nos ayudan a organizar el mundo. Aunque a veces son insuficientes. La mayoría de las veces son insuficientes.

Él. Me sé de memoria todos los nombres de la gente que he conocido desde que era pequeño hasta ahora. Cuando estoy solo pienso en ellos y los voy diciendo en voz alta para que no se me olviden.

Ella. ¿Sí?

Él. Salimos mucho juntos a divertirnos y no quisiera que por un despiste me olvidara de ellos.

Ella. Sí, hay despistes imperdonables.

Él. Los digo en voz alta por orden cronológico, es decir, según los he ido conociendo, pero también los ordeno por orden alfabético.

Ella. ¿En orden alfabético por el nombre o por el apellido?

Él. ¿Qué quiere decir?

Ella. Si los ordena por el nombre o por el apellido.

Él. Por el nombre. Con el nombre tengo bastante.

Ella. Eso le llevará mucho tiempo.

Él. Más o menos.

Ella. ¿Son muchos?

Él. Sí, tres: Feliciano Rocamora Sotogrande, Federico Sánchez Lamarca y Faustino Moreno Motos.

Ella. ¿Ese es el orden cronológico?

Él. Sí.

Ella. Vaya, los tres empiezan por la letra F.

Él. ¿Cómo dice?

Ella. Que los tres empiezan por la letra F.

Él. ¿Por la letra F? No me había dado cuenta.

Ella. Claro. Feliciano, Federico y Faustino.

Él. ¿Usted también los conoce?

Ella. No, yo no. Son amigos suyos, no míos.

Él. Sí, es cierto. Y recuerdo sus nombres para que no se me olviden.

Ella. Serán buenos amigos suyos.

Él. Más o menos. A algunos de ellos no he llegado a tratarlos mucho.

Ella. Claro, hay gente que pasa por nuestras vidas y creemos que son importantes, pero no llegamos a tener mucho contacto, y con el tiempo desaparecen en la memoria.

Él. Por eso yo hago este ejercicio, para que no se me olvide ninguno.

Ella. Todos hacemos un esfuerzo para estar y no estar en la memoria. Esto lo recuerdo, esto no lo recuerdo, esto lo recuerdo, esto no lo recuerdo. Como una margarita. Una tecla para borrar y otra para escribir.

Pausa. Silencio.

Él. (Haciendo su ejercicio de memoria.) Feliciano Rocamora Sotogrande, Federico Sánchez Lamarca y…, y…, y…

Ella. Faustino Moreno Motos.

Él. Gracias.

Ella. De nada.

Pausa. Silencio.

Él. Creo haberla visto otras veces por aquí. Es usted muy atrevida porque a estas horas es muy peligroso para una mujer como usted caminar por un callejón tan oscuro.

Ella. Es posible que nos conozcamos, a veces ocurren estas cosas. Puede ser que hayamos coincidido en alguna ocasión y que se nos haya olvidado.

Él. Habrá sido una ocasión fugaz, si no me acordaría.

Ella. ¿Usted cree?

Él. Bueno, eso me parece.

Ella. Yo acabo de llegar.

Él. Está todo tan oscuro. Ni tan siquiera una farola. Con tan poca luz esto parece un lugar muy peligroso, pero de día no es así, se lo aseguro.

Ella. ¿Usted conoce este lugar?

Él. Por supuesto que lo conozco. Toda mi familia vive en este callejón. Nací aquí, al comienzo de la calle, y ahora vivo aquí mismo. Como la calle es tan recta se ve perfectamente la casa donde viví con mis padres y en la que vivo ahora. Incluso la de mis abuelos también se puede ver con claridad cuando hay un poco más de luz.

Ella. Es una suerte.

13

Ella. (Al público.) Esa calle larga, recta y oscura se ha convertido en un extenso desierto donde no existe una verdadera dirección.

Ella. Yo nunca ando por aquí, solo vine paseando y ya ve. Mis pasos me trajeron a este callejón.

Él. ¿Usted no conocía esta calle?

Ella. No sé. Me suena, pero no sé. Todos los callejones se parecen.

Él. Bueno, esto es algo más que un callejón. Es una calle recta. Muy recta. Yo nací allí, al principio, y ahora vivo aquí. Se puede ver una casa desde la otra y eso que están lejos. Mire, mire atentamente, ¿ve?

Ella. Está un poco oscuro pero parece que sí, que se ve algo.

Él. Allí al fondo. ¿Ve?

Ella. Sí, creo ver algo. Sí.

Él. Claro, es la calle más recta de la ciudad. Aquí no hay rincones. De pequeños no podíamos jugar al escondite porque no hay sitio donde esconderse.

Ella. Entonces, ¿a qué jugaban?

Él. A no ser pillados. Corríamos toda la calle y si no te cogían antes de llegar al final, ganabas.

Ella. ¿Y después?

Él. Regresábamos también corriendo y si no te cogían antes de llegar al final, ganabas.

Ella. ¿Y si te cogían?

Él. Ganaba también, porque yo siempre jugaba solo y no me pillaba nadie.

14

Ella. Podemos ver una película. Antes te gustaba que viéramos películas juntos.

Él. ¿Antes? ¿Cuándo? No lo recuerdo.

Ella. Antes te gustaba.

Él. Pues no lo recuerdo.

Ella. Pues antes te gustaba. (Pausa. Silencio. Él bosteza exageradamente.) ¿Tienes que abrir así la boca, en mis propias narices?

Él. ¿Qué quieres que haga? Me aburres. Te pasas la vida diciendo siempre lo mismo y me obligas a contestarte una y otra vez las mismas cosas. No te oigo decir nunca “sí cariño”, “tienes razón, cariño”, “¿necesitas algo, cariño?”

Ella. Pues te lo digo, pero tú no me escuchas. Te lo digo muchas veces. (Pausa. Silencio.) ¿Y si me voy y no vuelvo nunca más? ¿Y si desaparezco de tu vida para que puedas vivir tranquilo?

15

Ella. (Al público.) Él muestra una vez más cómo la sangre recorre, de una forma extraña, todo su cuerpo. Lleva en la mano un bate de beisbol con el que la golpea repetidas veces mientras la insulta con una rabia enfermiza.

Él. ¿Te creías que no te iba a encontrar? Solo he tenido que seguir el olor a puta que vas dejando para encontrarte. Esa mierda de perfume que utilizas te delata. Hasta las moscas prefieren la mierda antes que acercarse a ti. No vales para nada. Ni para estar en la casa, ni para salir contigo a la calle. Mis amigos sí que van con mujeres de verdad. No como tú, que no sabes ni vestirte. No creas que puedes hacer lo que te dé la gana sin que yo diga nada. A mí no me deja nadie. Y menos tú. Si alguna vez te veo hablando con algún tío te mato. Si te veo hablando con alguna amiga te mato. Si te veo salir de casa sin decírmelo te mato. Si piensas algo sin que yo lo sepa te mato. ¡Te mato! ¡Te mato!

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En ella se dibujan las señales de los golpes que ha recibido su alma.

Ella. (Repite con mucho miedo.) Si alguna vez te veo hablando con algún tío te mato. Si te veo hablando con alguna amiga te mato. Si te veo salir de casa sin decírmelo te mato. Si piensas algo sin que yo lo sepa te mato. (Hacia el público.) Me escondo de mis padres y de mis hermanos. También me escondo de mis amigos. Al principio era porque me decían cosas que yo no quería escuchar y entonces los evitaba. Me hablaban de una realidad que yo no quería ver. O no podía ver. Los caminos del corazón son tan difíciles de explicar… Me molestaban tanto... Ahora no quiero verlos porque me da miedo que él piense que yo voy a contar algo. Me da vergüenza encontrármelos. No quiero ver a nadie ni tener que dar explicaciones a nadie. Me veo metida en un callejón cada vez más oscuro y del que no encuentro la salida.

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El actor que interpreta a Él se sale del personaje y se dirige al público. Lee una relación de mujeres muertas a manos de sus parejas. Los nombres pueden cambiarse por otros actuales a la hora de hacer la representación.

Él. El 13 de enero de 2014, José Á. l. Cuadrado Fernández, de 52 años, acabó primero con la vida de su suegra, Adela López Ramos, de 72 años, a estacazos y posteriormente se ensañó con su esposa con la misma estaca y cuchilladas en el cuello. En Níjar aparece el cadáver de una mujer marroquí de 27 años asesinada por su expareja. Como desapareció en 2013 no se contempló en las estadísticas del año pasado y tampoco se contempla en las de este. El 14 de enero, María de los Ángeles Santos López, de 46 años, muere asesinada en Pozoblanco, Córdoba, a manos supuestamente de su pareja, de 37 años, que la apuñaló hasta matarla y posteriormente se suicidó con el mismo cuchillo.16 de enero. Una mujer de 38 años hallada muerta con heridas de arma blanca en su domicilio, en Tenerife. Su pareja y presunto, de 31 años, tuvo que ser atendido en un centro hospitalario dada su gravedad tras tirarse desde una azotea. 3 de octubre, en L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona, Gisela, de 50 años, asesinada a cuchilladas por su pareja de 45 años. Dejan dos hijos pequeños. Así hasta más de 40 mujeres muertas por violencia de género en lo que va de año. Esto es solo la punta de un gran iceberg. Yo quiero vivir en una sociedad donde no sean necesarios cadáveres para justificar que los jueces actúen contra los agresores. Yo quiero una sociedad que garantice los derechos de la mujer y haga posible que lo que hoy conocemos como violencia de género sea solo un triste capítulo en la historia de nuestra sociedad. No dejes que esto que has visto aquí te pase a ti ni a tus vecinos.

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Ella. (Al público.) Ella busca con su mirada un horizonte que se aleja cada vez más. Ahora se da cuenta de lo larga y recta que es la calle y cómo la oscuridad se va filtrando por los rincones haciendo sombras, pero son tan pequeñas que apenas sirven para esconderse. Las mujeres, cuando nos hacemos mayores no podemos jugar al escondite porque siempre nos toca pagar prenda. Él apenas ha dejado de fumar. Conoce muy bien la calle tan larga y tan recta porque ha nacido allí. Ella sabe lo que es el silencio y conoce cada una de las muecas del miedo.

Él. Si crees que voy a aguantar estas tonterías te equivocas.

Ella. (Derrotada.) En el frigorífico hay cerveza fría, si quieres te traigo una.

Él. Me voy a casa.

Ella. (Derrotada.) ¿Quieres que te lea el horóscopo?

Él. Y procura que no llegue yo antes que tú.

Ella. (Derrotada.) En el mío dice que esta semana triunfaré en el amor, pero tendré que llevar cuidado con mis finanzas y con mi salud.

Él. Recoge tu maleta. ¿Me has oído? ¡Recoge tu maleta! (Sale. Ella queda sola ante el público. Él asoma de nuevo y le grita.) ¡Ehhh!

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Ella. (Al público.) Ella recoge la maleta, mira a su alrededor, se fija en el final de la calle, pero no puede distinguir nada porque está todo muy oscuro. Guarda silencio y, con la cabeza agachada, sigue los pasos de su marido de regreso a casa.

Ella, resignada y muerta de miedo, inicia el camino de regreso siguiendo el rastro que dejan los gritos de su marido. Continúa el silencio. Sale y oscuro.


Jumb13

Puente negro

Norma Muñoz


Jumb14

Muestra estatal de teatro

Jorge Fábregas


Jumb15

Formación ciudadana

Yésica Núñez Berber


Jumb16

Artes y oficios

Ramón Valle Muñoz


Jumb17

Imaginación y sentido


Jumb18

Cuatro estaciones

Luis Rico Chávez


Jumb19

Relojes muertos

Eva Medina, España


Jumb20

Informe

Rolando Revagliatti, Argentina